Las noticias sobre el avance de la inteligencia artificial (IA) asombran y atemorizan casi por igual. Solo hay que revisar los periódicos y portales de internet para verificar el creciente impacto de sus aplicaciones y la cascada de reacciones que genera cada adelanto.
La semana pasada, el proyecto OpenAI Five, basado en la IA, venció por primera vez a jugadores expertos del famoso videojuego Dota 2. En Reino Unido, una compañía logró que la AI aprendiera a manejar un automóvil en veinte minutos, tras las enseñanzas de un profesor. Mientras tanto, en España, la Universidad Politécnica de Valencia revelaba un sistema de AI capaz de estimar el «nivel de curiosidad» de los turistas y proponer «recomendaciones personalizadas» de nuevos destinos. Este último aporte, sin dudas, sería de gran utilidad para nuestros eventos en los lugares más exóticos e inspiradores del mundo, con la vista puesta en Bali, Egipto y Marruecos como próximos pasos.
Sin embargo, no todos son elogios en el imparable desarrollo de la inteligencia artificial. Incluso el genial profesor Stephen Hawking dijo hace unos años que su perfeccionamiento podría significar «el fin de la raza humana». En el mismo sentido, hoy millones de personas creen que los robots le quitarán sus empleos, lo que supuestamente les condenaría a vivir peor.
Las nuevas tecnologías, como ya se sabe, no son ni buenas ni malas. Entender el mundo en el que nos movemos y garantizar unas normas éticas básicas, resultan tareas fundamentales para conjurar cualquier desviación que atente contra el propio ser humano. Pero, mientras nos preparamos, no caben dilaciones para un futuro que ya está aquí.
Frente a la pérdida indetenible de empleos, no hay espacio para el pánico, sino para la anticipación. Hay cientos de nuevos perfiles y profesiones, surgidos al calor del avance tecnológico, que esperan por su incorporación a los planes universitarios. ¿Vamos bien en ese camino?
Automatización e inteligencia artificial son dos retos, pero también dos oportunidades. Ante la probabilidad de que nuestra jornada laboral se reduzca a la mitad, empresas, gobiernos, organismos internacionales —y todos nosotros— debemos enfocarnos en reconducir los drásticos cambios que vienen. Educación, seguridad social, ocio y turismo, y muchos más sectores, tendrán que adaptarse a nuevas formas de organización si pretendemos que la impronta tecnológica genere progreso y no caos.
Jack Welch, el empresario que reinventó la compañía General Electric, sentenció una gran verdad sobre el impacto tecnológico: «Cambia antes de que tengas que hacerlo». ¿Cómo vamos en ello?
Ismael Cala