Uno de los problemas más agudos en el sistema económico español es la endémica carencia de recursos destinados a la investigación y, en consecuencia, al progreso científico y técnico que hace de un país una potencia económica. Lo oímos con frecuencia y supongo que el astronauta-ministro lo repetirá por los pasillos del Ministerio de Hacienda cuando le dejen.
Pero, ¿todo se reduce a una carencia de recursos económicos? Si fuera así, los sucesivos gobiernos que padecemos serían más idiotas de lo que nos parecen. El problema tiene otras vertientes y una de ellas es el sistema de enseñanza (por si el lector no se ha enterado, he renunciado al término Educación y sus derivados para referirme a la responsabilidad de la instrucción, enseñanza o formación en España. La educación es otra cosa y no precisamente un ministerio).
El Gobierno se propone, una vez más, cambiar la ley básica de la enseñanza y, en este caso, como en las reformas socialistas precedentes, para trivializar y abaratar el nivel del alumnado. No sé de dónde le viene a este PSOE su inclinación porque los niños y jóvenes españoles no puedan progresar por su esfuerzo individual y naden como corchos en la mediocridad. Desde luego no de la Institución Libre de Enseñanza, de cuya tradición han pretendido adueñarse siempre.
El entendimiento de la igualdad como una tabla rasa que limita las posibilidades de los más entregados al estudio y sí, también, de los mejor dotados, se ha instalado en el PSOE actual y quizás por eso, repudia a algunos de sus más eximios afiliados de otros tiempos, recientes y remotos. Y el problema es que muchos padres se dejan llevar por la facilidades del sistema, entre otras cosas, porque eso les permite seguir desenganchados de la formación de sus hijos, al mismo tiempo que confían su educación al maestro armero, llámese abuelos (en el mejor de los casos), llámese asistencia doméstica, llámese televisión, llámese juegos electrónicos… cualquier cosa que no suene a padres y libros.
Para muchos docentes, el sistema benigno que se quiere reinstalar es muy bueno porque es muy cómodo y reduce la responsabilidad docente y neutraliza cualquier sistema de evaluación del profesorado. ¿Para qué analizar a los profesores si todos sus alumnos pasan?
Se ha reproducido en muchos soportes el artículo del profesor Leonardo Haberkorn, profesor de Comunicación en la Universidad ORT de Montevideo y dramáticamente titulado “Me cansé… me rindo”. Voy a reproducir, por si a mi lector no le ha llegado, dos párrafos del citado artículo: “…Entonces, cuando uno comprende que ellos [los alumnos] también son víctimas, casi sin darse cuenta, va bajando la guardia. Y lo malo termina siendo aprobado como mediocre; lo mediocre pasa por bueno; y lo bueno, las pocas veces que llega, se celebra como brillante. No quiero ser parte de este círculo perverso. Nunca fui así y no lo seré”.
Se puede decir más alto o se puede decir en todos los idiomas de la Tierra, pero no mejor.
Espero que la señora Celaa, que se apresura a imponer una nueva reforma de la enseñanza con el amplio soporte de 80 diputados propios, utilice la modestia y la contención que le trataron de inculcar en las corazonistas de Bilbao y decline en ese funesto empeño. La enseñanza admite y necesita reformas, pero no esa. Y la competencia científica y técnica de España en el concierto internacional exige mejorar el nivel de instrucción, no convertir a los alumnos en corchos flotando en la tranquila mediocridad.
Thomas