Verano de 1918, la I Guerra Mundial se decantaba a favor de los aliados. Se sumaban millones de víctimas generadas por una desconocida gripe a los que la Gran Guerra había sembrado en las trincheras y campos franceses. El virus sería letal en los meses siguientes, haciéndose tan mortífera que en cuestión de horas terminaba con la vida de infectados jóvenes y sanos. ¿Qué sucedía? ¿Se trataba de un nuevo método de destrucción empleado por los contendientes?
Grandes pandemias en todos los siglos precedentes al XX y al menos desde la Edad Media diezmaron enormes territorios, entre los que se incluía España, donde importantes ciudades como Barcelona y Madrid se vieron diezmadas en repetidas ocasiones, llevándose por delante, incluso, en 1580 a la reina Ana de Austria, cuarta mujer del rey Felipe II.
Pero la gripe se volvió endémica a partir de 1918, cuando la Gran Guerra agonizaba, surgiendo distintas hipótesis sobre el origen. La más común fue que la aparición de este virus letal se debió al hacinamiento de soldados en las trincheras, donde el agotamiento, la mala alimentación y la falta de higiene ayudaron a su expansión, añadido lógicamente a la mala condición climática que reinaba en Europa, frío y lluvia. Por lo tanto, una primera idea del foco apuntaba hacia Europa. Una segunda apuntó a China, origen de la mayoría de las pandemias mundiales sucedidas a lo largo de la historia, acusándoles de que los 200 000 chinos que se trasladaron a Francia durante el conflicto para trabajar en la retaguardia tuvieron la culpa de la expansión viral. Y una tercera fue la que dio origen a su nombre popular, ponían el foco -erróneamente- en España.
En España y China los primeros casos de gripe se dieron meses después del anuncio el 4 de marzo de 1918 de una pandemia gripal en un campamento militar de Kansas, el de Fort Riley, en Estados Unidos. El movimiento de tropas hizo que la gripe corriera a gran velocidad, pasando del medio oeste americano a la costa este y de allí a Europa, germinando el 1 de abril los primeros contagios gripales en los campamentos estadounidenses de Brest y Burdeos. El arduo combate que enfrentaba a los dos bandos hizo que se silenciara la epidemia a efectos de no demostrar debilidad ante el enemigo, a lo que habría que añadir que las autoridades de los Estados Unidos no iban a permitir ni a reconocer la afirmación de que la incubación nació en su propio territorio, alegando los altos mandos que la gripe procedía de la parte alemana. Otra de las casusas por las que se silenció fue para evitar el pánico entre las tropas, lo que podía derivar en deserciones masivas o revueltas internas, no hay que olvidar que este conflicto fue conocido por el empleo de gases tóxicos en el frente. España, que era país neutral en la guerra, comenzó a publicar en prensa los primeros casos gripales acaecidos en suelo patrio, momento que aprovecharon los estados belicosos para señalar el origen en tierra española, derivando con el tiempo al nombre popular que recibió el virus: la gripe española.
En España se dio a conocer la difusión viral durante la festividad madrileña de San Isidro, propagándose en grandes eventos de masas como la tradicional verbena, los bailes populares y los festejos taurinos. Esos espectáculos multitudinarios ayudaron a la transmisión de la gripe, igual que, lamentablemente, ha ocurrido en la actualidad, siendo de nuevo Madrid la ciudad española más afectada. Haciendo un símil con la pandemia actual, en la Madrid de 1918 ocurrió exactamente lo mismo que en la de 2020, la gripe no se tomó como algo perjudicial, haciéndose burlas y bromas y publicándose parodias alusivas y chistosas en los principales diarios de información, hasta que en junio Madrid ya contaba con 250 000 contagiados, eso sí, bastante menos que en Francia, donde la gripe ya sacudía a millones de personas -otro símil actual, en este asunto con el caso de Italia-. ¿Cómo llegó el virus a España? Pues durante el conflicto que afectó a una gran parte de Europa quedaron miles de puestos vacantes en la industria, que fueron suplidos especialmente por trabajadores llegados de España y Portugal, que después se desplazaban por ferrocarril al interior de la península, facilitando que la enfermedad avanzara con relativa desenvoltura por todo el ámbito ibérico. La propagación aérea de la actualidad se dio en las estaciones de tren en 1918.
