domingo, noviembre 24, 2024
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La cuarta ola del movimiento feminista

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El movimiento feminista mundial se encuentra en plena expansión. El me too en Estados Unidos, las movilizaciones por el derecho al aborto en Argentina, o las manifestaciones feministas españolas son muestra de la capacidad de movilización del feminismo. Autoras como Pilar Aguilar, Luisa Posada, Rosa Cobo y Alicia Miyares consideran que nos encontramos ante la cuarta ola del movimiento feminista. La primera ola fue la de las sufragistas, la segunda ola construyó las categorías feministas fundamentales (como “patriarcado”, “género” y “acoso sexual”), la tercera desarrolló un proceso de autocrítica. Y en mi opinión fue una autocrítica excesiva que condujo al feminismo al borde de la autodestrucción.

Esta cuarta ola feminista no nace repentinamente, sino que lleva gestándose durante mucho tiempo a una escala global, especialmente a través de las redes sociales. La teoría y la historia del feminismo han estado (y continúan estando) ausentes en los planes de estudio de los institutos y las universidades. Como consecuencia, cada generación de mujeres olvida los saberes construidos por la generación anterior. Nos vemos obligadas a interpretar nuestras experiencias con unas herramientas teóricas, adquiridas en la educación reglada, que no permiten responder a nuestros interrogantes y tenemos que tirar de hilos casi invisibles con los que vamos desenterrando trabajosamente lo que han escrito las grandes maestras del feminismo.

Internet ha permitido subsanar parcialmente ese ocultamiento de las mujeres. Hemos construido una Academia virtual en la que compartimos experiencias vitales y descubrimos que “lo personal es político”, es decir, que lo que nos pasa a nosotras adquiere sentido estudiando las estructuras del patriarcado. Descubrimos a las maestras de la filosofía que interpelan directamente a nuestras vidas. Sentimos rabia cuando nos damos cuenta de que se nos ha ocultado el pensamiento de media humanidad, las teorías que nos permiten tomar conciencia colectiva. Es la conciencia colectiva de las mujeres como clase sexual lo que posibilita la movilización de masas que vimos en la huelga del 8M.

No es nada raro que el acoso sexual, las agresiones sexuales y la prostitución sean chispas que hacen estallar la protesta. La reducción de las mujeres a objetos sexuales es el elemento más característico del sistema patriarcal. La opresión en la sexualidad fue la principal preocupación de la segunda ola del feminismo. Celia Amorós señala que las mujeres no somos vistas como iguales, sino como idénticas, como intercambiables. Como señala Carol Pateman, quedamos excluidas del contrato social precisamente porque sobre somos objeto de un contrato sexual. Las mujeres no somos escuchadas, no somos tomadas en serio porque somos percibidas como cuerpo. Sentimos que no nos valoran como personas o como profesionales: la cosificación del cuerpo, la belleza, la obligación de ser atractivas, se interponen una y otra vez entre las mujeres y el mundo.

La belleza es una trampa de la que no podemos escapar. Si miramos quiénes son las mujeres más célebres del mundo (las más admiradas por las jóvenes), muchas de ellas destacan por su belleza: parece que el mundo es para las bellas. Sin embargo en seguida reparamos en que esto es un engaño: tampoco la belleza nos permite acceder al espacio de los iguales, pues solo proporciona un éxito vicario, subordinado a los hombres. Ellos te dan una porción si pagas un peaje sexual, si les admiras, les amas y sirves. Lo cierto es que hoy el mundo pertenece a los hombres que integran una manada, una gran fratría (en palabras de Amelia Valcárcel) en la que se protegen, se admiran y se favorecen entre ellos, monopolizando el poder material y simbólico. El acoso sexual es una de las manifestaciones más evidentes de este sistema de poder.

Las mujeres nos estamos rebelando contra lo que Sulamith Firestone llamaba “la estafa de la liberación sexual”. Las mujeres no estamos en este mundo para ser juguetes sexuales de nadie, ni para ser la parte desechable de la relación de pareja (la parte sustituible por cualquier otro cuerpo y que está en permanente periodo de prueba). Ya no fingiremos que nos divierten los chistes que nos reducen a sexo, ni admiraremos las obras de la “alta cultura” que muestran violaciones y mujeres bonitas con papeles secundarios. Ya no encumbraremos a los grandes ídolos del machismo cultural.

Reclamamos el derecho a ser vistas como personas, a no ser cosificadas, a tener una sexualidad basada en el deseo mutuo. El caso de la Manada, en España, ha puesto de manifiesto lo interiorizado que está el discurso de la pornografía: el consentimiento sexual se presume incluso en condiciones asimétricas o violentas. Las violaciones de derechos humanos de las mujeres son toleradas al pasar por el tamiz del discurso pornográfico. Es como si las mujeres pudiéramos ser denigradas legítimamente siempre que se haga en la esfera del sexo. Es la vieja idea de que en el amor y en el sexo todo vale. Pero no: lo personal es político, y en la política democrática debe haber reglas.

Otro de los elementos denunciados por esta cuarta ola es el déficit de credibilidad que tenemos las mujeres: ¿cuántas mujeres tienen que hablar para que su palabra valga igual que la de un hombre? Este problema no solo lo vemos en los delitos sexuales, sino que se extiende a los pleitos por la custodia de las hijas e hijos, al ámbito profesional e incluso en las consultas médicas. Si eres mujer tienes muchas más probabilidades de que se considere que tus problemas son psicológicos (aunque realmente tengas una enfermedad física que te causa dolor). No confiar en la palabra de las mujeres puede tener consecuencias mortales, como vemos una y otra vez en casos de violencia machista en los que la sociedad y las instituciones se ponen del lado de los maltratadores.

Considero que tienen razón feministas como Juana Gil cuando afirman que esto no es una ola nueva, sino el reclamo de que se hagan efectivas las conquistas pendientes. En efecto, tras la posmoderna y a veces reaccionaria tercera ola, las feministas volvemos a hablar de “mujeres” y de “nosotras”, hemos vuelto a dar sustrato material al movimiento: hablamos de los problemas que nos afectan en el día a día y recuperamos nociones imprescindibles como “patriarcado” (sin adjetivar). Estamos recuperando una agenda olvidada y a unas teóricas injustamente minusvaloradas. Si el feminismo de los setenta removió de forma profunda los pilares de la sociedad patriarcal, ¿qué podemos esperar de un feminismo organizado, mucho más informado y de dimensión global?

Tasia Aránguez Sánchez

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