El Festival Internacional de Benicássim vivió esta noche su momento más «hooligan» con un concierto de The Prodigy directo a los instintos primarios de los «fibers», alterados por ráfagas de «beats» interminables y sonidos punk distorsionados hasta el extremo.
Fue una regresión colectiva y salvaje a la época dorada de una tendencia musical surgida a mediados de los noventa y auspiciada por este trío de Essex, cuya influencia en aquella etapa fue similar, según se atrevió a decir David Bowie, a la que tuvieron los Beatles en los sesenta.
Tal vez exageró, y puede que su último álbum, Invaders Must Die, no sea una obra perdurable, pero su directo, con Liam Howlett de cerebro electrónico y Keith Flint y Maxim como irreverentes agitadores, es demoledor desde su inicio.
De esta forma, sin aviso ni clemencia, golpearon con World’s on fire y Omen, levantaron a los «fibers» con Breathe -su single más conocido- y Firestarter y les hicieron postrarse, literalmente, con Smack my bitch up, provocando un temblor de tierra cuyo eco tardará meses en desaparecer.
Antes que ellos, y con un recinto notablemente mas poblado que en los dos días anteriores, Ash, un veterano en este espacio, abrió el fuego del Escenario Verde con una sesión de «powerpop» para todos los públicos.
La vía principal del FIB parece la calle Estafeta de Pamplona en San Fermín. En cuanto suenan los primeros acordes de un grupo grande la gente corre por ella a toda velocidad salvando obstáculos para llegar a tiempo al ruedo del escenario verde.
Y así ocurrió con The Specials. La experiencia es un grado en todas las facetas de la vida, y también en el espectáculo musical, en el que se han de pulsar unos resortes específicos para hacer bailar al público, y esta banda los conoce todos.
Los mantenedores del ska extrajeron todo el saber de la maleta de sus mil conciertos y han convocado una hora de baile y ritmos reggae para constatar que siguen en forma treinta años después de su debut, gracias a canciones como A message to you Rudy.
Noche de decepciones en Benicássim
Una de grandes decepciones musicales de la noche fue el concierto de Ian Brown, esperado por ser uno de los padres del sonido Manchester con su antigua banda, The Stone Roses, y por haber sabido remontar su irregular carrera en solitario con un digno trabajo publicado en 2009.
La primera canción fue, precisamente, uno de los mejores recuerdos de su anterior grupo, I wanna be adored, y todo parecía predispuesto a un gran momento. Sin embargo, su estado descubrió una voz sin registro y el directo naufragó irremisiblemente, aunque los «fibers» siguieron bailando sobre las tablas del barco, incapaces de dejar que un mal concierto altere sus planes.
Una de las grandes decepciones pero no la única. Ni todo el teatro del mundo ha sido capaz de levantar el ánimo de un público a la expectativa del supuesto concierto punk que ha ejecutado PiL, reunido para menor gloria de su «Metal Box» (1979) e histriónicamente liderado por el ex cantante de los Sex Pistols, John Lydon.
El momento más emotivo de este FIB, y probablemente de otros muchos, fue la despedida del grupo toledano The Sunday Drivers, que escogió este escenario para poner fin a una carrera de once años y cinco álbumes, con notables éxitos comerciales como Time, time, time o Do it.
Este último concierto, tras el que la banda se disgrega definitivamente, ha cerciorado lo que muchos sospecharon durante toda su etapa activa: que sus grabaciones suenan infinitamente mejor
sobre el escenario, donde adquieren un empaque formidable, y también que en España se pueden hacer y tocar buenas canciones en inglés como On my mind.
A little heart attack, más de treinta familiares, amigos y colaboradores sobre el escenario, cerca de dos mil personas cantando al unísono, lágrimas de los fans y gritos de «no os separéis, no os separéis». El final más bonito que una banda de música pueda imaginar. Hasta siempre.