Máximo Gorki podía haberle dicho a Stalin: Me acompañan tus pasos en la huida al comenzar la luz cada mañana… porque Stalin no disimuló el interés de envenenarlo. Menos mal que en Capri, mientras Gorki paseaba con su loro, al animal le llegó el olor de los bombones envenenados.
En esto de envenenar los rusos son verdaderos maestros. Pero no los únicos.
Sin ir más lejos se sospecha que Fernando el Católico tuvo algo que ver con la muerte repentina de su elogiado yerno Felipe el Hermoso, que dejó de serlo porque el de Aragón no podía consentir que un flamenco guapo le quitase las riendas del gobierno. Más tarde, ya muerta doña Isabel, Fernando tomó por esposa a Germana de Foix, tan joven que le dio tiempo de ser la amante de su nieto Carlos V. También ella compuso brebajes para que el rey, de edad cansada, se estremeciera de satisfacciones conyugales.
Cuentan que más de un papa ha sido envenenado. Libros e investigaciones hay intentando demostrar que Juan Pablo I se quedó dormido inesperadamente, como si hubiera paladeado con intensidad la taza de café volcada sobre la colcha. Desde luego es veraz que el papa Luna, gracias a su bizarría aragonesa, no murió porque manos expertas habían mejorado los sabores de su tisana favorita.
Más cierto que la luz del mediodía es que la historia general cambió mucho por el trasiego de los venenos.
Hoy, sin necesidad de salir a la calle, veo:
*Una rufianesca foto del rey cuando era niño saludando a Franco, exhibida en el Congreso como una estampita de primera Comunión.
*Una manifestación en Cataluña porque Torra significaba la libertad de un pueblo oprimido… y, al no ser ya presidente, quién velará ahora por aquella independencia.
*La desbordante alegría del ministro Salvador Illa, con tanto muerto sin aclarar y los que quedan… pero él no ha venido desde tan lejos para eso.
*Ertes y ruinas en la economía de España. Este país no merece la dulzura equivocada de las ministras del ramo…
Y no hay brío en las calles de la razón ni cabezas acreditadas que alerten de la solapada tragedia en este teatro de locos. León Felipe se preguntaba: ¿Cuándo se pierde el juicio? ¿Cuándo enloquece el hombre?. Diera la impresión que los españoles vivimos dulcemente envenenados, en la noche más oscura del pensamiento.
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