El cineasta franco-polaco Roman Polanski eligió este sábado la discreción en su primera aparición pública tras su liberación, y no dejó que le robaran más que algunas fotos de soslayo cuando entraba al recinto donde su esposa, Emmanuelle Seiger, actuó en el Festival de Jazz de Montreux.
Hace 44 años que las calles y hoteles de la pequeña localidad de Montreux, a orillas del lago Leman, se llenan de artistas famosos durante dos semanas de julio. Los ciudadanos, los que vienen a los conciertos, y los
periodistas lo saben, por lo que raramente se producen tumultos y los fotógrafos esperan pacientemente a que el artista de turno salga en escena, sin necesidad de esperar en la calle.
Este sábado fue distinto, porque el artista en cuestión no era un músico, sino un director de cine, Roman Polanski, que venía en su propio coche a escuchar cantar a su mujer tras haber permanecido 60 días en una cárcel de Zúrich, y siete meses en prisión domiciliaria.
La ministra de Justicia de la Confederación Helvética, Eveline Widmer-Schlumpf, decidió el pasado lunes liberar a Polanski de las medidas de restricción que le habían impuesto y rechazar su extradición a Estados Unidos.
Washington persigue desde hace 33 años a Polanski, acusado de haber mantenido relaciones sexuales con una menor en 1977 y haberse fugado del país -aprovechando su libertad condicional- sin supuestamente haber pagado la pena.
Este sábado, Seigner salió al escenario arropada por la presentación de Claude Nobs, el fundador y director del Festival de Montreux, quien no hizo ninguna mención específica al cineasta, a pesar de que Polanski pasó la jornada en su chalet, situado en las colinas que arropan al pueblo, disfrutando de una espectacular vista del lago enmarcado por los Alpes en el horizonte.
Único guiño a Polanski
Seigner empezó su concierto con una de las canciones de la banda sonora de la película Rosemary Baby (1968), el filme que dio prestigio mundial a Polanski, el único guiño específico a la presencia de su marido en el auditorio y que quiso señalar al explicar ella misma el significado al público. Horas antes, en la televisión pública suiza, Seigner se había mostrado «muy contenta» de que Polanski asistiera a su espectáculo, «porque aún no ha visto mi concierto», dijo.
Seigner y Polanski se conocieron en 1988 durante el rodaje de la película Frantic y se casaron en 1989, un matrimonio del que han nacido dos hijos, Morgane, de 17 años, y Elvis, de 12 años. La actriz grabó su primer álbum Don’t kiss me goodbye en el 2006; un año después firmó la banda sonora de la película Backstage; en el 2007 lanzó un disco con el grupo Ultraorange; y este año publicó su último trabajo, Dingue.
Subida en una botas negras de piel vuelta y luciendo unos estrechos tejanos negros acompañados de una camisa de labrador de tonos rojizos, Seigner jugó con un sobrero oscuro que portó varias canciones hasta que empezó a tener severos problemas con los audífonos, que puso y quitó constantemente de sus oídos durante todo el concierto.
Sing Sing, Alone a Barcelone, Coup de theatre, Emmanuelle, Le fantôme, Don’t kiss me goodbye, fueron algunas de las piezas que cantó, una lista que también incluyó Famme fatale, que interpretó dos veces, la primera en francés y la segunda inglés, para estupefacción de varios de los presentes.
Un público que, en muchos casos, parecía más interesado en el reloj que en ella, y que incluso, con voz femenina, llegó a gritar «Katie!», en relación a Katie Melua, la cantante británica que iba a actuar justo después de Seigner.
De hecho, poco después de empezar el concierto, Seigner agradeció al público por «ser tantos», aunque después le reclamó que no cantara touch my shadow, cuando ella ofreció el micrófono. Para «desahogarse» un poco, cantó con ritmo muy rockero On nous cache tout (nos lo esconden todo) de Jacques Dutronc, y se despidió con Un jour parfait y un simple «merci».
El concierto duró cincuenta y cinco minutos. No hubo bis. Y nadie lo pidió. De Polanski, ni rastro.