Ahmed (nombre ficticio) intentó tantas veces cruzar a Ceuta que ha perdido la cuenta, «muchísimas, quizá 10 o más». Durante mucho tiempo fue su única alternativa, ya que no contaba con los recursos suficientes para poder pagarse una patera que le llevara a España, reconoce en una entrevista.
Él tuvo que escapar en 2016 de Guinea Conakry por su orientación sexual; como tantas personas de origen subsahariano, emprendió un interminable periplo que le llevó a atravesar Mali, Burkina Faso, Níger y Argelia, donde trabajó siete meses como jardinero. En cada etapa, siempre el mismo miedo: «allí deportan a los negros».
Finalmente llegó a Marruecos con la idea de poder, algún día, alcanzar el muro alambrado y entonces coronado de concertinas que delimita la frontera con Ceuta. «Llegar hasta la barrera es un problema, lo puedes intentar cien veces pero está muy controlado. Yo solo pude llegar una vez», relata.
No recuerda con precisión el día, pero sí que «había mucha nieve y hacía muchísimo frío», con lo que supone que era invierno. De hecho, esas condiciones meteorológicas fueron las que le hicieron decidirse junto a otros seis chicos a intentar pasar al otro lado.
«Gracias a eso pudimos llegar hasta allí; si no fuera por eso -asegura- nos habrían cogido rápido». El intenso frío hacía también que aquella madrugada hubiera menos guardias que de costumbre.
Primero saltó uno, que logró pasar sin ser visto por la Guardia Civil. «Se quedó escondido hasta la mañana y alguien le ayudó para ir al campo a trabajar», dice Ahmed, que fue el segundo en intentarlo.
Sin embargo, él no tuvo la misma suerte: «no tenía energía ni fuerza para esconderme. Tenía muchas heridas, todo mi cuerpo estaba lleno de sangre… Un guardia civil me vio, me cogió y me sacó de la barrera y me entregó a la Guardia marroquí».
«La Guardia Civil no me informó de nada; yo estaba en territorio de Ceuta, muy, muy cerca de la barrera, pero estaba perdido, confuso, era por la noche, yo no conocía a nadie, no sabía nada de estas cosas… Me cogió de la mano, me hizo salir y nada más», remata.
¿Qué se siente en ese momento? Ahmed se queda en silencio pensando varios segundos para resumir con un «uff, pues muy mal» el momento en el que se volvió a ver al otro lado de la valla.
Porque cuando consiguió apreciarla de cerca, lo primero que pensó fue: «Se acabó por fin mi sufrimiento». Pero no. Al mazazo inicial de haber tenido su sueño solo al alcance de sus ojos le siguió otra vez el miedo que ya conocía: «pensaba que nos iban a matar los marroquíes porque estaban gritando, gritando mucho».
El joven, que acaba de cumplir 24 años, fue entregado a la guardia marroquí, que le trasladó -despojado previamente de dinero y pasaporte y sin permitir siquiera que un médico curase sus heridas-, a Tiznit. Allí pasó unos días hasta que consiguió reunir (pidiendo) dinero para tomar un autobús a Rabat.
Un trabajo como ayudante de albañil le permitió ahorrar para irse a Nador «a través de un conocido» y coger la patera que hasta ese momento no se había podido permitir. Siete horas duró la travesía hasta Málaga, donde lo primero que experimentó fue «alegría», que enseguida fue empañada por esa sensación, otra vez, de temor a ser deportado.
Allí «hubo un error» con su fecha de nacimiento y fue incluido con un grupo de menores que fueron separados de los adultos y llevados a un centro especializado de Algeciras.
Como no tenía forma de demostrar su mayoría de edad, se fue a Sevilla y contactó con la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR), que le informó de todos los trámites para pedir asilo. Hoy espera allí su próxima cita en mayo para obtener el permiso de trabajo.
Ahmed no tenía ni idea de que el Tribunal Europeo de Derechos Humanos (TEDH) tenía que tomar esta semana una decisión tan trascendental para personas que, como él, tratan de llegar a Europa en busca de una vida mejor. Una decisión que, contra todo pronóstico, ha supuesto el respaldo final a las devoluciones en caliente, como la que sufrió él.
Ni siquiera sabe lo que verdaderamente significa, pero sí tiene clara una cosa: «Antes de devolver a alguien, pienso que primero hay que proteger a esa persona. A las personas que llegan aquí con necesidades hay que ayudarlas. Yo no he hecho mal a nadie», zanja.
Adaya González