viernes, noviembre 22, 2024
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Los sonámbulos

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El momento por el que está atravesando la humanidad es una repetición de la Historia, cuando uno de los Jinetes del Apocalipsis, en este caso la Peste, toma protagonismo y la remodela. Constituye una prueba en toda regla para la sociedad, aquellos grupos sociales que estén cohesionados tendrán más probabilidades de superar el trance que aquellos otros que afronten el problema disgregados o que hayan elegido la dirección equivocada.

El escenario que deja la pandemia es disruptivo, creando un ambiente que afectará tanto al ámbito colectivo como al individual y sus consecuencias serán duraderas. La crisis va a dejar un veredicto irrebatible de como funcionan las sociedades y sus respectivas economías.

Para España es un momento de prueba, dado que la pandemia ha puesto de manifiesto en toda su crudeza su frágil organización estatal y su polarización política. Este hecho ya se puso de manifiesto en los sucesos del 11-M de 2004 y se ha ido confirmando, y acentuando desde entonces, ya que, entre otros aspectos, las exageradas garantías jurídicas impiden una adecuada, oportuna y eficaz defensa de Estado.

En pleno proceso de deterioro del régimen de la Transición, se pone de manifiesto que una de sus causas más notorias sea el sistema de partidos que ha ido conformándose durante la “democracia” y que ha dado como resultado la creación de estructuras rígidas, poco atrayentes como elementos de innovación social y que practican su actuación desde una perspectiva de rasgos profesionales, como una manera de ganarse la vida.

Otro factor que de forma más inadvertida deteriora gravemente la convivencia es la adopción, por una gran mayoría de la clase política, como parte del discurso y practica política, de una versión propia del posmodernismo, aunque la gran mayoría de los practicantes no sean plenamente conscientes de ello. La izquierda lo tiene plenamente asumido y el denominado centro derecha asume por imitación partes del credo. La educación pública es uno de los vehículos de implantación ideológica, cuyos frutos ya son fácilmente identificables.

El primer síntoma posmodernista es la laxitud identitaria, al admitir su modelación permanente debido a las fuerzas culturales y no por la tradición o por su pertenencia a una comunidad determinada. A la evanescencia de la identidad se le une el relativismo de la moralidad y del discurso ético que son resultado de la relación discursiva y de la oportunidad de conveniencia. Todo ello va acompañado de lo que podía entenderse como una “deconstrucción” de lo que hoy se entiende por “cultura” que, en su mayoría, son actividades evanescentes dependientes de su difusión mediática.

En estas condiciones es difícil que España afronte la dura prueba del Covid-19 y sus consecuencias, así como la necesaria preparación para afrontar la realidad de la Era Digital. El criterio que la sociedad tiene que admitir y apoyar en las presentes circunstancias, es un cumulo de actuaciones que no son puramente materiales, cuya finalidad consiste en maximizar el bien social de la forma menos traumática posible. Y aquí empieza el problema pues las diferentes modalidades de posmodernismo, no encajan en un contexto en que las consideraciones éticas deben impregnar las soluciones que se adopten naturaleza económica, las que se conocen como “sociales” y aquellas de seguridad.

Los países que mejor han gestionado la crisis comparten actuaciones tales como: la rapidez en la toma de decisiones, la preparación para gestionar emergencias, y la confianza social en el liderazgo político y en la información que difunden, todo ello en un ambiente de solidaridad donde prevalece la igualdad. En España, en lo que va de pandemia, las actuaciones han brillado por su ausencia. Es difícil ser solidario y ejemplar cuando no se sabe quién lidera, es difícil ser solidario cuando se demuestra por los hechos que la ausencia de solución a la catástrofe es un hecho político, o lo que es lo mismo: partidista.

Quizás Henry Kissinger ha resumido con claridad el problema: “Las naciones se integran y florecen en la creencia de que sus instituciones pueden prever las calamidades, limitar su impacto y restaurar la estabilidad. Cuando acabe la Covid-19 las instituciones de muchos países se percibirán como fallidas”.

Se trata de una especie de selección natural, pero hay que apelar a la sociedad y hacerle ver que un Gobierno tiene sentido mientras es útil. En un régimen de libertades, el cambio de Gobierno es síntoma de normalidad y cuando es evidente su incapacidad la dimisión o la censura son parte de la solución, el sonambulismo no lo es.

 

 

Enrique Fojón

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