El piloto de un UAV (avión no tripulado en sus siglas en inglés) no sufre mal de altura, su cuello no se castiga con los G’s de las maniobras de un caza, ni puede ser derribado; lo suyo es peor aún. Cuando en Afganistán el termómetro frisa los 50 grados, él vive 10 horas de cada día en penumbra en un contenedor abrigado con un forro polar y un gorro de lana, a 18 grados. Un piloto de drones vive con una adrenalina difícil de desfogar. “El que se mete en esto, sabe que va a estar ya en el lío toda la vida”, explica el capitán Carlos Gil, responsable de la formación de pilotos de drones del Ejército de Tierra. Lo dice en un aeródromo de la provincia de León, bajo un sol centelleante, pero después de haber vivido varios periodos de servicio en Afganistán, en condiciones casi de aislamiento sensorial. En esta pista de Pajares de Otero se están formando los futuros operadores de los dispositivos aéreos de captación de inteligencia. Los pilotos de los UAVs, pilotos que nunca tomarán altura, pero que pilotarán 10 horas diarias.
Para las Fuerzas Armadas españolas el asunto de la inteligencia desde el aire se ha convertido en un tema capital. La unidad de UAVs del Ejército de Tierra desplegó casi cinco años en Afganistán, con estos aparatos Search MK IIIJ de fabricación israelí que hoy surcan el despejado cielo leonés. “Demostraron que son un sistema excelente en cuanto a operatividad y utilidad, no dieron un problema en las condiciones meteorológicas más exigentes”, explica Gil, un oficial de caballería veterano de varias batallas, entre otras las de Irak. En Afganistán volaron 5.000 horas en las que, con las botas en un contenedor de color verde oliva, pusieron los ojos hasta a 250 kilómetros de distancia, 50 más de los que se le reconocen oficialmente al aparato. El éxito de este sistema de armas que no está armado (los drones españoles no llevan misiles, se dedican solo a la observación e inteligencia) es que los convoyes españoles sortearon emboscadas, trampas y problemas durante los complicados años de la misión en Afganistán. Antes de que los RG21 y los Linces cargados de fusileros pasaran por los caminos de carretas que forman la red de carreteras de Afganistán, un UAV sobrevolaba y observaba con ojo de águila toda la información que Gil y sus compañeros, encerrados en un contenedor en la base de Herat, procesaban.
Un Seacher del Ejército de Tierra en pleno vuelo sobre la provincia de León. | ED
Demostrada la utilidad, previsto su despliegue en el complejo escenario de Irak –donde las tropas españolas están formando a unidades del ejército local–, había que dar forma a la preparación de pilotos y operadores de este sistema, llamado Plataforma Autónoma Sensorizada de Inteligencia (PASI). De eso se han encargado las Fuerzas Aeromóviles del Ejército de Tierra (FAMET), a las que pertenecen el capitán Gil y el equipo de instructores que está formando estas semanas a dos oficiales y cuatro suboficiales del Ejército en Pajares de Otero. Una formación que requiere casi un año y hasta ahora comenzaba en Matacán (Salamanca) a cargo del Ejército del Aire.
Realmente el Ejército está como huésped en Pajares de Otero, un coqueto y moderno aeródromo con escuela de pilotos convencionales y base de varias empresas de aviación. El destino final de esta unidad, que es oficialmente el Grupo de Obtención por Sistemas Aéreos del Regimiento de Inteligencia n.º 1, estará en la base aérea de Virgen del Camino, también en León, según explica el teniente coronel Barrio, el jefe de la unidad. Mientras se acondiciona correctamente esa base militar, los camiones caqui y los uniformes conviven con los coches civiles en el aparcamiento, en los hangares y por las zonas comunes del aeródromo. El Ejército ha desplazado aquí a mecánicos, bomberos, personal especialista, instructores, alumnos y, claro, a sus cuatro aparatos Searcher de color gris.
Sistemas integrados en las unidades
El Serchear es un avión sin cristales (lógico) de gran envergadura, con un tren de aterrizaje de apariencia frágil (falso, es capaz de aguantar importantes zarandeos en pista), impulsado por una hélice. El Ejercito de Tierra dispone de varios sistemas de aviones no tripulados, pero aspira a tener bastantes más. En las brigadas ya están los Raven –que también se utilizaron en Afganistán–, mucho más pequeños, que se ponen en el aire sin necesidad de pista (realmente se lanzan “a brazo”). En el futuro, las operaciones especiales y las compañías de fusileros contarán con micro UAVs con fines tácticos, y también se dispondrá de un modelo superior, de carácter estratégico, que permita 24 horas en el aire. El Searcher en realidad está en medio de los dos sistemas.
