El interés ha aumentado desde que el coronavirus atropelló nuestras rutinas. «Muchas madres de día están ahora al completo y tienen lista de espera», cuenta Blanca Anasagasti, madre de día e integrante de la Red nacional que las agrupa y representa.
Los factores que han propiciado esta mayor demanda tienen que ver con la realidad diaria de tantas unidades familiares en tiempos de pandemia: el deseo de que los hijos se eduquen en entornos seguros y la necesidad de conciliación.
Pero, como apunta Blanca, son también tiempos «inciertos». Muchas familias que llamaron interesadas por llevar a sus pequeños a la casa de una madre de día han retrasado las matriculaciones o siguen sin decidirse, precisamente por la incertidumbre que rodea la vuelta al cole, y en general, cada acto del día a día.
Al fin y al cabo, las madres de día tendrían que cesar su actividad si vuelven los confinamientos, como ya les sucedió en marzo, recuerda Blanca.
Hasta que eso suceda, si sucede, sus casas estarán abiertas desde el mes que viene para recibir a grupos de hasta cuatro niños (el máximo estipulado) de cero a tres años.
VOCACIÓN Y UN ENTORNO SEGURO
Ser madre de día no es sencillo. Requiere formación, un hogar adaptado, y ante todo, vocación.
Blanca la descubrió no hace mucho. Se fue a vivir con su pareja y su hijo (acaba de dar a luz a su segunda hija) a Hoyo de Manzanares, en Madrid; acometió cambios en casa y comenzó a recibir niños. Antes de la pandemia tenía tres a su cargo.
La rutina comienza a las 9.00 horas. Tras un rato formativo y lúdico, de exploración y juegos, los niños almuerzan. Acto seguido, si hace buen tiempo, salen al parque o al campo durante hora y media. La comida viene después; luego toca descanso. La hora de recogida suele ser las 16.00 horas, relata Blanca.
Es sencillo imaginar las ventajas de este modelo frente a las guarderías con más de diez, quince o veinte niños, siempre y cuando las familias puedan asumir los costes.
Según señala Blanca, la educación en un «entorno seguro» es la principal cualidad para los nuevos demandantes, si bien puntualiza algunas ventajas fuera de lo coyuntural: «el afecto y la calidez, ir sin prisas».
Si ese entorno se localiza en la sierra, mejor, y más ahora que la superpoblación de las ciudades no es buena aliada contra el coronavirus.
Blanca recuerda que durante estos meses ha recibido muchas llamadas de familias que «viven en Madrid y ahora quieren ir a la sierra y que sus hijos se formen» en el entorno que ella proporciona.
UN «BOOM» DE INTERÉS
No sólo las familias con hijos de hasta tres años se han interesado por las madres de día. También profesionales educativas que viven una época de total incertidumbre, bien porque no saben qué les deparará el regreso a la guardería o al centro infantil, bien porque se han quedado sin trabajo o temen quedarse sin él.
Estas personas buscan entonces «una salida» laboral.
Blanca destaca el papel de la formación para ser madre de día. La Red hizo un curso «on line» el pasado mes de julio con 12 profesionales inscritas.
Puede hablarse de «boom», dadas las circunstancias, pero «hay que ser cuidadoso», subraya esta madre de día en Hoyo de Manzanares.
Ajustarse a la legislación (si la hay en la comunidad autónoma), afrontar trámites burocráticos farragosos, cumplir las inspecciones anuales allá donde las madres de día están reguladas, asumir las numerosas exigencias de la profesión… Son requisitos fundamentales.
FALTAN REGULACIÓN Y RECONOCIMIENTO
La Red de Madres de Día nació en 2013 como asociación destinada a dar luz al modelo educativo y ejercer interlocución con las administraciones. Los objetivos los van logrando despacio, pero ha sido y es costoso.
Para empezar, afirma Blanca, las madres de día sólo están reguladas en la Comunidad de Madrid y en Navarra. En Galicia ésta se ciñe al ámbito rural.
Otro obstáculo es la falta de visibilidad. La pandemia ha suscitado un mayor interés, pero el número en España de madres de día no lo puede satisfacer al completo. «Aún somos pocas», lamenta Blanca.
Regulación nacional, por tanto, no existe, a diferencia de otros países como Alemania o Francia. «Nos falta soporte institucional», apostilla.
Puede que la pandemia, como en tantas cosas, marque un punto de inflexión.
Ángel A. Giménez