Ricardo Lombana vive en 17 metros cuadrados y medio en el centro de Santander y este confinamiento se le está haciendo «muy pesado y aburrido» en un espacio reducido al que antes no veía pegas porque, al trabajar en hostelería, pasaba mucho tiempo fuera de su pisito, que tiene en propiedad.
«Antes no paraba en casa pero estar ahora aquí 24 horas al día se hace cuesta arriba», dice Ricardo, que destaca que cuando se han anunciado prórrogas del confinamiento no se ha enervado porque ya se lo esperaba. «Con lo que nunca conté es que fueran solo quince días», recalca.
Su vía de escape es una galería que da a la calle Rualasal y desde la que habla con las señoras del barrio cuando salen a hacer recados, porque conoce a casi todos los vecinos.
Su salvación también están siendo las visitas al supermercado, que disfruta como no había hecho antes.
Laura Rodríguez vive de alquiler en un estudio de 35 metros cuadrados, con su novio y su perro dálmata en el centro de Madrid. La cama está en el salón y la cocina es americana y muy pequeña.
«Vivir en esta casa un confinamiento es un poco agobiante porque en el espacio que tenemos no podemos hacer prácticamente nada. Intentamos mover un poco las cosas para hacer deporte, pero hasta eso es complicado», cuenta esta joven mallorquina de 27 años.
Hasta ahora, en su día a día tanto ella como su pareja pasaban mucho tiempo fuera de casa por el trabajo y casi solo se juntaban por la noche, para la cena y dormir, por lo que nunca se habían «agobiado» en casa.
El confinamiento les obliga a pasar todo el tiempo juntos y lo notan en que discuten más y «no puedes irte». Además, les pasa factura la preocupación por la situación económica y que la crisis les pueda afectar en forma de Expedientes de Regulación de Empleo o despidos.
Por sacar el lado bueno al encierro, están pasando tiempo juntos y han aprendido a hablar más. Aunque de lejos «el más contento es el perro», porque antes estaba todo el día solo y ahora siempre está acompañado en casa.
Solo salen para ir a comprar y sacar al dálmata con turnos estrictos: por la mañana ella y por la noche él. Y es que ni siquiera se pueden tomar un respiro y pisar calle para tirar la basura, porque su edificio tiene un portero que se encarga de esa tarea.
Lo que les «salva», según destaca Laura, es que en casa, aunque no tienen balcón, sí disfrutan de una ventana «muy grande» que da a Alonso Martínez, y por la que entra mucho sol y mucha luz. «Esta ventana nos da la vida», comenta.
Laura asegura que no lleva mal vivir en un sitio pequeño. Lleva tres años en esta casa y ni con este confinamiento se plantea el cambio. Prefiere el centro, aunque sea en pequeño.
Con mucha filosofía se lo toma Esther, que vive, también de alquiler, en unos 30 metros cuadrados en Santander. Su trabajo en el ámbito sanitario es esencial en esta crisis, por lo que sigue saliendo y cuando vuelve tras el turno, muchos días «molida», solo piensa en pillar sueño.
Por eso el encierro, menos encierro en su caso que en el de otros, tampoco le ha hecho replantearse el tamaño de su casa.
Estrella Digital