Se repite, cada vez con más frecuencia, que la Fuerza Armada Nacional Bolivariana es el soporte central, la estructura que permite que Nicolás Maduro, rechazado por alrededor de 90% de los ciudadanos venezolanos, se mantenga en el poder. Hay la idea, de que el conjunto ha sido penetrado, ideologizado, adherido en su totalidad, a través de múltiples mecanismos -cargos en el Ejecutivo, contratos de las instituciones del Estado, participación abierta y organiza
Esta visión, que se anuncia como un paradigma, tiene un problema, al menos, una falla significativa: no explica el surgimiento de rebeliones militares. En cuatro años, del 2016 al 2019, se han producido ocho, de acuerdo a múltiples fuentes. En algunas habrían participado oficiales de los más altos rangos, en otras, de los primeros rangos de la escala. Casi todas han sido develadas, antes de cualquier acción. En líneas generales, puede decirse: no ha habido tiros. Pero hay más de 200 oficiales presos, muchos de ellos sometidos a las más terribles torturas. Se acosa, humilla y agrede a sus familiares. Hay toda una línea de acción, una política pública en curso, que no ha sido debidamente denunciada, que es la persecución sistemática de las familias y abogados de los presos políticos venezolanos, tanto civiles como militares.
Una somera revisión del estado de las cosas en la FANB arroja información que habla de realidades muy complejas. La primera que cabe mencionar es la proliferación, simplemente inaudita, de generales: de los aproximadamente 60 que había en el 2002, hoy suman alrededor de 2000. En febrero de este año, Craig Faller, jefe del Comando Sur de Estados Unidos, declaró que esos 2000 generales, constituyen “el centro de gravedad” del poder de Maduro. Un elemental ejercicio de lógica permite suponer que el resultado de tal incremento debe ser la atomización de la fuerza en todos los sentidos: en lo administrativo, lo operativo y lo logístico. Se trata de un plan ejecutado con un objetivo: debilitar, convertir a la FANB en una red de pequeñas fuerzas. Un sistema de feudos.
Asociado con lo anterior, está la decisión tomada por Chávez -práctica de traición de la patria-, que fue la entrega de la inteligencia militar al castrismo, hecho que toca una fuente esencial de la soberanía, y que, en términos históricos, solo se ha producido en países que han perdido una guerra. El análisis que hacen expertos en la cuestión me advierte de dos cambios significativos que se estarían produciendo en la FANB: una concentración del poder en el Alto Mando y, vinculado a lo anterior, la entronización de oficiales rusos al mando de las tareas de inteligencia, que han comenzado a sustituir a los cubanos. Estos dos hechos tienen relevancia: permiten concluir que, en el nivel superior de la estructura, se está construyendo una estructura cohesionada y comprometida con el poder de Maduro, bajo la guía militar de Putin.
Pero estas no son las únicas realidades. Una de las más hirientes, sin duda, es la de las desigualdades. Mientras la inmensa mayoría de los oficiales de menor rango debe vivir con salarios menores a 50 dólares/mes -lo que les convierte en los militares peor pagados de América Latina-, hay un pequeño sector que se ha enriquecido de forma visible y escandalosa: funcionarios que protegen las operaciones del narcotráfico, que forman parte de las redes de contrabando, que están dedicados a grandes negocios en las aduanas, con empresas del Estado y más. Aquí hay una doble cuestión que no puede pasar desapercibida para nadie: la primera, es que la desigualdad es visible -y humillante- para todos los miembros de la institución. La segunda, es que cada vez está extendida, puertas adentro, la idea de que la FANB no está al servicio del país, ni siquiera de las funciones de gobierno que les han asignado, sino que su tarea es la de proteger intereses particulares de jefes militares, cuyo ostentoso modo de vida está vinculado con ilícitos.
A pesar de que hay dirigentes de la oposición democrática que han expresado fuertes críticas a las posiciones asumidas por el Alto Mando y por alguna de sus unidades -por ejemplo, la DGCIM-, la gran mayoría sabe que en la FANB el espíritu institucional y democrático, de apego a la ley, no ha sido erradicado, ni vencido, ni superado. Los demócratas son mayoría no solo en el universo civil venezolano: también lo son en el seno de una FANB dispersa en la base, concentrada en la cúpula y vigilada por rusos y cubanos.
Son numerosos los analistas y los políticos que sostienen que no será posible realizar el cambio que el país demanda con urgencia, sin la participación de la FANB. El presidente Guaidó, de forma reiterada, ha llamado a los militares a cumplir con la obligación de restablecer el hilo constitucional. Los episodios militares, aunque no hayan cristalizado, son síntomas del malestar que recorre los cuarteles. Es probable que estemos en camino a un escenario donde podrían converger las fuerzas lideradas por Guaidó, los otros factores opositores, empresarios y trabajadores, estudiantes y las comunidades de todo el país que, sumados a los militares institucionales que están distribuidos en todo el territorio nacional, pongan fin a la pesadilla de Maduro y den paso a la refundación de la democracia venezolana.
Miguel Henrique Otero