es un canto de guerra que se ha instaurado en la literatura francesa como un forúnculo purulento. Desde que Baudelaire y Rimbaud lanzasen su grito de guerra, una corriente de las letras galas se empeña en querer escandalizar a la sociedad aun a costa de la buena literatura. Sin embargo, a veces hay honrosas excepciones.
Frédéric Beigbeder, autor de Socorro, perdón, escribe a partir de exabruptos, leyendas urbanas e hipérboles misantrópicas. Tiene un estilo propio, bien definido y sus historias son excesivas, extremas hasta la extenuación. Cuando saltó a la fama con 13,99 euros zarandeó el mundo de la publicidad y gritó grandes verdades a partir de una trama floja que quería ser Bukowski pero se quedaba en novela de almanaque.
En Socorro, perdón Beigbeder recupera a Octave Parango, el protagonista de su primera novela, y lo lleva a Moscú en busca de la modelo perfecta que represente a la empresa Ideal de cosmética, una especie de remedo mal disimulado de L´Oreal. Como no podía ser de otra manera, el disoluto Octave encadena juergas y mujeres hasta quedar rendido a los pies de Lena, una encantadora adolescente que hará temblar el mundo con su divina belleza.
La historia se estructura en torno a cuatro confesiones que Octave hace a un sacerdote ortodoxo a quien intenta escandalizar machaconamente con sus salidas de tono. Es decir, la denuncia grotesca se impone a la débil trama. El libro, divertido, resulta cuando menos revelador porque, en el fondo, la diatriba de Octave no escandaliza lo más mínimo. Ante la “insoportable verdad” de la realidad del siglo XXI, que un sujeto literario se drogue, acueste con menores e insulte a todas las instituciones es un simple entretenimiento: hay mucha más miseria y escándalo en cualquier periódico, Las uvas de la ira o Pregúntale al polvo.
Otro dato curioso es que el libro se sitúa en la actual Rusia, ese ente corrompido y temible que Kapuscinski describía en El imperio y al que Martín Amis vuelve una y otra vez con su obsesión estaliniana. Rusia, con su corrupción, sus nuevos ricos y su caos social se ha convertido en un perfecto escenario porque parece una especie de exageración viva y auténtica de Occidente. Por eso Octave Parango es tan feliz en aquellas tierras donde la belleza se encuentra en la cara de las mujeres y la fealdad en las almas de los hombres. La Rusia de esta novela es tan cercana en su desmesura que uno piensa que nos estamos volviendo locos. Y curiosamente, aunque Beigbeder es un provocador nato, su Moscú se parece muchísimo al de El consuelo, la última novela de Anna Gavalda, que es francesa pero calmada y respetuosa.
Socorro, perdón, bajo su fachada irreverente y paródica esconde una historia trágica y un fatalista presagio de un mundo caótico. Octave no para de soltar sandeces, exageraciones y medias verdades… y, para sorpresa del lector, entretiene y divierte. Pero, aunque se supone que este autor escribe con sentido del humor, paulatinamente nos va dejando un poso de amargura que revela cómo es el hombre de nuestro siglo. Octave miente más que habla, pero lo que dice es demasiado cercano como para ser mentira. Desde la locura de un personaje extremo, Beigbeder nos deja un desolador retrato de nuestra sociedad, amante de las apariencias y el lujo. Desde luego, no escandaliza, que ya estamos vacunados contra el dichoso Épater. Por el contrario, esta novela es aterradoramente plausible en su evidente desmesura.
Socorro, perdón
Autor: Frédéric Beigbeder
Título original: Au secours pardon
Traductor: Jaime Zulaika
Editorial: Anagrama, 2008.
Colección: Panorama de narrativas.
Género: Novela.