«Los puteros son psicópatas, no quieren una relación normal y corriente, ¡si yo te contara las cosas que me obligaban a hacer!», relata Diana (nombre ficticio), superviviente de trata.
«Un hombre, un chaval que ve un vídeo porno cree que las mujeres pueden hacer lo mismo, suena a ciencia ficción. La sociedad está enferma», afirma.
Con motivo del Día Mundial Contra la Trata de Personas ha hablado de cómo la mafia la engañó, la amenazó y la obligó a prostituirse.
«En Brasil yo era estudiante de Derecho y trabajaba en un bufete de abogados, pero por la crisis perdí mi trabajo y no me llegaba para la universidad», comienza su historia.
Fue entonces cuando contactó con una supuesta agencia de empleo en Europa que le ofreció trabajo doméstico por 1.200 euros al mes, de manera que en seis, pensó, tendría suficiente para la universidad. «El anzuelo es: te lo pinto bonito, te digo primero la parte económica y con eso te quedas», explica.
En su destino, Portugal, la llevaron a una lujosa casa para que se tomara junto a otras chicas «una semana de vacaciones». Allí, la mujer que las recibió se ofreció a guardar su documentación, «nos dijo que como éramos muchas podíamos perder el pasaporte y que ella nos hacía el favor de custodiarlo», explica Diana, que se lo entregó sin dudar porque para entonces se había ganado su confianza.
Después de esto, todo cambió para ellas. «Nos dijo: aquí no habéis venido a un trabajo doméstico, aquí habéis venido a ejercer la prostitución», rememora con voz temblorosa.
«Me negué y uno de seguridad me dio un bofetón, empezó a sacar fotos y vídeos de mis hermanas y mis sobrinas (de 4 y 6 años) y me dijo: tengo gente en Brasil y si te decides a escapar vamos a secuestrar a tus sobrinas y violarlas, lo vamos a grabar y te lo vamos a enseñar».
En su testimonio cuenta cómo las mafias les hacen creer que tienen una deuda que saldar por el viaje y la semana de vacaciones, dinero que aumenta con los gastos de comida, peluquería, manicura o tabaco. «La deuda nunca disminuía, siempre aumentaba».
Las mueven de club cada 21 días porque «los hombres quieren ver chicas nuevas y cuando llegan se llena porque es como si todas nosotras viniéramos vírgenes». En su caso, pasó por todos los clubes de Portugal hasta que una redada hizo que la llevaran a Sevilla y, posteriormente, a Madrid.
En Sevilla, cuenta, la obligaron a drogarse para ganar más dinero. «El camarero me dijo que me iba a enseñar. Vino con una bandeja de esas de película, me preparó una raya bien grande, me enseñó a hacer un ‘turulo’ y me advirtió de que cuando entrase con un cliente que consumiese cocaína, tenía que consumir hasta que él se cansase».
Así fue como Diana, para saldar su deuda cuanto antes, se convirtió en la que más se drogaba y la que más copas tomaba con los clientes, algo que acabó afectando a su salud porque, explica, «cuando estás con un demandante de prostitución que consume cocaína, no comes, no duermes…».
Tras pasar una semana con un putero en Madrid donde generó 14.000 euros fue a hablar con la dueña del club y reclamó su pasaporte, su dinero y su libertad.
«Fue cuando me dieron la paliza de mi vida (…) me abrió la cabeza de los golpes, me dejó toda marcada y cuando se cansó me llevaron a la habitación para que me recuperara, y a la peluquería para que siguiera trabajando».
Su suerte, conocer a la Asociación para la Prevención, Reinserción y Atención a la Mujer Prostituida (Apramp) y haber memorizado el número de atención 24 horas.
«Yo dije: me da igual, o salgo de aquí viva o salgo de aquí muerta, pero yo me voy». Y así lo hizo. «Salí corriendo con los taconazos de vértigo que nos obligaban a llevar y me monté en el coche de la asociación. Si me preguntas cómo salí, no lo sé, el miedo era tan grande que tenía el coche delante y no lo veía».
«A mí me habían robado la autoestima, toda la fuerza que tenía y mis sueños los habían destruido», cuenta sobre su proceso de recuperación, que es largo, porque, según explica ahora como mediadora, hay que trabajar la parte psicológica y muchas veces las mujeres tienen insomnio, irritabilidad, somatizan todo y están continuamente enfermas.
Diana ha querido aprovechar su relato como superviviente para recordar que la trata es un delito que sigue existiendo por culpa de la demanda, «si hay demanda hay prostitución, y si hay prostitución hay trata».
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