Por momentos glorioso e incandescente, José Mercé dio un repaso a los diferentes palos del flamenco durante la actuación que ofreció este martes en los madrileños Jardines de Sabatini, donde el cantaor aunó temas clásicos del género con otros pertenecientes a su extensa y dilatada discografía.
Llegaba Mercé de salir a hombros en el Festival del Cante de Las Minas, en La Unión, Murcia, y los augurios eran inmejorables respecto a lo que pudiera esperarse de su desempeño en Madrid. La costumbre de la casa es no decepcionar al cliente, y a fe que el artista no se permitió tamaño desliz.
La ocasión, a su vez, demandaba un concierto de altos vuelos, pues suponía el inicio del ciclo dedicado al flamenco en los Veranos de la Villa, que durante el próximo mes verán desfilar a Carmen Cortés, Enrique Morente, José Menese, Farruquito o Mayte Martín.
Al frente de todos ellos, el primero, José Mercé, encargado de inaugurar el coqueto escenario que se instala junto a uno de los laterales del Palacio de Oriente.
La belleza del emplazamiento, en todo caso, no menguaba la responsabilidad del artista, que lo tuvo muy claro desde el principio de la velada: «Yo siempre digo que Madrid es la capital mundial del flamenco, aseguró a los 1.200 espectadores que abarrotaban el patio de butacas.
Así que blanco y en botella. Había que cantar y había que hacerlo bien, con sentimiento, con duende, con eso que Mercé llama «el eco, una voz profunda y natural que eriza hasta el último vello cuando se pone en acción.
Tardó un poco el artista en coger el hilo, mostrándose algo tímido en las malagueñas que dieron el pistoletazo de salida, pero calentar la garganta y llegar los primeros pellizcos fue todo uno, como se encargaron de demostrar unas soleás de final apoteósico.
El calor apretaba de lo lindo, el respetable se abanicaba con lo que podía y Mercé, más práctico, optó por quitarse la chaqueta: «¡Qué fresquito!, exclamó con sorna antes de lanzarse por la festiva senda de las alegrías.
A todo esto, conviene remarcar la estupenda exhibición del guitarrista Moraíto, acompañante único de Mercé durante buena parte del espectáculo. Se entienden ambos con una mirada, cierto, pero es mérito del músico poner el toque idóneo a cada emoción del cantaor, una labor en la que se mostró sencillamente encomiable.
Buen ejemplo fue la doliente seguiriya «Por los siete dolores, que estremeció al respetable antes de dar paso al reivindicativo fandango «A mi niño Curro»: «Me critica a mi la gente, Dios mío qué me importa, soy un águila imperial, y mientras me quede una pluma, por mi niño del alma, no voy a dejar de cantar, cantó Mercé.
Puede que de él hayan renegado los más puristas, pero Mercé lleva muchos años evidenciando que lo suyo es flamenco con mayúsculas, del que se mete hasta el tuétano y duele o alegra según requiera el momento.
Tras unas bulerías y un pequeño receso de quince minutos, el cantaor reclamó su lugar sobre el escenario para dar entrada a los tarantos de «A la hora de la muerte, una composición que toma prestada del ilustre Enrique Morente.
El fin de fiesta llegó con unas bulerías que Mercé cantó ‘a capella’ para deleite de la audiencia, que ni siquiera esperó a la retirada del artista para solicitar con insistencia el primer bis de la noche.
Como no podía ser de otra manera, «Aire» cerró una velada que Mercé remató con unos versos zalameros: «No sé por qué motivo, esta gente de Madrid se porta tan bien conmigo, declamó en medio de una sentida ovación.