Los investigadores del IRTA, que tiene su sede en Caldes de Montbui (Barcelona), han desarrollado una metodología pionera para incluir el impacto de la salinización del suelo en el análisis del ciclo de vida de la producción de alimentos.
Investigadors de l’IRTA desenvolupen una metodologia pionera al món que permet incloure l’impacte de la #salinització del #sòl en l’anàlisi del cicle de vida de la producció d’aliments.https://t.co/y2HagS098o
— IRTA (@irtacat) July 17, 2020
La investigadora del IRTA Montse Núñez, que ha publicado la nueva metodología en la revista «Enviromnmental Science & Technology», explica que, por ejemplo, los campos de arroz del delta del Ebro, que producen cada año alrededor de 90.000 toneladas de este cereal, está experimentando una fuerte salinización que pone en riesgo las cosechas.
El motivo es el cambio climático y la subsidencia, que hace que el Delta del Ebro se hunda un promedio de tres milímetros al año, lo que favorece que el mar avance, invada el subsuelo y salinice aún más la capa freática.
«El del Delta no es un caso aislado. A medida que aumenta el nivel del mar en todo el planeta, las zonas costeras se inundan cada vez más por agua salada que penetra en suelos y subsuelos», advierte la investigadora.
Según Núñez, la lluvia puede ayudar a disipar las sales, pero olas de calor y sequías, cada vez más frecuentes, fuerzan a usar más las capas freáticas para obtener agua dulce para beber y para regar, lo que provoca elevar aún más la salinización del terreno.
La autora advierte que esta degradación, agudizada por el cambio climático, provocará una pérdida de productividad y amenaza el sostenimiento económico de agricultores y el mantenimiento del mundo rural.
Según Núñez, hasta ahora la salinización de los suelos no se tenía en cuenta en los métodos de evaluación y cuantificación de los aspectos ambientales a gran escala, como el análisis del ciclo de vida (ACV).
El ACV es una herramienta metodológica que mide el impacto ambiental de cualquier tipo de actividad humana -ya sea obtener una manzana, un automóvil o pintar una pared- desde que se obtienen las materias primas, hasta su fin.
Se basa en recoger y analizar las entradas y salidas del sistema -recursos naturales, emisiones, residuos y subproductos- para obtener datos cuantitativos de impactos ambientales potenciales y determinar estrategias para su minimización o reducción.
Según Núñez, el ACV es particularmente útil para comparar los impactos de dos productos competidores en el mercado y entre versiones diferentes de un mismo producto para ver cuál tiene menos impacto, lo que se llama «ecodiseño».
«Hace sólo 10 años, no se daba importancia a los suelos; ahora, en el contexto de cambio climático, esto está cambiando», según Núñez, que resalta que «los suelos agrícolas bien gestionados pueden ser un reservorio de carbono importante y tener un efecto en cadena en el medio ambiente para mejorar la retención de nutrientes para las plantas, reducir su necesidad de agua, de pesticidas y de fertilizantes».
«Además, -añade- los suelos agrícolas gestionados respetuosamente e integrados en el paisaje forestal son de gran importancia para mantener la biodiversidad».
En este sentido, Núñez ha desarrollado una metodología pionera que permite incluir el impacto de la salinización del suelo en el análisis del ciclo de vida de la producción de alimentos.
«Por ejemplo, se trata de estudiar el ciclo de vida de producción de una manzana poniendo todo el foco en el suelo y analizando todo lo que pasa, desde el transporte del fertilizante a si ha sido necesario labrar la tierra o el transporte de la fruta para su consumo, y como esta gestión contribuye a salinizar los suelos», detalla.
Siguiendo con el ejemplo de la manzana, Núñez señala que su nueva metodología de ACV tiene en cuenta todas las variables en el proceso.
«Si tomamos como ejemplo la fabricación de confitura de manzana, estas variables irían desde la extracción del fósforo, potasio y otros minerales de suelos mineros para fabricar el vidrio del envase y el fertilizante mineral que se aplica a los manzanos, la gestión de estos árboles frutales y los impactos en los suelos y los acuíferos provocados por las sales del agua de riego, el uso de maquinaria, los fertilizantes y pesticidas, o el transporte de las manzanas y de los residuos orgánicos», desmenuza la autora.
«Esta herramienta -concluye- permite evaluar daños ambientales, como los kilos de nitrógeno de fertilizante que entran involuntariamente a los ecosistemas naturales y los cambios que producen, así como las especies afectadas o desaparecidas».
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