No somos más que un punto insignificante en el universo, eso dice la ciencia. Nuestra desaparición no afectaría un ápice al resto de la galaxia, y menos a un espacio sin las delimitaciones que impone el infinito del cosmos, ese concepto bastante inconcebible para nuestras terrenales cabezas.
Sin embargo, y a pesar de nuestra inherente insignificancia universal, el daño que solo uno de nosotros es capaz de ocasionar puede resultar terrible a una escala mucho más ínfima; esa que se sigue produciendo dentro del ámbito de nuestra miserable existencia, porque de insignificante (el que provoca el daño) a insignificante (a quien se provoca el daño), al universo simple y llanamente le importa un bledo.
Solo un dato: en el universo conocido (falta mucho aún por explorar) hay más de cien millones de galaxias, de las que la Vía Láctea, nuestra galaxia, es solo una. Ya lo dijo Carl Sagan: «El universo no fue hecho a medida del hombre; tampoco le es hostil: es indiferente».
Pero, a pesar de eso, demasiados insignificantes de tantas partes del mundo producen una suerte de dañina insignificancia generalizada que altera el devenir de los demás insignificantes que habitan la faz de la tierra, para los cuales tamañas insignificancias sí suponen todo un mundo.
La paradoja está servida, insignificancias que, como su propio nombre indica, en nada afectan en un sentido, pero que tan perjudiciales lo son en otro por cuanto dejan de ser insignificancias en sí mismas. En este caso, el adjetivo de «carente de importancia» se desprende para convertirse en algo de «suma relevancia o magnitud». Es la contradicción entre una existencia tan insulsa a ese nivel tan lejano a nuestra comprensión, pero que a un nivel más de andar por casa tiene entidad propia.
Esto, inevitablemente, enlaza con la cuestión de que todo es relativo, lo cual se queda incompleto si no lo contextualizamos en algún ámbito de comparación o relación, es decir, relativo a nosotros mismos o relativo al universo en el tema que nos ocupa. Por ejemplo, una pandemia mundial es un fenómeno de suma importancia a ese nivel mundial al que el propio fenómeno hace referencia, sin entrar en detalle de implicaciones más locales; sin embargo, si esa importancia la pasamos a contextualizar en relación al universo, esta se difumina tan rápidamente que pasa a desaparecer de un plumazo.
Y ya que hablamos de relatividad, Albert Einstein dijo: «Dos cosas son infinitas: el universo y la estupidez humana; y yo no estoy seguro sobre el universo». A pesar de la duda de una de las mentes menos insignificantes de la tierra sobre la cuestión del infinito, nuestra insignificancia está servida, nos guste o no. Jamás alcanzaremos el estatus de ser el ombligo del universo por mucho que algunos se resistan a admitirlo. Y es que, insignificancia y estupidez humana van inevitablemente cogidas de la mano, que ya lo dijo Bill Watterson con su afirmación de: «A veces pienso que la prueba más fehaciente de que existe vida inteligente en el universo es que nadie ha intentado contactar con nosotros». Por algo será.
Mientras tanto y como conclusión para insignificantes desencadenantes de insignificancias universalmente hablando, pero con efectos sumamente dañinos a un nivel más terrenal: ponte la puta mascarilla y guarda la puta distancia de seguridad. Al universo le dará lo mismo, pero al resto no.
SagrarioG
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