El veinte de septiembre de 1513, Nuñez de Balboa, con ciento noventa españoles y un número indeterminado de indígenas, se internaron en la selva. Llevaban varios días cruzando el istmo de Panamá, en busca del mar del sur, del que habían oído hablar por informadores locales. Tras varias batallas con caciques locales, Balboa decidió dar descanso a parte de la tropa y continuó el camino con sesenta y siete españoles y unos cuantos indios. Subieron las cordilleras de la región de Chucunaque, desde donde decían se podía ver el ansiado mar. Así, que, Nuñez de Balboa, se adelantó en solitario y llegó a la cima de una de las montañas el veinticinco de septiembre de 1513. Desde allí, contempló una vasta extensión de mar azul. Era la primera vez que un europeo lo veía. Tras él Te Deum Laudamus, por parte del capellán de la expedición, decidieron buscar el camino al mar. Tras una escaramuza con el caudillo del lugar, que fue vencido y convertido en aliado, por fin llegaron a lo que hoy llamamos Océano Pacifico. Nuñez de Balboa, con la espada en una mano y un estandarte de la virgen Maria en la otra, se internó en el agua hasta las rodillas, tomando posesión en nombre de los reyes de Castilla, Juana y Fernando.
Es fácil deducir que aquellos hombres estaban hechos de otra pasta. Que en sus pechos, hervía la valentía y el sacrificio. Buscaban riquezas, es cierto, pero su espíritu aventurero les impelía a jugarse todo a una carta: la riqueza y la gloria o la más mezquina de las muertes.
En mayo del año 2020, en la madrileña calle que lleva el nombre de tan insigne explorador, un grupo de personas decide escuchar desde la calle a un vecino que por las tardes pone a toda potencia el himno nacional. Las autoridades, pensando que se trata de una manifestación no autorizada, mandan a la policía que identifica a algunos de ellos. La decisión ha sido torpe, y al día siguiente se incrementa el número de personas, y al siguiente, se convierte en una protesta antigubernamental que, poco a poco, va extendiéndose a otras calles y luego a otras ciudades de España.
Muchas personas, hastiadas del confinamiento obligado por la pandemia, comienzan a manifestar su descontento. Muchos han perdido el trabajo, otros sus negocios, pero lo que exigen es sobre todo, libertad. Podrá criticarse que una aglomeración en estos tiempos, puede ser un foco de contagios. Pero los que protestan mantienen la distancia entre ellos y utilizan mascarillas, por lo que las autoridades no pueden hacer nada contra ellos. Además, la libertad de manifestación, el derecho a protestar pacíficamente ─incluso contra un gobierno legalmente constituido─, no puede ser suspendido salvo decretando el estado de emergencia, según eminentes juristas e incluso tribunales superiores de las comunidades autónomas.
Que el gobierno tiene tendencias autoritarias, es evidente a cualquiera ─de izquierdas o derechas─, que crea que los derechos ciudadanos son la base de una sociedad democrática. La prueba está, en que el estado de alarma en España se decretó para combatir la pandemia y sin embargo, se ha aprovechado por parte gubernamental para colar, por la parte trasera, disposiciones como la modificar la ley del CNI para beneficio del Señor Iglesias, o pactar con Bildu la derogación de la reforma de la ley laboral (que al poco fue desmentida ante la rebelión de algún ministro).
En eso consiste precisamente el espíritu de Nuñez de Balboa. Los ciudadanos aceptaron como inevitable el confinamiento para detener al virus, no para que hicieran política a sus espaldas aprovechando el momento. Tampoco, para que determinada izquierda instalada en el poder, promoviera una cacerolada contra la monarquía, para más tarde criticar y atacar la misma forma de protesta contra el gobierno. Ahí está el quid de la situación. La ciudadanía aguanta lo que le echen, arrima el hombro cuando es necesario, pero con el objetivo claro de detener el virus, no para perder libertades individuales. Dentro de cada español subyace un Nuñez de Balboa, un aventurero individualista, capaz de adentrarse en solitario, por junglas y desiertos desconocidos en busca de El Dorado.
Y, en estos momentos, El Dorado, es salir de casa, poder trabajar y sobre todo seguir avanzando en la construcción de un país democrático, al que unos odian y otros están empeñados en destruir.
Romero El Madero