«Sigo llevando la mascarilla incluso por la calle. No me gusta nada la idea de compartir espacios interiores con gente sin mascarilla», confiesa a Efe Eva Arós, de 48 años, propietaria de un pequeño negocio en el Eixample de Barcelona y que en noviembre de 2020 fue ingresada por una neumonía bilateral tras contagiarse de covid-19.
Afirma que llevar la mascarilla le va bien para esquivar su alergia a los plataneros y para no contraer la gripe que estos días aún campa por Barcelona.
Desde la cola de un supermercado, Jordi Pérez, un jubilado de 65 años, explica que «de momento, prefiero ponerme la mascarilla en este tipo de establecimientos», aunque asegura que en espacios exteriores ya no la lleva.
«Cada uno que haga lo que quiera. Yo no tengo miedo de contagiarme, simplemente me la pongo por respeto a los demás», añade.
La incertidumbre sobre si llevar o no cubrebocas también se ha trasladado a las universidades, donde desde hoy podrán impartirse lecciones libres de mascarillas.
«De los 60 que estamos hoy en clase, sólo 12 alumnos y el profesor la siguen llevando», revela a Efe Berta Posas -22 años-, estudiante de tercer curso de Ciencias Políticas en la Universidad Pompeu Fabra, que sale de la primera de las tres clases que tiene hoy en esta universidad barcelonesa.
La futura politóloga ha decidido no ponerse la mascarilla en clase «porque la cifra de contagios lo permite», pero reconoce que «ahora que se acerca Sant Jordi, si estoy en una calle muy transitada, seguramente estaré incómoda».
En cuanto a la información sobre el fin de la mascarilla en interiores, Posas cree que aún sigue habiendo muchas dudas.
«Esta mañana no sabía si podía quitarme la mascarilla en clase, sobre todo porque dudaba si la medida entraba en vigor hoy u otro día. Sé dónde debo llevarla y dónde no, pero he echado en falta más claridad», apunta.
El transporte público es, junto con las residencias de ancianos, los centros sanitarios y las farmacias, uno de los espacios interiores donde el uso de la mascarilla sigue siendo obligatorio, excepto en los andenes y en los accesos.
«De momento, la inmensa mayoría de los usuarios lleva la mascarilla desde que entra en el metro», cuenta a Efe una trabajadora del metro de Barcelona que prefiere no hacer público su nombre.
«El interior del metro es un espacio hermético, no hay corriente de aire y está lleno de personas de distintas burbujas de convivencia, por eso es mejor protegerse», señala la empleada del metro, que destaca que «en casos en los que alguien no la lleva, el resto de usuarios acostumbran a pedirle a la persona en cuestión que se la ponga».
Una de las pocas personas que se ha quitado esta mañana la mascarilla al salir del interior del metro es Marc León, de 38 años, visiblemente cansado después de trabajar en una nave industrial de Amazon.
«Trabajo desde las dos de la madrugada y me paso ocho horas con la mascarilla puesta porque la empresa nos ha informado de que debemos seguir llevándola, por eso me la he quitado al salir del metro, para respirar un poco», exhala León, que lamenta que algunas personas le hayan mirado mal al sacársela sin conocer su situación.
Pese a que las mascarillas ya no son obligatorias, por las calles de Barcelona se ve aún a muchas personas con ellas puestas, la mayoría personas mayores, algunas de las cuales han confesado: «ya veremos qué hago cuando llegue el calor». EFE