domingo, noviembre 24, 2024
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¿Si Franco no hubiera usado violencia sería golpista?

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Ofensiva contra la fiscalía. Para una vez que esta institución que depende del Gobierno se muestra independiente…, le llueven sopapos de la prensa izquierdista y nacionalista. Le acusan de amenazar la democracia por ser inflexible con los golpistas catalanes. Por pedir penas similares para los sediciosos de hoy a las que se exigieron para Tejero y los suyos tras su asonada en 1981. Entre unos y otros nos envuelven en una marea de si el 1-O fue rebelión o sedición, de si hubo la violencia necesaria para acudir o no a la versión penal más dura…

Este baile de escalones de culpabilidad de los golpistas me recuerda cómo los mismos promotores de este debate contra la fiscalía juntan filas cuando se trata de borrar las diferencias entre abuso sexual y violación. Porque una mujer penetrada contra su voluntad no ve ninguna diferencia. Tanto le da si fue víctima de un agresor porque estaba borracha que si lo fue porque estaba aterrada.

Y en el caso del golpe independentista hay que simplificar. Superar la mala definición española que implica violencia. Golpes de estado emblemáticos como el 18 Brumario que promovió Napoleón no tuvieron como distingo la sangre, sino la fuerza, el despliegue atemorizador de tropas, las intrigas políticas y la financiación. Napoleón usó la fuerza, no la violencia. Igual que el golpe de Puigdemont: fuerza, la de los mossos, neutralizando y espiando a los agentes leales; fuerza, la de la máquina de adjudicar contratos por valor de cuatro millones de euros que no fueron a socorrer a pobres ni enfermos, se quemaron en la quimera nacionalista; fuerza, la de un aparato parlamentario que burló leyes y controles estatales y autonómicos para llegar a su fin; fuerza, la de su engrasado aparato mediático. 

Tampoco fue poca violencia ver correr a los guardias civiles o a los policías nacionales por la calles de Cataluña bajo una lluvia de pedradas de los impulsores civiles del golpe. Algunos supuestos aporreados por agentes estatales claman contra el estado de derecho porque cuando denuncian se encuentran con fotos que les identifican promoviendo un golpe y actuando de parapeto contra una consulta ilegal. Qué injusto es el estado de derecho que me permite denunciar, pero también ser denunciado por la parte contraria, sea la policía o el vecino del tercero.

No deseo 25 años de prisión para los golpistas, pero tampoco para Rato ni Bárcenas. No deseo prisión para nadie. Porque un minuto de prisión ya es mucho. Muchos años antes de que una compañera admirable, casi una amiga con perdón, me enseñase a comunicarme con gifts, las lecturas juveniles me dictaron un dogma: compadece al delincuente. No leí compadece al delincuente político. Compadece al delincuente. A todos. La prisión es un mal necesario. No debe proyectarse contra el contrario y negarse al afín. La justa dosis para cada uno. Compadecer sin limar barrotes.

Pero para compadecer pido poco: que el delincuente sepa que es un delincuente, sea Rato, un etarra o Junqueras. No es la fiscalía la que amenaza nuestra democracia. Son los gurús del progresismo que se posicionan con golpistas mientras claman contra Franco. ¿Habría sido menos golpe el de Franco si no hubiera causado un solo muerto? ¿Si Franco hubiera trocado un sistema parlamentario en dictadura sin disparar un tiro sería menos golpista, sería menos dictador? ¿Hay golpistas buenos y malos? ¿Hay golpistas por culpa de una democracia imperfecta? Porque esa era la esencia del mensaje franquista: doy un golpe porque esta democracia no me gusta. Lo mismo que Puigdemont. Si no te gusta un escenario en democracia, cámbialo en las urnas. Gana en las urnas legales y no en las del todo a cien chino. Si quieres más democracia sé demócrata.

El golpe de Puigdemont no fue contra España, fue contra la mitad de Cataluña. España puede permitirse perder Cataluña, pero la mitad de Cataluña no puede permitirse dejar de ser española. Porque no quiere dejar de serlo. Y menos por el golpe de estado de su otra mitad. No quieren ser ciudadanos de una quimera totalitaria. Lo que no ganamos en las urnas, lo decretamos desde la Generalitat o desde Waterloo, si vienen mal dadas.

Los que defienden tal insensatez, tertulianos y periodistas madrileños, supongan que la mitad de Madrid quiere independizarse de España. ¿Quieren compartir pasaporte exclusivo con La Cibeles? ¿Quiere atravesar fronteras para comer cochinillo en Segovia? ¿Es el mundo sin fronteras que quería la internacional socialista? Mi izquierda no está en Waterloo en un casoplón pixelado hasta en su financiación. Y de nada sirven unos presupuestos progresistas si están basados en ¿y qué hay para mi aldea? No quiero que me gobierne Astérix.

Francisco Mercado – Carta del director

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