A través de sus más de 40 años de carrera, la fama de Christopher Hitchens ha sido limitada a círculos intelectuales periodísticos, literarios y políticos. En los últimos 15 años, ha sido un habitual de los lectores de Vanity Fair y The Atlantic, y de los espectadores de los sucesos de la actualidad americana tal y como se muestra en su particular forma de expresar comentarios escandalosos con frases elegantes. Su espíritu heterodoxo se refleja, -por ejemplo en la descripción que hace, respectivamente, de las muertes de la Princesa Diana y de la Madre Teresa: como un Bambi narcisista coqueto (ingenuo) y tontorrón o como una fanática enana albanesa deforme e inmoral- que se apoya en su opinión o creencia como compañía de asalto de la izquierda.
Después (Más tarde), con su apoyo a las invasiones de Afganistán e Irak, y a la reelección de George W. Bush en 2004, la izquierda se convirtió en el blanco de su polémica. Pero en cualquier posición que adoptase, siguió presentando noticias de minoría para una audiencia especializada. Sólo Dios fue capaz de estimularlo más allá de tales intereses revolucionarios, inspirándole/proporcionándole el tema de un best seller. Aunque Hitchens ha escrito16 libros, incluyendo trabajos sobre Henry Kissinger, Bill Clinton, los mármoles del Partenón, Jorge Orwell, Thomas Paine y Thomas Jefferson, su ataque a religión en » Dios no es Bueno» esta fue la primera vez en la que un editor le había organizado una presentación de un libro.
Actualmente (En la actualidad) su incondicional ateísmo le ha concedido el reconocimiento de un nombre. Pero ¿por qué este inglés de clase media-alta descaradamente carismático, parece atraer y rechazar o provoca atracción y rechazo, al mismo tiempo, de tantas personas? Podría ser la forma en la que es capaz de combinar, sobre la marcha, su tradicional habilidad de presentar algo vulgar de una forma intelectual, sin perder de vista el argumento principal de la historia. Su actual batalla contra la fe es la más importante de su trayectoria/carrera – es uno de los primeros pensamientos que recuerda de niño y que permanecerá con él / le acompañará hasta el final.
Al igual que con otros polemistas famosos, los argumentos a favor o en contra que se realizan sobre cualquier tema se convierten en argumentos a favor en contra de el mismo. Su punto de partida es siempre la confrontación, su procedimiento para debatir es la contradicción, su punto final, la convicción, el convencimiento, la certidumbre. Esa capacidad sobrenatural para la certeza, completó la velocidad y la elegancia de su escritura, que le la convertido en el periodista británico más brillante e inquietante de la generación del 68. No exagera mucho cuando dice: El mundo en el que vivo tengo cinco peleas diarias, cada una con alguien que realmente me lleva a algo más; y si no tengo un argumento, busco uno, me aseguro de que confío en mis propios argumentos, para perfeccionarlos.
A menudo dice que el impulso primitivo que le llevó al trotskismo de los años 60 no fue tanto la compasión por el desvalido como el aborrecimiento por el poderoso. Y las preocupaciones materialistas del socialismo -redistribución, impuestos, Estado del Bienestar etcétera – nunca le han ocupado mucho tiempo. Es en los argumentos universales sobre la libertad y el progreso donde Hitchens ha jugado su gran baza.
La única consideración en la cual Hitchens profesa un mínimo de empatía es acerca de la pérdida de la fe en creyentes religiosos. Digo esto como alguien cuya propia fe ha sido sacudida y desechada, escribe en Dios no es Bueno. “Cuando yo era un Marxista, no sostuve mis opiniones por la fe pero realmente tenía la convicción que una especie de teoría unificada de campos podría haber sido descubierta. El concepto de materialismo histórico no era absoluto y no tenía un elemento sobrenatural, pero realmente tenía su elemento mesiánico en la idea de que podría llegar un momento, y seguramente tenía papados rivales que se excomulgarían entre sí.
