Hace 60 años –dios mío- el maestro Billy Wilder dirigía una de sus películas más reconocibles, El apartamento, con Jack Lemmon y Shirley Maclaine de protagonistas, y que le valió cinco Oscars, entre ellos mejor película, director y guión original. En esta obra maestra, Lemmon es un modesto agente de seguros que presta ocasionalmente su apartamento a los jefes para sus citas amorosas. MacLaine es una guapa ascensorista liada con uno de los jefes que usan el apartamento. La comedia nos retrata a dos personas bondadosas y solitarias que viven en un mundo de engaños y falsas apariencias, en el que termina triunfando el amor.
Esta semana se ha hablado, y mucho, del apartamento de Ayuso, que ha pasado de imagen dolorosa de España, tras sus fotos en el diario El Mundo, a casi ser desahuciada de su actual residencia. La izquierda ha arremetido contra ella por hospedarse en un apartahotel vacío, con bellas vistas a un templo de Debod que fue un regalo de Egipto por salvarlo de las aguas de la presa de Asuán.
Un regalo de apartamento, que Ayuso pagará. Cuando el virus empezó a arremeter con fuerza, allá por marzo –hace tanto tiempo- la presidenta optó por confinarse en este lugar para evitar el posible contagio de sus mas allegados, y poder trabajar desde el centro de Madrid sin poner en riesgo la salud de muchos funcionarios. La loable iniciativa no fue oculta, pues su imagen en el apartamento fue vista en multitud de conexiones con los medios de comunicación. Sin embargo, el enredo ha venido cuando se conoce que el casero es Kike Sarasola, empresario de éxito, cercano a Albert Rivera, y con alguna causa procesal pendiente –no podía ser menos en estos tiempos que corren.
Ayuso pagará su apartamento, cuando lo abandone, a razón de ochenta euros diarios, que no es moco de pavo. Pero Ciudadanos no ha desaprovechado la ocasión para participar en el vodevil. El consejero regional Reyero, responsable de políticas sociales, deslizó por error la posibilidad de que el apartamento fuera un regalo, como el templo de Debod, por la adjudicación de un contrato desconocido con los hoteles Room Mate, y que se evaporó de la página web en cuanto fue detectado por la prensa.
Como las aguas no discurren tranquilas por el gobierno regional madrileño, el error involuntario no pasó desapercibido, sino que ha obligado a explicaciones de todos los protagonistas. Ayuso explicando su vida privada, y justificando una decisión personal pagada de su bolsillo. Reyero cortando cabezas en su consejería para evidenciar que el error no fue él, sino de sus subordinados, pero sin explicar cómo es posible que una funcionaria se invente un contrato que no existe y lo haga público por unas horas. Se ha llevado por delante a más personas de su consejería el roomgate que el desastre de su gestión al frente de las residencias de ancianos –pero ese es otro capítulo.
El empresario Sarasola, que cambió la foto con Rivera y Arrimadas por otra con Ayuso y Casado, ha tenido que dar todo tipo de explicaciones sobre su negocio de alquiler inmobiliario, y sus generosos ofrecimientos durante la crisis epidémica. España es un país en el que el altruismo empresarial sale caro, y si no que se lo digan a Amancio Ortega.
Y el vicepresidente Iglesias no tardó en utilizar el roomgate para azuzar contra la presidenta regional y sacar del armario otra vez los fantasmas de corrupción del PP, pese a que todavía no ha explicado por qué fue a comprar su chalet de Galapagar acompañado del tesorero de su partido.
En esta España que consume series por la desescalada, solo hay que sentarse a esperar el siguiente capitulo.
Dominique F.