jueves, noviembre 21, 2024
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Guardianes de la colada:La élite NRBQ vigila la atmósfera que rodea al volcán

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En los días más duros de la pandemia, asumieron el delicado encargo de cuidar de los cuerpos de cientos de fallecidos por covid-19 hasta que recibieran sepultura y desinfectaron los escenarios de los brotes más graves. Conforman un grupo de élite dentro de la Unidad Militar de Emergencias y, desde hace cinco semanas, en La Palma, son los guardianes de la colada.

Hasta cuatro veces al día recorren los ríos de roca fundida desde las faldas del volcán de Cumbre Vieja hasta la desembocadura de la lava en Tazacorte el cabo primero Abelardo Maqueda y sus compañeros del Grupo de Intervención en Emergencias Tecnológicas y Medioambientales (GIETMA) tomando muestras de gases, en doce puntos diferentes.

Con frecuencia, se les puede encontrar en el mirador de la iglesia de Tajuya por donde pasan a diario cientos de personas, algunas para observar la fuerza de la naturaleza, hipnotizadas por el rugido del volcán; otras para intentar divisar, con el corazón en un puño, qué queda de sus casas o de la de un familiar, en ese horizonte donde los campos de malpaís alcanzan ya los tres kilómetros de anchura.

Su cometido allí consiste en cuidar de que nadie se exponga al riesgo de respirar los gases volcánicos, aunque esté en zona segura, a 3,5 kilómetros de distancia de cono. Tratan de hacerlo de forma discreta, pero les delata el enorme todoterreno que les acompaña.

La gente del GIETMA bromea con que es su Ferrari. Con la pintura roja característica de la UME nadie puede negarles que conducen un «testarossa», pero en realidad es un Velire, una mole de 5,6 toneladas y seis metros de largo, equipada con alta tecnología. «El Ferrari está aquí dentro», aclara el cabo Maqueda, mientras abre la puerta para mostrar un equipamiento puntero en vigilancia NRBQ.

Porque, en realidad, esa es la especialidad de esta unidad: la respuesta ante riesgos nucleares, radiológicos, biológicos y químicos. Por eso fueron punta de lanza hace año y medio contra un virus desconocido y por eso el domingo 19 de septiembre, cuando estalló el volcán, sus soldados estaban preparando el equipaje para participar al día siguiente en un simulacro de accidente nuclear.

«Aquí medimos la calidad del aire, parámetros de los gases que emanan del volcán y que en un momento dado pudieran ser peligrosos para la población o para los intervinientes», explica el cabo Maqueda, en alusión a los equipos científicos y de emergencias que trabajan a diario dentro de la zona de exclusión. El GIETMA se ocupa de que no les sorprenda una emanación de gases nocivos, porque los volcanes son especialistas en ambas cosas: en gases y en sorpresas.

Uno de las sondas más avanzadas del vehículo Velire es capaz de detectar a cinco kilómetros los elementos químicos que conforman los gases emanados por el volcán en cada momento, su concentración, si pueden ser tóxicos y su grado de peligrosidad según la distancia.

Pero el trabajo del GIETMA en esta emergencia no siempre lo resuelven detectores de alta resolución desde la zona segura. Cada día, el equipo del cabo Maqueda recorre las coladas desde el cono hasta el frente más avanzado tomando medidas de gases y, si lo piden los vulcanólogos, muestras de lava para analizarlas.

En esos casos, tienen que vestir trajes y botas de protección térmica que soportan los 900 grados centígrados que pueden darse a un metro de algunas coladas. Una de sus últimas salidas derivó en una foto de impacto que el Instituto Geológico y Minero de España difundió en redes sociales con este mensaje: «No, no es Marte».

Y no, no era Marte, pero sus protagonistas parecían astronautas, no solo por sus trajes, sino por la estampa que les rodeaba: rocas ásperas y negras y una asfixiante atmósfera roja. Maqueda asegura que se concentra tanto en lo suyo cuando está en la colada, que no se le contagia la sensación de irrealidad, aunque sea su primer volcán.

«Solo pienso en lo que tengo que hacer. Luego a lo mejor sí que me retraigo un poco y digo: ‘¡Madre mía!, esto muy poquita gente lo hace, es impresionante. Pero, en ese momento, estás imbuido en hacer bien tu trabajo y no cometer errores», señala.

También los miembros de este equipo de la UME se quedan «perplejos» cuando se estrenan con un campo de lava que se extiende por 852 hectáreas. «El primer día igual te sorprende, te quedas anonadado. Con el día a día del trabajo, de acercarte, no es que lo veas normal, pero ya no te llama la atención», explica.

Todo depende de en qué punto les encarguen la toma de muestras, porque cuando se aproximan al cono de erupción, «el rugido es mayor, los piroclastos se ven más cercanos, aunque no nos llegan nunca, y la lava es más intensa, más roja. Sientes sobre todo el calor».

Conforme descienden valle abajo esas sensaciones se diluyen, pero salir del perímetro de seguridad también tiene sus recompensas para la UME. «Sientes el cariño en la gente», relata el cabo Maqueda, por cómo nos mira, por cómo nos trata, por el respeto que nos tiene. No tengo más que palabras buenas para la gente de La Palma». 

José Maria Rodríguez

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