Desde Rafael, Perugino o Durero hasta Rembrandt, pasando por Velázquez y otros grandes maestros, las falsas atribuciones, incluidas las de reputados expertos de su época como Bernard Berenson, son legión en la historia del arte.
¿Cuántos cuadros que no son sino copias de originales desaparecidos, en el mejor de los casos de la misma época, aunque otras veces de siglos posteriores, habrá todavía en los museos y seguirán circulando en el mercado del arte?
Uno de los casos más famosos de falsas atribuciones fue el del «Caballero del Casco Dorado, que durante mucho tiempo se consideró una de las obras maestras de Rembrandt, pero que ha desaparecido finalmente de su catálogo.
Otro caso más reciente fue el protagonizado por el cuadro «El Pánico» o «El Coloso, atribuido a Goya pero del que el Museo del Prado tuvo que reconocer hace un par de años que es obra de algún colaborador suyo, tal vez de Asensio Juliá.
De ahí la originalidad y valentía demostrada por la National Gallery de Londres, una de las grandes pinacotecas del mundo, organizando una exposición pionera en la que repasa algunos de los errores, no excesivamente graves, todo hay que decirlo, a los que ella misma ha sucumbido a lo largo de su historia.
«Close examination: Fakes, Mistakes and Discoveries» (Examen de cerca: falsificaciones, errores y descubrimientos) se titula la exposición, que podrá visitarse del 30 de julio hasta el 12 de septiembre y que documenta los frutos de la colaboración entre científicos, conservadores e historiadores del arte que trabajan en la galería.
Como señala con nada disimulado orgullo el propio museo, su departamento científico, fundado en 1934, lidera el estudio de las técnicas y los materiales empleados en la pintura europea occidental, y el trabajo de sus colaboradores ha permitido investigar las características físicas de las obras que guarda, a fin de mejor conservarlas para futuras generaciones.
Sus expertos han empleado para ello los métodos científicos más modernos, desde la obtención de imágenes con rayos X o infrarrojos hasta la espectrometría de masas a la dendrocronología (datación de la madera utilizada como soporte de muchos cuadros), pasando por la microscopía electrónica.
Ahora, la galería de la plaza de Trafalgar ha querido familiarizar al público no especializado con algunas de esas técnicas y con los resultados fascinantes obtenidos, utilizando para ello una cuarentena de obras que pertenecen, salvo un par de excepciones, a su propia colección.
La exposición se divide en seis secciones o salas, en cada una de las cuales se ofrecen ejemplos de algunos de los retos a los que han tenido que hacer frente los expertos en su paciente trabajo.
Esos desafíos van desde las puras y simples falsificaciones hasta las modificaciones sufridas por algunos cuadros en el transcurso de los siglos, pasando por sorpresas, por el contrario, agradables, como el descubrimiento de que alguna obra atribuida en un principio a un discípulo o un pintor menor era en realidad original de un maestro.
En algunos casos, el descubrimiento de la falsificación fue posible al detectar los científicos que examinaron un cuadro el empleo de pigmentos relativamente modernos, como el azul de cobalto, el amarillo de cadmio o el viridiano; en otros, gracias a la datación de la madera del soporte.
En ocasiones se llevaron a cabo alteraciones de cuadros originales simplemente para adecuarlos mejor al gusto o a la moral más estrecha imperante en una época posterior, como por ejemplo la victoriana, y hacerlos así más presentables o comercializables.
En la exposición pueden examinarse ejemplos fascinantes de todo ello, bien documentados con pinturas de -o atribuidas en algún momento a- Botticelli, Holbein, Durero, Paolo Uccello, Jan Gossaert, Verrocchio, Francesco Guardi, Giorgione, Giovanni Bellini, Pieter de Hooch, Robert Campin, Andrea Previtali, Corot, Pieter Brueghel, Rembrandt o Caspar David Friedrich, entre otros.