Vivimos inmersos en las profundidades de la cultura de las prisas, nadando en un ritmo de vida vertiginoso y estresante, con muchas obligaciones que cumplir, muy poco tiempo para abarcarlas todas y apenas nada para nosotros mismos; y eso hace que estemos agotando nuestro oxígeno porque en lugar de vivir, sobrevivimos en este océano de locura.
Los horarios de trabajo suelen ser tan extensos y tan poco conciliadores con la vida personal que esta última queda relegada a un breve periodo en el que es necesario adoptar un ritmo exprés para cumplir con las obligaciones familiares y particulares y, al final de nuestras maratonianas jornadas, caemos rendidos en el poco tiempo de descanso que nos queda.
No hay más que mirar a nuestro alrededor para ver la infinidad de productos y servicios que están orientados a esta cultura de las prisas: complejos vitamínicos para aguantar el ritmo diario, pastillas para dormir porque el estrés nos quita el sueño, restaurantes de comida rápida porque apenas tenemos tiempo para satisfacer nuestras necesidades básicas, comida precocinada porque no tenemos tiempo (ni ganas) de cocinar, compras por Internet de infinidad de productos, etc. Y eso que los centros comerciales abren casi todos los días del año, desde temprano hasta tarde, ¿será que las personas que se dedican al comercio y a la hostelería no tienen derecho a estar con sus familias cuando lo suelen hacer la mayoría? Parece que la respuesta en esta vorágine de sociedad de consumo es un rotundo NO.
Nos hemos vuelto esclavos del reloj y de la agenda, crueles tiranos a los que nosotros les hemos otorgado el poder de dirigir nuestra vida, y propiciado, claro está, por una sociedad que nos obliga a circular continuamente por el carril de aceleración alcanzando un peligroso exceso de velocidad.
Hemos entrado en una dinámica tal que esa velocidad ha pasado a formar parte de nuestra propia naturaleza, volviéndonos sumamente impacientes, por lo que no solo vivimos en la cultura de las prisas, sino también en la cultura de la inmediatez. No podemos esperar porque hemos desaprendido a hacerlo y lo que queremos, lo queremos ya, de hecho, las prisas y la inmediatez también suelen caracterizar nuestro limitado tiempo libre. Queremos hacer tantas cosas en tan poco tiempo, que nuestro espacio de ocio también suele convertirse en una carrera de fondo relegando el disfrute a un triste segundo plano.
Cuando importa más la cantidad que la calidad, el problema es evidente, y es que somos incapaces de bajar el ritmo, nos hemos vuelto adictos a esa velocidad. Vivimos de manera automática al compás que nos marcan las inexorables manecillas del reloj, y estamos tan enfocados en querer hacer tanto y querer tener tanto (porque el consumismo también va implícito en esta cultura de las prisas y la inmediatez) que nos olvidamos de ser, es decir, parecemos más autómatas que personas.
Esto me recuerda a una jefa que tuve cuando trabajaba en una empresa de formación, su nivel de exigencia resultaba estresante, pero solo a nivel de plazos, no de calidad. A veces, los plazos de entrega resultaban imposibles, pero lo importante para ella era llegar en fecha, daba igual cómo. Un día le dije que con esos plazos no podíamos desarrollar cursos de calidad, y ella me dijo: “Aquí no hacemos Louis Vuitton”. Entonces, a partir de ese momento, dejé de estresarme y asumí que haría “Luis Putón”, y eso fue lo que obtuvo, mucho pero malo, afortunadamente para mí, no por mucho tiempo.
Cuando lo que primas es la cantidad por encima de la calidad, tienes productos y servicios de tercera, como los cursos que quería mi jefa, y eso mismo sucede con la vida, no la vives con intensidad, no disfrutas de cada momento porque es una constante carrera contra el reloj, tu calidad de vida queda irremediablemente sepultada por esas prisas y esa inmediatez que hacen que pases por ella de puntillas, sin haberla exprimido, sin apenas haberla saboreado.
¿Cuántas veces has pensado que te falta tiempo para todo lo que tienes que hacer? ¿Crees que es un tema de planificación o es un alto ritmo autoimpuesto? ¿Cómo pasas tu tiempo de ocio? Creo que es importante hacerse este tipo de preguntas, bajar el ritmo y empezar a eliminar todos esos automatismos que hemos ido incorporando a nuestra dinámica diaria, para empezar a recuperar la atención en todo lo que hacemos. Y es que hay veces que nos quejamos de nuestra mala memoria, pero más bien es un tema de atención. Por ejemplo, ¿cuántas veces nos hemos preguntado dónde hemos dejado las llaves de casa porque no prestamos atención a esa rutinaria tarea? Si no prestamos atención a lo que hacemos, ¿cómo lo recordaremos después? Corremos obviando lo que nos rodea, pero si llegamos a todo, ¿no sentiremos satisfechos?, ¿habremos disfrutado del proceso? Posiblemente no, o quizás ni nos acordemos.
SagrarioG
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