Ese soy yo. Igual que Nacho Vegas fue El hombre que casi conoció a Michi Panero. En Madrid, a la hora del almuerzo, o comías con el comisario Villarejo o podías considerarte un paria. En el periodismo madrileño abundan quienes compartieron mesa y mantel con el comisario a quien la doctora Pinto acusó de apuñalarla. Las cloacas invitaban a marisco y se acudía alegremente porque con las nécoras se servían también suculentos dosieres que luego daban titulares de extraordinario sabor.
Lo de Villarejo es una vergüenza democrática que nos ha dado igual durante mucho tiempo. Un tipo venido de las tinieblas del franquismo (empezó en la Brigada Político Social que torturaba rojos en los sótanos de la DGS) y que trabajó lo mismo con el PSOE que con el PP y tanto para la administración pública como para empresarios del IBEX que le requerían como cortafuegos de pasiones violentas.
Estoy con Pablo Iglesias en que todo lo que rodea a Villarejo es basura y que si eras amigo de esa gentuza resulta complicado que puedas ejercer un cargo público sin sombra de sospecha.
Por cierto, resulta irónico que a Pablo Casado le valga Villarejo para tumbar a Dolores Delgado pero no sirva para que Juan Carlos I sea investigación en una comisión del Congreso.
Tiempos nuevos, tiempos salvajes, cantaban Ilegales.
Pedro Sánchez mira desde América y asegura: “Yo me quedo hasta 2020”.
Y Villarejo promete seguir desgranando el estiércol que ha acumulado día tras día y año tras año porque resultaba útil para hacer lo que legalmente no se podía hacer pero algunos querían hacer.
El problema es que el asunto Villarejo pone en cuestión la credibilidad de un buen número de piezas en esta democracia imperfecta y hay que incluir a la prensa.
Aunque la verdad es la verdad, dígala Agamenón o su porquero.
Y los periodistas somos simples porqueros así que no se nos juzgue severamente.
Sólo anhelamos gambas de buen tamaño.
Hay una anécdota (tal vez apócrifa) de inspiración valleinclaniana que dibuja a Isabel II, reina de España, en su alcoba palaciega cuando le avisan de la llegada de la prensa. “Que les den de comer” ordena la Reina inmediatamente. Bien nos conocía aquella monarca castiza.
A los periodistas nos gusta comer con gente y ya Manolo Vázquez Montalbán tituló un magnífico volumen de entrevistas (allá por los 80) Mis almuerzos con gente inquietante.
Y yo jamás comí con Villarejo y me voy a quedar sin disfrutar de esa experiencia.
No somos nadie.
Daniel Serrano