Lo asegura la Fundación para la Excelencia y Calidad de la Oncología (ECO), cuyo presidente, Vicente Guillem, considera que la situación «no es excesivamente alarmante» pero sí muestra su preocupación porque hace una década alguno de entre los diez primeros clasificados en el examen de formación -el conocido como MIR- escogía la especialidad y este año «ha sido el 149 o el 150 el primero» que lo ha hecho.
En declaraciones a Efe, Guillem ve «claro» que la especialidad «no despierta el interés que despertaba hace unos años» a pesar de que el cáncer es la segunda causa de muerte en España, una opinión que comparte el jefe del servicio de oncología del Hospital General de Valencia, Carlos Camps.
Camps recuerda que hubo una época en los años 90 en los que hubo una «explosión» de entusiasmo por la oncología entre los que se habían examinado del MIR pero ante la complejidad de la especialidad, tienden a optar por otras «más cómodas», incluso «más brillantes socialmente».
Las especialidades que antes se han acabado este año han sido las de dermatología, cirugía plástica, anestesiología y cardiología, entre otras, mientras que la última plaza de oncología ha sido asignada en el octavo día de elección con el número 5.155, cuando el pasado año se adjudicó al 4.065, según los datos de la Fundación ECO.
¿A qué se debe? pues a juicio de Camps, a que es una especialidad «muy dura» en la que los profesionales se enfrentan a situaciones muy complejas, con problemas siempre graves, que, además exige un estudio constante de disciplinas «nada sencillas».
«Nos enfrentamos a situaciones muy duras, de vida y muerte todos los días y los que se examinan del MIR son gente joven que quizás no estén preparados desde el punto de vista de su madurez en la inteligencia emocional para llevar bien este tipo de situaciones», considera.
Lo que hace diferente la residencia -la etapa de formación del médico en la especialidad- de oncología a las otras es también el tipo de paciente.
Y es que La especialidad tiene una «grandísima carga asistencial» porque el enfermo es «difícil, complejo, con muchas comorbilidades», según explica Guillem, quien agrega, además, que muchos de ellos mueren, con lo que el profesional tiene que dar malas noticias y ser empático, lo que también puede contribuir a que la oncología haya perdido «un poquito de interés».
La muerte «da una sensación de fracaso tremenda» continua el presidente de la Fundación ECO que, no obstante, subraya que el paciente de cáncer «es el más agradecido que existe».
Tanto Guillem como Camps también coinciden en echar en falta que las facultades de medicina dediquen más horas a esta especialidad, ya que son pocas las que la tienen como una asignatura de seis créditos completa, y son la mayoría las que la tienen de tres créditos -once clases- y compartida con otras.
«Con ese tiempo es muy difícil enamorar al estudiante, transmitirle la pasión por trabajar con enfermos de cáncer», señala Camps, quien, además, destaca que el residente «vive con el estrés de no poder equivocarse».
Sergio San Diego acaba de terminar su residencia en oncología y comparte la opinión de los expertos y añade que durante la carrera «la percepción subjetiva es que te están preparando para curar y, por desgracia, en esta disciplina es bastante frecuente el no poder curar».
Su experiencia durante la residencia ha sido como esperaba cuando la comenzó, dura, con etapas más complicadas que otras y cada día como «un reto continuo», dice.
A pesar de la dureza de la especialidad y que «no todo el mundo está dispuesta a sufrirla», el doctor Guillem no la cambiaría por ninguna otra porque es «preciosa».
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