domingo, noviembre 24, 2024
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De Madrid al cielo. O al infierno

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La confianza se perdió hace mucho tiempo en aquellos que demostraron con sus hechos cómo los intereses personales están por encima de la vida de las personas. Con ese fanático expolio de la razón cuyas verdades se convierten en mentiras o las mentiras pasan a ser verdades según su antojo y provecho. En esa dualidad de pensamiento que, aunque sí implica una pérdida de contacto con la realidad, no tiene un origen de tipo esquizofrénico, sino fundado en la premeditación de manipular esa realidad.

La discriminación y segregación es tan evidente como que esa pseudo estirpe no me representará jamás; nunca lo hizo y ahora menos. Qué mejor que una situación crítica para saber de qué pie cojean los que se creen por encima de otros, pero no son más que la peor calaña.

Busco la palabra «política» en el diccionario porque su significado se diluye entre tanto sinsentido, y la RAE me muestra, entre otras acepciones: «actividad de quienes rigen o aspiran a regir los asuntos públicos». Entonces me doy cuenta de que no es una cuestión de la actividad en sí, sino de los que la practican, muchos de los cuales, fuera de apoyarse en una deontología con valores y normas para ejercer correctamente su actividad profesional, destruyen el concepto con sus prácticas viciadas.

Un profesional es aquel que se afana en desempeñar su labor con maestría y de cuya actitud subyacen esos valores éticos y morales que, hoy en día y desde hace mucho, brillan tanto por su ausencia en la práctica política. Cuánto más si no hace falta una formación específica y puede meterse a político cualquiera. El artículo 11 de Ley 50/1997, de 27 de noviembre, del Gobierno establece que, para ser miembro del Ejecutivo, basta con «ser español, mayor de edad, disfrutar de los derechos de sufragio activo y pasivo, así como no estar inhabilitado para ejercer empleo o cargo público por sentencia judicial firme».

Un ejemplo: Isabel Díaz Ayuso, la presidenta de la Comunidad de Madrid, quien no se aclara ni con el título del máster que dice que estudió y de la que puedes encontrar hasta diez currículos diferentes según donde rasques, cuenta con la inestimable experiencia de la gestión de la cuenta de Twitter del fallecido perro de Esperanza Aguirre donde gastaba un estilo ciertamente macarra. Estilo que mantiene en la gestión de la pandemia de la Covid-19 en la Comunidad de Madrid y al que cabe añadir además el calificativo de esperpéntico.

Por aclarar y volviendo a echar mano del diccionario, el adjetivo macarra aplicado al modo de gestión de esta señora es «achulado», también «vulgar, de mal gusto». En cuanto a su esperpéntico mandato, evoca descaradamente ese «género literario creado por Valle-Inclán, que se caracteriza por la presentación de una realidad deformada y grotesca y la degradación de los valores consagrados a una situación ridícula».

Y ese esperpento es lo que tenemos en la Comunidad de Madrid: una atención primaria absolutamente desbordada y despreciada, con centros todavía cerrados. Con los hospitales aguantando una presión excesiva y con visos de reventar por el precedente que se inició en el mes de marzo y por los continuos recortes en Sanidad que tanto se ha afanado en aplicar el gobierno del PP en esta Comunidad durante muchos años. Con insuficientes rastreadores y, para más inri, la increíble disminución también del número de pruebas diagnósticas. Con nuestros docentes buscándose la vida y dedicando muchas más horas de las que tienen por contrato a seguir educando a su alumnado tanto a distancia como presencialmente, y viendo cómo los escasos protocolos de detección y prevención decretados por la Comunidad eran una sarta de mentiras. Con unas absurdas medidas de confinamiento por zonas sanitarias fundadas en la discriminación y la segregación…

Érase una vez un lugar donde las cuentas no salían ni las lecciones se aprendían por mucho que se estudiaran. Donde la experiencia no servía más que para reincidir y tropezar infinitamente con la misma piedra, a pesar de que esta apenas fuera ya un guijarro. ¿Sería una mezcla de conflictos de intereses, de guerras de poder, de inutilidades varias, de egoísmo y segregación? Definitivamente sí.

De Madrid al cielo. O al infierno.

SagrarioG
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