La muerte de los árabes palestinos en Gaza, y de los israelíes (musulmanes y árabes cristianos, y drusos y beduinos, como también judíos, no olviden, en Ashdod y Sderot), es difícilmente ennoblecida por la sórdida comprensión de que el momento de la carnicería ha estado determinado por tres series de cálculos electorales.
El primero y más obvio es el interregno entre el fin del mandato de George W. Bush y el inicio del gobierno de Barack Obama. Sólo los más débiles chillidos serán oídos por parte de nuestra clase política mientras nuestras armas son usadas para establecer cabeceras de puente y para la difícil protección simultánea de los establishments israelíes y egipcios y palestinos.
Benny Morris, uno de los comentaristas israelíes más severos, solía especular que Israel emplearía la transición Bush-Obama para atacar sitios nucleares iraníes. Tal vez Morris se equivocó a corto plazo, pero, de hecho, el actual ataque a Gaza y Hamas es la misma guerra en una forma microscópica o de reemplazo.
En segundo lugar figura la inminente elección general del 10 de febrero en Israel. Hasta la semana pasada, Benjamin Netanyahu parecía contar con el apoyo de la mayoría del electorado israelí para retornar al poder. La línea dura de Netanyahu contra concesiones territoriales a los palestinos parecía haber sido reivindicada por el uso de la evacuada Franja de Gaza como plataforma de lanzamiento de ataques con cohetes. No parece probable ahora que Netanyahu pueda superar fácilmente a la actual coalición gobernante, al menos, a sus halcones de derecha. (Recuerden que todo ese disparate de la llamada Intifada de Al-Aqsa, que causó tantas pérdidas de vida y de tiempo en la última década, fue instigada primero por una rivalidad electoral entre Netanyahu y Ariel Sharon, quien se mostró más de línea dura que Netanyahu al desplazarse a través del Monte del Templo acompañado por una banda armada. Por ese tipo de vanidades los niños terminan llorando en las calles, abrazando los cuerpos mutilados de sus padres, o viceversa).
La tercera consideración, y a la que se ha dado menos importancia, es que este mes el presidente palestino Mahmud Abbas debe convocar a nuevas elecciones, o realmente llevarlas a cabo. Antes de Año Nuevo, hablé con uno o dos palestinos bien informados. Estos sostuvieron que, bajo las presentes condiciones, Hamas tenía esperanzas de que esas elecciones fueran postergadas. La vida en la Gaza islámica no era tal como para inducir una mística felicidad y prosperidad entre la población: en común con muchos movimientos fundamentalistas, la Hermandad Musulmana en su encarnación local palestina se había pasado de mano.
Parece improbable que lleguemos alguna vez a saber qué habría pasado en elecciones libres. Pero creo que no es arriesgado decir que los sucesos recientes han postergado aún más la emergencia de una alternativa democrática y secular entre los palestinos. Incluso pienso que es posible que algunas personas en Israel y algunas otras personas en Gaza no quieren ver surgir ese tipo de fuerza, pero trataré de no ser cínico.
Así que esas son las razones de que esta desagradable confrontación ocurre precisamente en este momento.
Pero cada miniatura de la foto también implica su propia ampliación. Y eso sugiere que si la última guerra en Gaza no hubiera venido en este momento, habría seguramente llegado en otro. Nuevamente y como de costumbre, el trabajo de Morris es instructivo. Morris es uno de los más severos historiadores «revisionistas» de la fundación de Israel. El incursionó con profundidad en los archivos de su país para demostrar que los palestinos habían sido víctimas de una campaña deliberada a fin de expulsarlos de sus hogares en 1947-1948. Por lo tanto, está acostumbrado a mirar de frente los hechos desagradables.
Yo recomiendo leer el artículo que publicó Morris el 29 de diciembre en el New York Times. Allí, describe no tanto lo que vio cuando observó los hechos sino lo que los israelíes ven cuando miran al exterior y al interior. Hacia el norte, los misiles locales de Hezbolá, una organización respaldada por Siria e Irán. Se trata de dos dictaduras, una de las cuales puede pronto poseer armas nucleares y los medios para utilizarlas.