El Searcher no es un Predator (el gran UAV de fabricación norteamericana capaz de operar con misiles), pero sí es un aparato de buena envergadura, que requiere pericia y habilitaciones para volarlo y una pista de aterrizaje en condiciones. En el contenedor desde el que se opera hace mucho frío, para preservar los sistemas informáticos, y hay cierta tensión. Los UAVs están acoplándose al sistema de aeronavegación español, y los militares extreman la prudencia y redoblan el cuidado cuando comparten cielo con el tráfico civil, que proporciona unas ventanas de vuelo. El aparato con el que se están formando los operadores sobrevuela una zona rural de León y juguetea con las cámaras, extremadamente precisas. Un paisano sale de casa, coge su moto y se incorpora a una carretera vecinal. El dron lo va siguiendo, como entrenamiento e instrucción para el personal. Poco puede imaginar el motorista que un aparato gris, que vuela a más de 12.000 pies y 65 nudos está observando cuidadosamente su camino. “Esto en manos de la DGT no tenía precio”, se bromea en el contenedor, a fin de rebajar la tensión de los alumnos. Efectivamente, se trata de un observador silencioso, discretísimo, con el que no se arriesgan vidas humanas.
El interior del contenedor de una estación de UAV del Ejército español. Desde aquí se controla el vuelo y todos los sistemas del Searcher Mk III. | ED
Exactamente el tipo de capacidades que la nueva doctrina de las Fuerzas Armadas está priorizando. Sistemas más baratos y que no ponen en riesgo vidas. Inteligencia y observación, antes que misiones a sangre y fuego.
Si se está cómodamente (aunque abrigado) instalado en un contenedor, si no se arriesga la vida, ¿por qué es tan dura la vida de un operador de drones? El capitán Gil, cocinero antes que fraile instructor, explica que la tensión y la concentración son máximas, además hay que tener una buena coordinación mente manos y comprensión espacial, porque se maneja un aparato desde el suelo, lo que hace el asunto más complicado. Las fuerzas armadas de Estados Unidos –que ya forma más pilotos de drones que convencionales– tienen un porcentaje de bajas psicológicas tremendo, lo que haya hecho que tenga que recurrir a pilotos civiles para cubrir sus necesidades. Los drones norteamericanos se dirigen y pilotan principalmente desde una base en el desierto de Nevada, vía satélite. Un piloto sale de su casa, lleva su hijo al colegio, va a la base, pilota un Predator, puede que bombardee un objetivo en Afganistán, con muertos, y cuando acaba su turno se vuelve a casa pasando por el supermercado. Algo difícil de asimilar mentalmente.
En el caso de los españoles, no fue así, estaban instalados en Afganistán y no bombardeaban. “Estás en el ambiente de la misión, con los compañeros que salen luego en los convoyes, y eso ayuda a tener la perspectiva y ambientación de lo que estás haciendo”, explica otro de los veteranos de Afganistán.
Pero si el dron espía, también pueden espiar los dones del enemigo. Hay además en el mercado dones muy baratos –casi de juguete– que pueden proporcionar una importante información de zonas sensibles a organizacioness terroristas, como DAESH. En Siria, incluso se están usando estos dones baratos y comerciales (se compran por Ebay o Amazon por unos 100 dólares) para bombardear objetivos. «Y es relativamente fácil», explica el capitán Gil. De ahí que parte de la investigación y del esfuerzo económico vaya también en defensa contra estos drones, basado en inhibidos de sus frecuencias de uso.
Gil y sus compañeros instructores se formaron en Israel, la Meca –si se permite el anatema– de este tipo de sistemas de armas, y allí se enamoraron de esta forma silenciosa e inteligente de estar en la guerra. A los pilotos de dones les falta aún esa gran película bélica que ponga épica a su trabajo. Lo que sí parece claro, a ellos al menos, que además trabajan en núcleo principal de los helicópteros de las Fuerzas Armadas, es que este tipo de aparatos sustituirá lo que hoy hacen otros mucho más caros de operar y peligrosos para la vida de los militares.
En el enorme hall y cafetería del aeródromo de Pajares de Otero se mezclan las camisas blancas de galones dorados y pantalones azules de los pilotos comerciales con las rudas botas y los uniformes de camuflaje boscoso de los militares de Tierra. La coqueta y reluciente instalación está ya medio colonizada por el expansivo mundo castrense. En una gran pared, las fotos y souvenirs propios de la vida militar. Dominando la misma, el lema de la unidad: «En el cielo desde tierra». Del terruño leonés a los ardientes cielos iraquíes, en un dron.
Joaquín Vidal