Felipe VI viajará a La Habana y no la verá. No recorrerá la ciudad carcomida en todos sus costados, no verá las capas de suciedad acumulada en calles y paredes, ni tomará nota de la asombrosa cantidad de huecos en el pavimento, ventanas rotas, puertas torcidas y letreros que contienen frases huecas, trastos de un régimen del que nadie ya espera nada. No visitará algunas viviendas de habaneros, ni se le permitirá escuchar los testimonios de cómo es la vida corriente en una economía cuyo objetivo permanente ha sido y es hacer de la pobreza un estatuto crónico. Periodistas que han visitado La Habana este año, narran el deterioro irreversible, de punta a punta, de los 8 kilómetros de extensión del Malecón habanero, construido entre 1901 y 1952 -es decir, antes de que Fidel Castro se hiciera con el poder-. No verá las edificaciones ruinosas o abandonadas, la basura ya incorporada como un elemento fijo del paisaje urbano, la oscuridad como la condición irremediable en la capital de un país que carece de servicio eléctrico regular.
Tampoco verá al prometido, tantísimas veces, hombre nuevo, anunciado por Ernesto ‘Che’ Guevara y manoseado hasta la saciedad por Fidel Castro. Recordará el lector, que el hombre común se convertiría en nuevo, tras el cumplimiento de ciertas condiciones, la principal de ellas, que alcanzaría a liberarse del imperialismo, condición necesaria para conquistar una vida libre y autónoma.
Tras seis décadas de revolución, el único hombre nuevo del que se tiene noticia, es un astuto represor que, una vez que acabó con las industrias productivas de su país -la liquidación de la que era una potencia azucarera de categoría mundial, es un caso de estudio de aberración y estupidez-, se las arregló para vivir, primero, de la Unión Soviética y los países comunistas de Europa del Este, especialmente cuando se sumó, en 1971, al Consejo de Ayuda Mutua Económica -CAME- parapeto ideado por Alekséi Kosygin, entonces presidente de la URSS-, para asegurar el control político de los países bajo su dominio. Esta dependencia duró hasta los tiempos de la perestroika: entonces Cuba dejó de recibir aquellos subsidios y recursos. Tras una década de padecimientos todavía mayores, en 1999 apareció Chávez en la escena venezolana. Á partir de ese momento, y hasta ahora, el hombre nuevo pasó a depender de la renta petrolera venezolana. El hombre nuevo resultó entonces un especialista: en recibir subsidios y recursos producidos por otros, hacer diligencias para que les condonen sus deudas y, mas recientemente, en un beneficiario de la corporación de corruptelas que es el Foro de Sao Paulo.
A diferencia de tantísimos otros visitantes, a los que Fidel Castro camelaba con los grandes logros que la revolución estaba siempre por acometer –“la zafra de los 10 millones”, “la creación del gran emporio ganadero”, “la Cuba potencia médica del mundo”, la isla que “será referencia mundial en biotecnología”-, esta es una Cuba menos vociferante, con menos recursos para sus ardides propagandísticos y con menos auditorio. Las evidencias del fracaso de la Revolución Cubana son ya imposibles de ocultar.
Felipe VI llegará a La Habana, doce días después del fallecimiento de Armando Sosa Fortuny, preso político que murió a los 76 años. De ellos, los últimos 43 los pasó en la cárcel. Nadie le informará, por ejemplo, en qué consisten los mecanismos de tortura conocidos como “Las gavetas” (mínimos espacios donde son embutidos numerosos presos hasta que desfallecen por falta de aire), o el uso que han hecho de unas zanjas llenas de excrementos.
No se hablará del indiscutible éxito del modelo exportado a Nicaragua y Venezuela, gerenciado desde La Habana, que consiste en la creación y desarrollo de fuerzas paramilitares que, en alianza con las fuerzas militares y policiales de los respectivos países, portan armas libremente, reprimen, disparan y asesinan a quienes protestan. Estas tropas de choque tienen una característica en común: se especializan en disparar a indefensos, a personas desarmadas. Como ha señalado Enrique Krauze, uno de los empeños del régimen castrista consiste en militarizar a la izquierda en América Latina. Su política de apoyo a los violentos no ha cambiado desde que propagó las guerrillas en los años sesenta, sino que ha mutado hacia formas distintas.
Tampoco estará en agenda la gravísima cuestión del apoyo y los vínculos del castrismo con las narcoguerrillas de las FARC y el ELN, cuyas operaciones incluyen el envío de cocaína a territorio español, y que, como bien saben los expertos en la materia -incluyendo expertos españoles de muy alto nivel-, a menudo tocan territorio venezolano, antes de cruzar el Atlántico.
No se analizarán las consecuencias de la nueva constitución cubana que ratifica el modelo dictatorial del partido único, la negación de todo principio de libertad de asociación y de expresión a sus ciudadanos, ni mucho menos lo que esto significa: mantener, al costo de cero libertad y continuación indefinida de la precariedad, el poder para los Castro y sus títeres. Lo que sí ocurrirá es que se usarán las fotografías de la visita de los reyes de España para los fines propagandísticos de los Castro, los Maduro y los Ortega. Es decir, para beneficio de los principales enemigos de la democracia en América Latina.
Miguel Henrique Otero