Hacia el sur y el oeste, está la franja de Gaza, gobernada por Hamas. En los territorios ocupados de Cisjordania, hay un gobierno colonial que intenta controlar a los disidentes, y la misma loca confrontación con los colonos judíos mesiánicos. Y dentro del propio Israel, una tendencia en aumento de los árabes israelíes para identificarse como árabes o palestinos en lugar de hacerlo como israelíes.
Y para completar el cuadro, el claro hecho demográfico que la ley israelí, y el poder israelí, gobierna o domina más y más no judíos, menos y menos de los cuales están interesados en un compromiso. (Fue este imperativo demográfico, si ustedes recuerdan, que condujo al propio Sharon a renunciar a la idea de un gran Israel, un esquema por el cual muchos colonos israelíes subsidiados todavía están dispuestos a morir y a matar).
Comparado con la amenaza a su propia existencia que fue planteada en 1967, escribió Morris, los únicos cambios que ahora favorecen a Israel fueron el arribo de otros dos o tres millones de judíos, y la adquisición de un arsenal nuclear.
Pero, ¿cuán reaseguradores, realmente, son estos desarrollos? ¿Dónde pueden ir los nuevos inmigrantes, a menos que sea a la tierra en disputa? Y ¿sobre quienes se emplearían las armas nucleares? ¿Sobre Gaza? ¿Sobre Hebrón? Esos lugares estarían todavía allí, exactamente al lado de la comunidad judía, incluso si Damasco y Teherán se convirtiesen en cenizas.
Solamente los mesiánicos podrían anhelar ese resultado. (Qué pena que a nivel local haya tantos de ellos).
Confrontados con esta asombrosa concatenación de circunstancias, y con algunos de los espantosos desatinos — como por ejemplo la última invasión al Líbano — que resultaron de aquellas, algunos políticos israelíes parecen pensar que adoptar una línea dura con Gaza puede al menos ser bueno para la moral a corto plazo. Esta fue la clara implicación de los informes usualmente admirables de Ethan Bronner en la primera plana del New York Times el 29 de diciembre del 2008, y el 3 de enero del 2009. Entonces, ¿por qué no hablar claro y decir que el gobierno de Israel está bombardeando para conseguir votos?
Es solamente cuando uno comienza a comprender todo lo anterior que entiende cuán asquerosa y escuálida es la conducta de la pandilla de Hamas. Sus dirigentes saben muy bien que las sanciones están lastimando a cada ciudadano palestino, pero — exactamente igual que el régimen de Saddam Hussein en Irak — se niegan a cesar la violencia indiscriminada y la demagogia racista y religiosa que en primer lugar condujo a las sanciones.
Palestina es el hogar común de varios grupos religiosos y nacionales, pero Hamas insiste de manera dogmática que todo el territorio es una parte exclusivamente musulmana de un futuro imperio islámico.
En un momento en que tendencias democráticas y reformistas son observables en la región, desde El Líbano hasta el Golfo Pérsico, el liderazgo de Hamas forma parte, a nivel físico y de la economía, de la clientela de dos de las peores dictaduras del área.(Si alguna vez el lector quiere reírse gratis, lea a esos intelectuales occidentales que creen que un voto por un partido islámico y un estado islámico es ¡el modo de votar contra la corrupción! Ellos no han estudiado recientemente Irán y Arabia Saudita).
Gaza podría haber sido la prefiguración de un futuro estado palestino independiente. En lugar de eso, ha sido secuestrado por la Hermandad Musulmana y transformado en un lugar de represión para sus habitantes y de agresión para sus vecinos.
Una vez más, el Partido de Dios tiene un látigo en la mano. Si uno lee a Benny Morris podría hasta dudar de que alguna vez, para comenzar, tendría que haber existido un estado israelí. Pero al ver a trabajar a Hamas, uno piensa que sin importar lo que reemplace o continúe al sionismo, no debe ser el desierto de la teocracia islámica.