Resulta incomprensible que una parte de la izquierda suscriba el discurso de la libertad de elección en el tema de la prostitución. El 80% de la prostitución es de mujeres inmigrantes. El 20% restante es de mujeres españolas. Antes de la crisis era el 10% de españolas, pero con la crisis es el 20% (parece que a muchas mujeres les ha llegado la vocación súbitamente coincidiendo con la crisis). Los estudios que han indagado en las biografías de las mujeres prostituidas han encontrado que la decisión supuestamente “libre” se ve acompañada de factores como precariedad económica, abuso sexual y maternidad solitaria. A pesar de las estadísticas y estudios, quienes defienden el regulacionismo nos dicen que muchas son “trabajadoras sexuales” porque quieren.
El regulacionismo es la postura que quiere legalizar la prostitución y hacer de ella una trabajo “como cualquier otro”. Por su parte, el abolicionismo, que es la postura que defiendo, quiere poner fin a la prostitución enviando multas a casa de los clientes y castigando el proxenetismo. Para el abolicionismo las mujeres prostituidas son víctimas de violencia machista, de modo que no deben ser multadas ni sancionadas, sino que se les deben ofrecer papeles, ayudas económicas integrales para rehacer sus vidas y un plan de inserción profesional. Este modelo lleva décadas aplicándose en los países nórdicos y ha demostrado ser un éxito.
Los regulacionistas dicen que las feministas abolicionistas no debemos hablar por las trabajadoras sexuales (se atreven a decírselo incluso a las supervivientes de la prostitución y a las prostituidas abolicionistas). Nos repiten que cada una tiene el derecho de hacer con su cuerpo lo que le de la gana. Cuando la conversación se pone tensa dicen que las abolicionistas somos unas puritanas que rechazamos la prostitución por moralina.
Es agotadora la apropiación de la palabra de las mujeres prostituidas por parte del regulacionismo, que tiene siempre en la boca a esa minoría que dice prostituirse “porque quiere” y que no representa en absoluto a la gran mayoría de las mujeres prostituidas, que viven en situaciones de vulnerabilidad desde las que es difícil tomar la palabra en público.
Con respecto a la cuestión de los derechos y las libertades, hay que señalar que existe el derecho a no ser maltratada y violada. No existe la libertad para ser maltratada. El feminismo no consiste en decir “las mujeres que quieran tienen derecho a ser maltratadas”, ni en sostener que, “como la violencia machista es inevitable, debemos reivindicar que los bofetones sean más flojitos”. Defender la libertad requiere luchar por eliminar las condiciones sociales que hacen que las decisiones no sean libres y que la prostitución sea la única salida a disposición de las mujeres más pobres. Para que una decisión pueda ser considerada libre es necesario partir de unos estándares de igualdad. Esto es lo que siempre ha defendido la izquierda, aunque de la mano de la postmodernidad parece que una parte de ella se ha pasado a las filas del neoliberalismo que todo lo compra.
Los colectivos que defienden la legalización insisten mucho en que las feministas abolicionistas debemos diferenciar la prostitución “voluntaria” de la trata (prostitución forzada). Pero como señala la sobreviviente Amelia Tiganus, ni siquiera las víctimas de la trata son siempre conscientes de que lo son y, por supuesto, cuando un putero paga por un servicio desconoce si la mujer a la que paga es víctima de la trata o si sufre otras circunstancias de necesidad. A quienes defienden la legalización no parece preocuparles el “despiste” de los puteros. Lo cierto es que la demanda de prostitución posibilita la existencia de la trata y que la gran mayoría de la prostitución es trata.
Un argumento que suele utilizarse en este debate es el de que el problema no es la prostitución en sí misma sino la moral puritana que censura la sexualidad de la mujer y que da lugar al estigma que pesa sobre la “trabajadora sexual”. Esta posición oculta que la prostitución institucionaliza la dominación de un sexo sobre otro. La lucha contra los puteros y proxenetas no es mera cuestión de moralina.
Rechazamos la concepción postmoderna del sexo que sostiene que toda práctica sexual es liberadora. Detrás de los cánticos a la libertad a veces se esconde el derecho a explotar y deshumanizar. Las mujeres tenemos bastantes más problemas que la moral victoriana y muchas veces cuando nos llaman “reprimidas” lo que en realidad estamos es “oprimidas”. Llamándonos “puritanas” pretenden deslegitimar la resistencia de las mujeres a someternos al neoliberalismo sexual.
A las feministas no nos interesa que nos polaricen en reprimidas o liberadas, puritanas o mojigatas; no nos interesa el falso debate acerca de la libertad de la mujeres para ser prostituidas. Lo que nos interesa es, parafraseando a Catharine Mackinnon: ¿las mujeres somos personas o no? Porque si las mujeres somos personas nadie tiene derecho a poseernos, ni a comprar o vender nuestra sexualidad. La prostitución es el negocio que trafica con millones de esclavas en el mundo. Mientras nuestros libros de historia explican a las criaturas que la esclavitud es cosa del pasado, nuestro civilizado país lidera el consumo de esclavitud sexual. Y tamaña violación de los derechos humanos más elementales no ocurre para satisfacer alguna imperiosa necesidad social, ocurre para que los hombres se diviertan. Este “trabajo como otro cualquiera” expone a muchas mujeres a una muerte precoz, a la drogodependencia y la enfermedad, según la OMS.
Los puteros tienen una mentalidad cosificadora que implica una conducta de odio contra todas las mujeres. La existencia de la prostitución contribuye a hacer de todas nosotras bienes de uso e intercambiables. Por eso la prostitución nos interpela a todas. Además, la prostitución está inserta dentro del patriarcado que hace de la sexualidad femenina un servicio para fortalecer el ego de los hombres (forma parte del mismo sistema que elabora el mito del orgasmo vaginal y que fomenta los orgasmos fingidos). Hay que poner el foco sobre los puteros, porque ellos son los beneficiarios del patriarcado esclavista.
Lo que sostenemos las abolicionistas es que tener sexo con una mujer que no te desea (y que necesita dinero) es siempre abusivo. El sexo tiene que producirse con deseo de ambas partes para ser considerado libre, ¡Qué idea más puritana, oye!
Tasia Aránguez Sánchez