Su propia pérdida de fe se produjo gradualmente. Si alguien me hubiera preguntado mi alineación política, en los años 1990, yo habría dicho que socialista y marxista. Después se encontró así mismo escribiendo a sus estudiantes y en este proceso desarrolló un libro en 2001 Cartas a un Joven Inconformista. Mientras él analizaba los 30 años desde el efecto catalizador de 1968, dice que lo forzaron a admitir que ya no existía un movimiento socialista internacional, ni siquiera una crítica socialista que pudiera ayudar a resucitarlo.
él le pregunta. Todo lo que usted está haciendo es asegurarse que la gente no le confunde con un liberal – lo que yo siempre consideré una posición de debilidad y de cobardía. Pero esto lo convierte en una pose. Entonces lo sentí desaparecer. No lo rechacé, no me envenené con ello, no lo odié y no tuve a un “momento damasquino” sobre ello. Pero realmente noté que los que piensan que tienen una crítica al capitalismo resultan ser reaccionarios. Ellos prefieren el feudalismo o movimiento agrario; ellos son precapitalistas. El marxismo al menos tiene una teoría de desarrollo e innovación. Y el capitalismo global ahora parece ser la única cosa revolucionaria. Esto es mi modo marxista de ver las cosas.
Muchos de los críticos de Hitchens concluyen que esto es su modo de expresarse es neoconservadora. Su respuesta es que él no se considera cualquier clase de conservador.»Él preferiría ser reconocido como un halcón de derechos humanos. Él dice que debería haber una palabra para la gente que cree que el poder americano/estadounidense puede y deber ser usado para oponerse al totalitarismo. Sin ninguna fe en las revoluciones francesas y rusas, o la del proletariado, todo lo que ahora permanece es su idea de América como la última revolución en la ciudad – su espíritu de libertad restablecido por la lucha para transformar el Oriente Medio.
Hitchens llegó a la mayoría de edad en un momento en que la política había agotado todos los intereses. Decir que era un niño de 1968 es quizás algo más que un cliché, en el sentido que los espíritus gemelos de aquel año – la destrucción y la emancipación – le proporcionaron un clima/ambiente que funcionaba como alternativa a la familia. No sé como describirlo, dice él. Al final de 1967, el cuerpo de Guevara había sido expuesto a las cámaras por la Agencia Central de Información, Isaac Deutscher había muerto, la revolución vietnamita entraba en oscilación, usted sintió que el mundo sufría una convulsión. Durante 1968 descubría cada mañana algo nuevo.
Para Hitchens, 1968 tuvo poco que ver con la explosión cultural de la época – música, drogas, modos de vivir alternativos – y mas bien la figura del macho, intocable por el feminismo, a excepción de una forma política. Él había sido reclutado por su excéntrica organización – los Socialistas Internacionales, o SI – en Oxford poco antes de llegar a la universidad. Se hizo notar interrumpiendo a un Maoísta en una manifestación en contra de la guerra de Vietnam, y fue increpado por Peter Sedgwick, a quién Hitchens describe como un remanente noble de la izquierda liberal. En ese momento, Oxford SI tenía cinco miembros. Al final de 1968, había alrededor 300. La sensación estimulante de funcionar a gran escala con una diminuta organización es la que, desde entonces, ha Hitchens a lo largo de su carrera.
Más que la enseñanza universitaria, que superó con dificultad, él describe el SI como su verdadera educación. Existía entonces, un fuerte anticomunismo, del que no formaba parte la opinión trotskista que lo mostraba como una versión deforme de la verdadera idea. Creímos en la idea que una clase obrera culta podría liberarse no solamente a sí misma, sino a la sociedad. Era antirracista, antirreligiosa, y llena de miembros judíos, ninguno de los cuales eran Sionistas.
No cabe duda de que Hitchens siente nostalgia de esos tiempos. Pertenezco a una generación en la que las capitales europeas han visto varias veces trabajadores y soldados y marineros y estudiantes sosteniendo en lo alto la bandera roja con una determinación real de asumir el poder por la fuerza ese día, o esa semana, dice, golpeando la mesa. Nadie volverá a verlo de nuevo.
