Un cálculo muy conservador estima que los venezolanos que han huido del país, los que han sido forzados a salir del territorio y los que hemos tomado el camino del exilio ―en total, más de 7 millones de personas―, nos hemos dispersado en, al menos,76 países. No me referiré aquí a los ataques y expresiones de xenofobia que se han producido contra venezolanos, especialmente en naciones de América Latina como Chile, Perú, Ecuador, Colombia, Panamá, República Dominicana, Guatemala, México, El Salvador y otros. Me concentraré aquí en comentar los ataques que se han producido desde Venezuela.
El primer enemigo, abierto y declarado de la diáspora, ha sido y es el régimen de Chávez y Maduro. Desde 2014, aproximadamente, cuando se hizo evidente que la huida de Venezuela tenía un carácter masivo y no estacional, comenzaron a publicarse reportajes y también artículos académicos que aportaron los primeros análisis al respecto.
No tardaron los voceros del régimen, como es previsible, en lanzar acusaciones, descalificaciones y mentiras. Desde entonces, “las narrativas” del régimen han variado y se han mezclado unas con otras. Han hecho uso de la agresividad, la negación, la minimización, la injuria y, más recientemente, la infantilización del migrante. La lista anterior no necesariamente constituye un orden sucesivo. A partir de 2015, especialmente desde 2018, los ataques a la diáspora se han diversificado y se han intensificado. Veamos.
Hay una etapa, aproximadamente entre los años 2014 y 2016, en la que una parte sustantiva del esfuerzo comunicacional y político del régimen consistió en asociar a los migrantes con la delincuencia. En concreto, con el contrabando de extracción, el secuestro, el abigeato, la actividad de los grupos paramilitares y otros delitos asociados. No me olvido que, tras las primeras denuncias aparecidas en la prensa de Colombia, con relación a que el Ejército de Liberación Nacional estaba reclutando niños venezolanos en la frontera, saltaron varios voceros oficialistas a culpar al expresidente Álvaro Uribe y a un supuesto plan para crear un cinturón paramilitar que, tarde o temprano, atacaría a la revolución bolivariana, penetrando en Venezuela desde Colombia.
Luego, grosso modo, vino un período, 2018 y 2019, en el que intentaron minimizar el problema. Dijeron: “Es un montaje, son siempre los mismos que van y vienen; no hay tal incremento de los emigrantes, el aumento no sobrepasa el 5%; es un invento de los medios de comunicación porque en las fronteras hay total normalidad”. En 2018 se produjo una declaración de Maduro en la que sostenía que los migrantes se iban engañados. En ese momento se dio el primer intento oficial por rebajar el número de emigrantes. Cuando en agosto de ese año, Acnur emitió un reporte que hablaba de 2,3 millones de migrantes, equivalente a 7% de la población, Maduro lanzó su propia estimación, sin aclarar de dónde sacó su número: habló de 600.000 personas. Es decir, apenas una cuarta parte del número constatado con autoridades de otros países. Y así.
De forma simultánea, en 2019 ―el año anterior a la pandemia― comenzó la campaña de silenciamiento: evitar mencionar el asunto. No decir ni una palabra, mientras en toda América Latina las noticias y el debate sobre los migrantes venezolanos alcanzaba primeras páginas, grandes titulares y decisiones gubernamentales. Durante meses, Maduro, Cabello y el resto de los dirigentes de la banda se comportaron como si no estuviese pasando nada.
Lo que ha venido a continuación tiene un carácter grotesco, de extremo cinismo y desprecio por el sufrimiento humano. Me referiré solo a tres de sus argumentos predilectos. Uno: dijeron ―y continúan repitiendo― que los migrantes son una especie de grupo mentalmente manipulable, gente de psique frágil, inconsistente, que se dejan conducir como borregos hacia otros países, donde son explotados y vejados por tontos. Dos: asociado al anterior, está el que debe ser el argumento que encabeza la categoría de la perversión, según el cual los emigrantes son unos irresponsables ―especialmente aquellos que se han atrevido a cruzar la selva de Darién―, que bien merecido tienen lo que les pasa. Este señalamiento es simplemente asqueroso y no merece otro comentario. Tres: los migrantes, una vez develado el engaño, y comprobado que en ningún lugar del mundo se vive mejor, están regresando masivamente a Venezuela a recibir los beneficios de la revolución bolivariana. Esta es, ahora mismo, la mentira predilecta de los “diplomáticos” al servicio del régimen. La replican donde pueden.
Y mientras el régimen denigra, miente, distorsiona, humilla y niega las duras realidades de los emigrados, ¿qué dice la oposición venezolana? Nada. ¿Han formulado una política común, que denuncie dentro y fuera de Venezuela, los extendidos padecimientos que castigan a los venezolanos en la diáspora? No la han formulado. ¿Han intentado organizarse para proveer alguna forma de ayuda con respecto a la precariedad legal, familiar, laboral o social en la que viven cientos de miles de familias en distintos países? Nada. ¿Acaso han intentado crear aunque sea una red con las más de 1.400 asociaciones ―aproximadamente― que los venezolanos han creado fuera de Venezuela? No.
Ahhh… pero viene un proceso electoral. Así, los políticos opositores han recordado la existencia de 7 millones de venezolanos en la diáspora, de los cuales, más de 4 millones tienen edad para ejercer el derecho al voto. ¿Se limitarán a luchar porque se cumpla el derecho establecido en la Constitución ―lucha legítima e imprescindible por el voto―, o intentarán formular también un gran programa político y un proyecto social que responda a las preguntas y demandas de los que fueron forzados a huir del país?