Liderada por Jennifer Beam Dowd y Melinda Mills, de la Universidad de Oxford y del Nuffield College, y publicada hoy en la revista PNAS, la investigación recuerda que el riesgo de mortalidad por COVID-19 se concentra en los ancianos, especialmente en mayores de 80 años, un dato que puede explicar la notable variación de las muertes entre países.
El informe recuerda, por ejemplo, que la cifra de casos mortales por COVID-19 en Italia fue «inesperada, dada la salud y la riqueza de la región afectada», pero es que Italia es uno de los más envejecidos del mundo con un 23,3% de población mayor de 65 años, frente al 12% de China. Además, este país mediterráneo se caracteriza por tener amplios contactos intergeneracionales, apoyados por un alto grado de proximidad residencial entre los hijos adultos y los padres.
Además, los contactos familiares entre los italianos no se ciñen al núcleo estricto, padres-hijos, sino que se extienden a grados de parentesco más lejanos, incluyen contactos diarios y frecuentes y desplazamientos entre distintas regiones, lo que puede haber acelerado el brote en Italia, explica el estudio.
En el extremo contrario, la estructura de edad de los casos iniciales, junto con la detección y el tratamiento tempranos, explican el bajo número de muertes en Corea del Sur y Alemania.
El estudio recuerda que el brote coreano se concentró en el grupo religioso joven de Shincheonji y que sólo el 4,5% de los casos tenía más de 80 años, lo que ha contribuido a que la tasa de mortalidad en Corea del Sur en relación a Italia sea muy baja: 1,6% frente al 10,6%.
Alemania tiene, asimismo, pocas muertes (583 de 61.923 casos hasta el 30 de marzo), con una edad media de los casos confirmados de 48 años en comparación con los 62 años de Italia, gracias, principalmente, a la rápida detección de casos.
Además, las cadenas de transmisión de COVID-19 que comienzan en poblaciones más jóvenes pueden pasar desapercibidas durante más tiempo y los países tardan en dar la alarma, eso, unido a los altos contactos intergeneracionales, han hecho que en países como Italia o España el ritmo de transmisión haya sido más rápido y mortal, razona el estudio.
Por tanto, advierten los investigadores, aunque la estructura de edad de la población es crucial para definir qué personas corren mayor riesgo de mortalidad tanto entre los países como dentro de ellos, también es «vital» para ajustar las medidas de distanciamiento social para reducir los casos críticos que sobrecargan el sistema de salud y «aplanar la curva».
Basándose en estos datos, los investigadores sugieren que los países con poblaciones más envejecidas deben establecer medidas de protección «agresivas» y prestar especial atención a los grupos de población de alto riesgo y al contacto intergeneracional.
No obstante, advierten de que las medidas de aislamiento aplicadas en cada país deben tener en cuenta que algunas decisiones políticas pueden generar consecuencias no deseadas y apunta, como ejemplo, que aunque los niños pueden ser vectores de transmisión del virus, el cierre de las escuelas podría poner en riesgo a los abuelos, si éstos se convierten en cuidadores.
En ese sentido, advierte también de que en las poblaciones de edad avanzada con estrechos vínculos intergeneracionales, los gobiernos deben facilitar soluciones para el cuidado de los niños que reduzcan el contacto con los mayores, como conceder licencias especiales a los padres con hijos en edad escolar o prestaciones para el cuidado de hijos.
En cuanto a la generación de adultos «sándwich», que cuidan tanto a los ancianos como a los niños, son importantes para mitigar la transmisión de la pandemia, y deben contar con ayudas del gobierno y de la industria que contrarresten su situación económica familiar.
El estudio concluye con un llamamiento internacional para que publiquen oportunamente datos desglosados con información demográfica clave como la edad, el sexo o las comorbilidades para ayudar a los científicos y a los gobiernos a trazar medidas de prevención ajustadas a cada país.
Estrella Digital