Hace poco pude disfrutar en televisión de la película Cortina rasgada de Hitchcock, que relata la misión secreta y posterior huida de un espía (Paul Newman), y su novia (Julie Andrews), en el Berlín oriental. El filme retrata la sociedad de la antigua República Democrática Alemana, en la que los protagonistas son perseguidos por las denuncias de ciudadanos ejemplares obsesionados por informar a la policía comunista de comportamientos sospechosos.
La película, rodada en 1966, me viene a la actualidad porque parece que algunos extrañan los comportamientos, totalitarios para unos, y cívicos para otros, que eran frecuentes al otro lado del Muro de Berlín. Ciudadanos que constantemente sospechan del prójimo, prestos a acudir a un teléfono para delatar un comportamiento sospechoso.
En esta época del COVID-19 no hemos dejado de ver comportamientos que me evocan aquellas imágenes. Un Gobierno que, enrocado en un estado de alarma sin control, lleva a cabo un estado de excepción encubierto, confinando a la población con dispar criterio e imponiendo, a quienes osan salir a la calle, sanciones sin soporte legal por cuantía superior a la futura paga mínima vital. Ciudadanos anónimos que desde sus balcones señalan a los ciudadanos irresponsables, mediante grabaciones desde sus móviles que cuelgan en las redes buscando la recompensa del público. Vecinos que colocan carteles en los ascensores con avisos para ese enfermero o cajero de supermercado, que pone en riesgo a todo el edificio.
La censura a los medios de comunicación, primero filtrando las preguntas a los miembros del gobierno hasta que la prensa se plantó. La foto de portada de los muertos de la pandemia, tan habitual en otro tipo de desagracias, dio lugar a una agria crítica porque nuestra sociedad debe vivir anestesiada del dolor. Tampoco debemos saber el número de fallecidos, en el que cada administración juega sus cartas como tahúres del Mississippi, para evitar liderar ningún ranking. Las subvenciones a los medios tampoco han caído en saco roto: los columnistas más incomodos al poder han sido desplazados por otros más dúctiles, que no dudan en seguir el argumentario que cada día se remite desde Moncloa.
El debate de las fake news ha permitido que la policía de Marlaska vigile las redes sociales para identificar comportamientos de odio; que la fiscalía de Delgado, en lugar de perseguir la falta de medidas preventivas y la ausencia de equipos de protección, que han ayudado a una propagación masiva del virus, aproveche para hacer las paces con el ministro, y detecte una decena de delitos en los mensajes que se difunden por redes sociales. La newtral periodista Ana Pastor se convierte en ministra de la verdad única. Y el cocinero Tezanos publica una encuesta que nos indica que una mayoría de los españoles ansiamos mano dura contra los excesos de la libertad de expresión.
Y a todas estas, Dominique me pregunta que cúando acaba la película.
Dominique F.