Quizás, su espíritu se inclinaba más hacia la destrucción que a la emancipación. Él tenía muy claro lo que más le divertía: Se reflejaba en las inexpresivas caras del catedrático o del primer ministro – ellos no tenían ni idea de lo que estaba pasando, habían perdido la referencia, estaban asustados. ¡Y pensé, ‘ Sí! Esto es lo que me gusta: ver sus barbillas temblar con ansiedad.
Pero la desilusión, en la narración de Hitchens, se quedó grabada en el ADN de 1968. A la edad de 19 años, él estaba en Cuba cuando los soviéticos invadieron Checoslovaquia, y mientras Castro decidía como reaccionar, parecía que la mayor parte de los cubanos estaban del lado de los checos. Entonces Castro pronunció su largo, aburrido y falso discurso, a favor de la invasión. En ese momento podría decirse que el comunismo se había acabado. Lo que no comprendí en aquel momento era que lo que estábamos haciendo era celebrar el final, no el principio: 1968 fue el último espasmo del idealismo socialista. Esto fue el destello final, y el único hecho que predijo los acontecimientos de 1989.
En cinco años de argumentos sobre la Guerra de Irak, muchos personajes relevantes han pasado por su apartamento. En medio de nuestras conversaciones, Hitchens toma unos tragos con Qubad Talabani, hijo de Jalal Talabani, el presidente iraquí; y Sean Penn, el portavoz pacifista de Hollywood cuya mente independiente él admira.
Hitchens ha sido acusado de racismo, glorificación de sí mismo, traicionando amistades. Él dice que tiene una piel gruesa, aunque está preocupado porque puede haberse hecho demasiado gruesa. Él sostiene que la lucha con viejos camaradas es lo último que ha estado haciendo. Su propósito principal, reivindica, ha sido aliarse con lo que era al principio un movimiento subterráneo de sunitas, chiítas y kurdos – trabajando para derrocar al último monstruo estalinista de nuestros días. Me he sentido como lo hacía en los 60, dice, trabajando con los revolucionarios. Me recuerda a mis buenos tiempos.
Pero también se acercaba al verdadero poder más que nunca. Kevin Kellems, el consejero del anterior subsecretario del Ministerio de Defensa Paul Wolfowitz, acordó una reunión entre los dos hombres en 2002. Él lo describió como contactar con alguien del otro bando que crees que podría querer desertar. Cuando se encontraron, hablaron de su aversión mutua hacia Kissinger y de la traición estadounidense a la rebelión iraquí chiíta en 1991. Ellos siguen siendo amigos.
Cuando Qubad Talabani llega al apartamento, la conversación es familiar e íntima. Hablan del peso de su padre, antes de pasar al problema de las incursiones turcas en el norte de Irak. Un activista del Gobierno regional del Kurdistán en Washington, el joven Talabani, es tremendamente inteligente. Comentan el gran error de L. Paul Bremer – no la disolución del ejército, argumenta Qubad, que fue su mayor logro, sino su fracaso de proporcionar indemnizaciones y pensiones. Hitchens habla de las pruebas, algunas aparentemente proporcionadas por el hermano de Qubad, sobre las alianzas previas a la invasión de Saddam con Al–Qaida. Qubad habla de la necesidad de crear un Irak federal.
No es difícil ver en el joven Talabani el tipo de visión secular y cosmopolita de Irak al que Hitchens ha tratado de agarrarse cuando la amenaza de guerra civil entre sunitas chiítas se ha hecho más siniestra. Hitchens cuenta con aliados en varias facciones iraquíes, pero su primer verdadero contacto se produjo a principios de los años ‘90, cuando recorriendo penosamente el norte de Irak recabando información para un artículo para el National Geographic sobre el uso de armas químicas contra los kurdos por parte de Sadam. Y fue con su lucha con la que él se identificó originalmente.
