El dicho es recurrente: hay artistas que nacen con estrella, y otros que nacen estrellados. Al primer grupo pertenece sin duda Paco de Lucía, que la noche del martes se sobrepuso a los elementos para ofrecer un magnífico recital a los 2.500 espectadores que se dieron cita en el escenario Puerta del Ángel de Madrid. Varios eran los condicionantes que se cernían sobre el concierto del guitarrista algecireño, pero ninguno fue capaz de restarle poder de convocatoria. No lo hizo la huelga de Metro que ha colapsado la capital ni tampoco la amenaza de lluvia. Incluso el fútbol tuvo que claudicar ante el genio de este músico universal.
No refleja su biografía si Paco de Lucía es un gran aficionado al balompié, pero el artista sólo se decidió a saltar al escenario cuando pasaban unos veinte minutos de las diez, el tiempo suficiente para celebrar en directo la victoria de la selección española sobre Portugal. Tampoco parecía importarle demasiado al respetable. Los más previsores habían traído consigo un transistor para conocer el devenir de los chicos entrenados por Del Bosque, y el gol de Villa se cantó en el graderío como si de un estadio se tratase.
Noche de triunfos
Los espectadores aún se relamían por el triunfo de La Roja cuando el guitarrista hizo su entrada en escena. A paso firme y seguro, sin levantar la mirada, Paco de Lucía ocupó su silla entre la primera de las muchas ovaciones que recibiría durante las dos horas siguientes. Tras una primera pieza interpretada sin más compañía que la de su guitarra, Paco de Lucía llamó a filas al resto de la banda para atacar una soleá emocionante y desgarrada, bien coronada por la poderosa voz de David de Jacoba.
Avanzaban las piezas y el aire absorbía ese inconfundible aroma de fusión que sólo Paco de Lucía ha sabido cristalizar, ese gusto por la combinación con la que este creador incomparable revolucionó el flamenco y lo rescató del olvido en el que se hallaba. La bulería reclamó su espacio con Volar, una composición de singular belleza que el guitarrista incluyó en su último trabajo discográfico hasta la fecha, Cositas buenas.
Un descanso de quince minutos precedió al arranque de la segunda parte del espectáculo, que continuó con los sonidos vivaces y dulzones de «Palenque, una rumba que vio la luz en el disco Solo quiero caminar.
«¡Paco!»
«¡Paco!, gritó un aficionado desde el patio de butacas. «¿Qué?, inquirió como toda contestación el flamante ‘doctor honoris causa’ por el Berklee College of Music, un tímido patológico que no articuló más palabra a lo de toda la velada. Las alegrías de «Bendita sea mi tierra» prepararon el ambiente idóneo para el lucimiento del bailaor Antonio Fernández Montoya, ‘El Farruco’, dueño de una fuerza salvaje y una técnica exquisita con las que taconeó las tablas con precisión de cirujano.
Se acercaba el final y la audiencia congregada aún no había saciado su sed flamenca. Pisotones contra el suelo, palmas, silbidos y algún que otro grito invadieron el recinto de la Casa de Campo, que se convirtió en una olla de grillos hasta que Paco de Lucía tuvo a bien regresar al escenario. Como no podía ser de otra manera, «Entre dos aguas» fue la pieza escogida por el artista para agradecer la entrega incansable de sus seguidores, que mañana tendrán una nueva oportunidad de disfrutar con este guitarrista irrepetible.