Septiembre y noviembre fueron los meses más negros para España, dándose el mayor número de decesos, coincidiendo con el regreso de miles de trabajadores españoles que habían hecho la vendimia en suelo francés. Los gobernadores españoles habían recomendado a las diferentes poblaciones que retrasaran o suspendieran los festejos populares, pero en muchos lugares esto no fue así, lo que ayudó a la propagación. Así mismo, en septiembre se producía en España el reemplazo militar, entrando al ejército muchos jóvenes contagiados. Los nuevos traían el virus y los que salían se contagiaban para portarlo y depositarlo en sus lugares de origen. Todo esto ocasionó una verdadera bomba biológica viral.
Igual que en la España de 2020, la economía jugó un papel importante durante la pandemia. Patronales, sindicatos e Iglesia no querían que se prohibieran las actividades comerciales, laborales ni festivas, por miedo a perder los ingresos que sus negocios generaban, pero el remedio acabó siendo peor que la enfermedad, como se pudo observar más adelante, porque la economía se agravó. Los médicos insistían a los gobernadores a que desinfectasen, a la suspensión de eventos masivos, al cierre de escuelas y al confinamiento hogareño. El parlamento tuvo debates acalorados durante noviembre, donde se debatió sobre el cierre de colegios, de cafés, de iglesias o de casinos, habiendo diferentes posturas y pensamientos -como ocurre siempre-. Mientras tanto la cantidad de muertos era tan abrumadora que los cuerpos se dejaban durante semanas insepultos, sin inhumar. La enfermedad y el descontento social, la intervención militar y la represión trajeron múltiples conflictos sociales que acabaron con el abandono de Maura en el poder. La violencia tomó las calles.
A partir de enero la gripe comenzó a remitir, con una tercera oleada menor que las dos anteriores. En junio parece que la enfermedad, después de trece meses, desapareció, dejando tras de sí un total de 270 000 fallecidos en suelo español y cerca de 8 millones de infectados. La tasa de mortalidad mundial se desconoce, pero se ha estimado que entre el 10 y el 20% de los contagiados falleció, muriendo entre un 3 y un 6% de la población mundial. Se han realizado cálculos aproximados y se han ofrecido una serie de cifras, entre las que destaca China, donde murieron alrededor de 30 millones de personas, en los Estados Unidos unas 600 000 y 250 000 en Reino Unido, en zonas indígenas de América Latina la mortalidad llegó al 90% de la población. Todos esto evidentemente son estimaciones, las deficiencias sanitarias de la mayoría de los países hicieron que no se recogieran datos fidedignos de la mortalidad, lo que hace que las cifras que se manejan en la actualidad oscilen entre los 50 y los 100 millones de decesos.
A diferencia de lo que ocurre hoy en día, afortunadamente, la medicina no estaba tan desarrollada. Los médicos conocían la causa de la gripe, pero las recomendaciones para hacer frente al virus fueron de todo tipo, siendo diversas y contraproducentes en muchos casos. La gente tomaba ajos, yodo, café, coñac, ron o cerveza, junto a otras prácticas como fumar o encerrarse en pequeñas estancias entre familiares para ingerir alcohol. Los diarios especularon con el origen, leyéndose que procedía de las aspirinas Bayern que los alemanes fabricaban, de la goma de los sellos o de la harina que venía de Latinoamérica. Estos remedios o estas creencias sobre el origen lo que denotaban era el miedo y la preocupación por los españoles ante el avance letal del virus, que ante todo se dio por la falta de personal y de medios sanitarios.
2ª parte: sintomatología, estudios recientes y enfermos y víctimas celebres.
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David Aparicio Hernández