Los argumentos de Hitchens para la guerra del 2003 no se apoyaron en la amenaza de las armas de destrucción masiva, aunque todavía insistía en que Saddam representaba el peligro principal en Oriente Medio. Más bien es el instinto de la necesidad histórica de romper el poder totalitario. Si existe una contradicción en Hitchens, es en su visión del poder estadounidense como agente, y no como obstáculo, para la revolución del status quo – y la manera mucho menos crítica con la que él ve ahora el poder de EE UU y de Occidente.
Hitchens no afirma que las cosas han ido según el plan. Pero se pregunta cómo el Iraq post-Saddam hubiera sido sin la ocupación. Irak era propiedad de un fascista sádico que masacraba a su gente, que despilfarraba los recursos del país, y que estaba preparando la entrega del poder a sus malvados hijos, los cuales probablemente habrían cometido un fratricidio. En cambio tenemos un cómico kurdo socialista como presidente de Irak, y se supone que yo debo disculparme.
Para Hitchens, la tragedia de seguirles el juego a los islamistas, se ve representada en Palestina. Su causa ha sido comprometida y devaluada, comenta. Estoy todavía con ellos. Pero antes del pueblo palestino surgían demócratas y periodistas reivindicativos que hacen una campaña, gente en el parlamento de Bahrain que aclamaba los derechos de la mujer. Ya no. Ellos se han dejado utilizar por Hamas, Siria y Hezbollah, y se han identificado con las dictaduras más putrefactas de la región.
Acuñando el término fascismo con un aspecto islámico, Hitchens cerró el círculo con argumentos contra el fascismo, el comunismo y la religión. Él ha procurado oponerse a cualquier objeción del centro liberal. Nunca me ha impresionado el término medio ni el pragmatismo, dice. ¿ Por qué se molestaría la gente en ser político si esto es todo lo que quieren hacer? ¿Si no intentaras conseguir algo más que lo pragmático, romper los límites de lo factible, redefinirlo, ampliarlo – por qué te molestarías? ¿Quién quiere ser solamente un gerente?
Una respuesta a esto puede ser: aquellos que realmente quieren mejorar las condiciones de los más desfavorecidos – una actitud rechazada por Hitchens como «caridad cristiana.Hitchens se impacienta cuando es preguntado acerca de sus opiniones sobre la política económica o social. Dice que ya no tiene ideas preconcebidas: «lo que funciona; funciona independientemente de a que conclusiones nos lleva. En el escenario internacional se ha forjado posiciones postideológicas todavía iluminadas por la claridad de una mente ideológica. En cualquier otro escenario se sumerge en una multitud de contradicciones.
Dice que ahora piensa que el Estado nación es esencial para la democracia, pero también está a favor de una Europa supranacional. Dice que ya no cree que la redistribución funciona, una visión que le sitúa en el extremo de la derecha europea del libre mercado – aunque también aboga por la fórmula sueca: no se debería ser capaz de reconocer el estatus social o el patrimonio de los padres en los hijos. En su opinión la extrema disparidad en las rentas en América es intolerable, no por interés en la igualdad sino porque la solidaridad con los demás deriva del interés propio Odia la política al estilo ley y orden pero aprueba los resultados de Rudy Giuliani en Nueva York. No tiene opinión sobre la inmigración, porque no tengo suficientes conocimientos sobre el tema. Pero Hitchens es un polemista, no un filósofo político ni alguien que se pierde en detalles.
La noción de historia como explicación para todo, tanto para lo que se gana como para lo que se pierde, es irónicamente una declaración de fe. Según esto el caos de la realidad humana consume a idealistas, moralistas y revolucionarios por igual. Pero Hitchens es, debido a su temperamento, incapaz de abandonar sus certezas deslumbrantes para evolucionar en un realista liberal. Las escisiones y divisiones violentas en su carrera sólo parecen haber aumentado su absolutismo. Representa los últimos destellos de una clase de furia política muy inglesa, originada por los rescoldos de un pasado imperial.
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