Las presiones populistas sobre el aumento de la presión fiscal contra todo lo que se mueva empiezan a hacer mella en el Gobierno de Sánchez. Basta con oír un par de veces seguidas los ¿argumentos? del portavoz de Podemos para darse cuenta de cuánta insensatez se puede compendiar en cuatro o cinco ¿ideas? de patio de colegio. Me resisto a creer que haya un solo miembro del Gabinete que pueda participar de ellas. Pero, hete aquí que tienen la llave de unos eventuales Presupuestos Generales del Estado para 2019 y por ende, de la propia continuidad del Ejecutivo un año más.
Decía que las peroratas populistas han abierto brecha y no hay más que asistir a las vacilaciones y dudas que el mismísimo presidente del Gobierno ha proyectado sobre sus reales propósitos fiscales. Lo que iba a ser un impuesto a los bancos ahora se enmienda sobre la marcha y se formula como una tasa a las transacciones financieras. Lo que se pretende que afecte a la renta personal mueve la escala de los sujetos pacientes (nunca mejor dicho) desde una renta laboral alta a una prácticamente inalcanzable para una inmensa mayoría, como las propias cifras del impuesto reconocen año tras año.
El Impuesto sobre Sociedades se ha convertido en otro tablero de este Manopoly que juegan socialistas y populistas. Se habla de una recaudación real del orden del 30 por ciento de la que correspondería por los tipos impositivos legales, lo cual sería ciertamente inaceptable… si fuera cierto.
Los partidos políticos y los gobiernos nos meten en estos barullos con una falta de responsabilidad considerable. Como la mayoría de los políticos carecen de una mínima experiencia en gestión empresarial y a lo más que llegan es a colgar un título en la pared, que ¡vaya usted a saber!, no se dan cuenta, o eso quiero creer, de los problemas serios, reales, tangibles y contables que crean al mundo productivo.
En la política, la improvisación se tiene como una ventaja táctica, pero en el mundo real, la improvisación es desechada como un vicio de la conducta corporativa. En las empresas se planifica, se establecen calendarios, se fijan compromisos, se contraen responsabilidades todos los días y muchas veces al día y en la inmensa mayoría de los casos, todas estas acciones están evaluadas, sopesadas, responden a patrones que se calculan meticulosamente en función de muy diversos parámetros. También el fiscal. Toda improvisación fiscal conlleva perjuicios en los que todos los actores económicos pierden y, ni siquiera, se está seguro de que los Gobiernos ganen.
Quedan cuatro meses para votar unos presupuestos cuyos contenidos todos los actores económicos ignoran, especialmente en lo que más les interesa, que es sencillamente cuánto les va a costar la broma. ¿Cree el Gobierno que las empresas pueden esperar a calcular sus costes, su financiación, sus márgenes comerciales hasta que los eventuales socios del Ejecutivo dejen de presionar? ¿Cree el Gobierno que sólo las administraciones públicas elaboran presupuestos? Más de diez millones de empresas lo hacen, millones de ciudadanos individuales también.
P.D. Sacar a relucir ahora una tasa a las transacciones financieras en España cuando la tasa Tobin se descartó por imposible si no tenía carácter ¡global!, no puede ser otra cosa que una broma de mal gusto del señor Sánchez
Thomas