Mucho se habla hoy de los impuestos y de la necesidad de los gravámenes a las rentas más altas. Sin embargo, la gran mayoría de los debates que se suscitan a menudo están poco asentados en la evidencia del impacto que han tenido las bajadas de impuestos a lo largo de la historia.
En 1963, en EEUU el gravamen a rentas superiores a los 400.000 dólares (el 1% de la población) era del 91%. En la actualidad esta tasa para los superricos supera por poco el 40%. Es decir, ha caído más de 50 puntos en los últimos las últimas décadas.
La teoría subyacente que avalaba esta bajada se conoce como “teoría del goteo”. Esta teoría sugiere que al ser los ricos quienes gestionasen sus propios recursos, gastarían en la economía real mucho más dinero, y sus gastos llegarían al conjunto de la población, enriqueciendo a la sociedad en su conjunto. Esto a su vez debía inducir un círculo virtuoso que haría crecer la economía al tener una mejor asignación de recursos y permitiría inversiones que harían avanzar la innovación y el mercado.
Hoy, casi 60 años después de aquella fiscalidad que hoy resulta difícilmente imaginable, sabemos gracias a diversos estudios que no existe ninguna causalidad entre reducir los impuestos a los ricos y el crecimiento, como se puede observar en los datos de la oficina de análisis económico del departamento de comercio EEUU. De hecho, los efectos que se han dado han sido bien distintos.
En primer lugar, es altamente probable que la teoría del goteo subestime la cantidad de ingresos que no provengan de una inversión productiva, sino que deriven de una simple y llana extracción de rentas procedentes del resto. Con esto nos referimos, entre otras cuestiones, a la inversión en vivienda.
Entre 2015 y 2022, el esfuerzo que hacen los españoles por el alquiler de vivienda se ha disparado un 60% y esto solo puede darse en un contexto de divergencia patrimonial. Quienes tienen patrimonio para permitirse comprar viviendas para alquilar, acaban teniendo unos ingresos de capital extraordinarios que les permiten seguir acumulando riqueza, mientras que quienes tienen que pagar un alquiler, destinan buena parte de sus recursos al mismo, imposibilitando el ahorro de dichas familias.
Podría argumentarse que los profesionales mejor pagados suelen ser mucho más productivos, y por ello bajos impuestos implican mayores beneficios empresariales. Pues bien, de acuerdo a Emmanuel Saez y Joel Slemrod en su artículo de 2012 en ‘Jornal of economics’ “La elasticidad de los ingresos sujetos a impuestos respecto de las tasas marginales de los mismos: una revisión crítica”, no hay pruebas convincentes de que se produzcan respuestas económicas reales a tasas impositivas en la parte superior de la distribución de ingresos. Esto, en definitiva, supone que la gente no trabaja más o menos en función del tramo máximo de cotización.
Pero aún hay más, cuando los tipos impositivos máximos son elevados, renta mucho más el dinero en la empresa que destinando el 60 o el 70% del salario a pagar impuestos por lo que en la práctica no se pagan salarios desorbitados de millones de euros, obligando a una cultura salarial distinta, donde parte de la remuneración de los altos directivos supone un cierto grado de discrecionalidad por su parte para desarrollar proyectos sociales.
Por si esto fuera poco, impuestos elevados en su tramo marginal reducen el atractivo de determinadas profesiones muy lucrativas pero muchas veces escasamente útiles para la sociedad. Si nos fiamos de Thoman Philippon, en ‘The great reversal: How Ameerica Gave up on Free Marquets’ (Harvard university press 2019), los estudiantes del MIT que elegían como carrera profesional finanzas después de la crisis de 2008 supusieron un 45% menos, lo que implica una mejor distribución del talento por la menor remuneración de las finanzas.
Es el momento de tener un debate serio de cómo las últimas décadas de bajadas de impuestos han supuesto un cambio de mentalidad en nuestras sociedades y cómo estamos condicionando con ellos el futuro de nuestro país. Tenemos los datos, tenemos las consecuencias, abordémoslo de una vez sin demagogia.
Alberto Oliver es diputado de Más Madrid en la Asamblea de Madrid e ingeniero industrial del Estado.