En el ecuador de la Conferencia de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático COP26, en Glasgow (Reino Unido), y con la pandemia de la covid todavía presente, el ecólogo y profesor de investigación del CSIC Fernando Valladares nos recuerda que si protegemos la biodiversidad, protegemos la salud.
Así de sencillo, porque una biodiversidad rica «ayuda a repartir la carga vírica entre las distintas especies y entre los individuos de esas especies y por tanto se atenúan los contagios».
En definitiva sirve de vacuna natural contra todo tipo de virus y la zoonosis representa hoy el «70% de las enfermedades emergentes», refiere este investigador del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC).
Se estima que en la naturaleza existen unos 800.000 virus con capacidad potencial de saltar a los humanos e infectar a la población y «Naciones Unidas – concluye- no sabe dónde ni cuando podrá aparecer el próximo patógeno».
También la neumóloga y directiva de la Sociedad Española de Neumología y Cirugía Torácica (SEPAR), Cristina Martínez, coincide en que se trata de una bomba de relojería.
El cambio climático, repasa, ya está provocando fenómenos meteorológicos extremos, inundaciones, olas de calor y sequías, extinción de especies, derretimiento de los hielos polares y subida del nivel del mar.
«Y la suma de todos esos factores inciden en la salud».
Desde esta sociedad científica explican que inspiramos alrededor de 2.800 veces por día y en cada inspiración además de oxígeno y nitrógeno gaseosos, nuestros pulmones inhalan otras sustancias y partículas procedentes de la contaminación de automóviles, industrias, construcción y otras fuentes relacionadas con la actividad humana.
Así, las personas que conviven con un nivel de contaminación alto son más propensas al deterioro prematuro de los pulmones y al desarrollo de enfermedades respiratorias crónicas.
Los altos niveles de contaminación del aire también pueden provocar exacerbaciones en personas con asma o enfermedad pulmonar obstructiva crónica.
Además, las enfermedades pulmonares relacionadas con la contaminación del aire aumentan el riesgo de trastornos del corazón y de los vasos sanguíneos y pueden aumentar el riesgo de cáncer de pulmón.
«Hay otros aspectos que se consideran o de los que se habla menos como, por ejemplo, el mercurio que acaba en el mar, que ingieren los peces, y luego nos los comemos nosotros», agrega Joan Grimalt, director del Instituto de Diagnóstico Ambiental y Estudios de Agua (IDAEA).
Apunta además a todo un abanico de plagas que pueden reaparecer ante la aparición de especies en territorios que no son los suyos, como el mosquito tigre, que trasmite el dengue.
También las zonas árticas son áreas potenciales de riesgo alto, por el peligro de deshielo del permafrost o capa de suelo permanentemente congelado.
En esta capa, avisa, puede haber retenidas bacterias y virus que se quedaron atrapadas en el pasado y al descongelarse existe la posibilidad de que contaminen a los humanos.
Con ocasión de la COP26, la OMS ha publicado un informe sobre el cambio climático y salud, en el que se recuerda que hay todo un conjunto creciente de investigaciones que establecen los numerosos e inseparables vínculos entre el clima y la salud.
En su presentación, Tedros Adhanom Ghebreyesus, Director General de la OMS, afirmó que las mismas decisiones insostenibles «que están matando a nuestro planeta están matando a las personas».
Por todo ello, la organización de Naciones Unidas para la salud ha hecho un llamamiento a todos los países para que se comprometan a tomar medidas decisivas en la cumbre de Glasgow con el fin de limitar el calentamiento mundial a 1,5 grados centígrados. EFE
pgm.fch
Pilar González Moreno