En caso de duda, Enrique Morente. El cantaor es una apuesta segura cuando se trata de disfrutar la pasión flamenca en su estado más puro, y esta noche lo volvió a demostrar con una actuación soberbia en los madrileños Jardines de Sabatini. El artista granadino se mostró pletórico de principio a fin, punzante en cada palabra, expresivo en cada gesto, con la garganta presta y la voz afilada, dispuesto a encoger el corazón del público a base de pellizcos tan dolientes como emotivos.
Puede que su chorro vocal ya no sea el mismo, pero lo que Morente ha perdido en agudos lo ha ganado en saber estar, en intuición, en saber arrimarse al toro cuando es necesario y dejar los lucimientos innecesarios para ocasiones menos solemnes. Porque a Madrid no se puede venir a cumplir, y mucho menos en el caso de los flamencos. Bien lo sabe Morente, que visitaba la capital tras su glorioso paso por el Festival de Cante de Las Minas, donde ofreció una actuación memorable tras recibir el prestigioso galardón honorífico «Castillete de Oro».
Cualquier otro en su situación podría haber acusado el desgaste emocional, pero el ronco del Albaicín suma casi cincuenta años sobre los escenarios y sabe extraer todo el provecho a los noventa minutos que suele ofrecer en sus recitales. Por si no fueran pocos los condicionantes, Morente también fue capaz de sobreponerse a la desapacible climatología que caracterizó el devenir del espectáculo, con un frío que se calaba hasta los huesos y un viento maleducado que silbaba sin permiso a través del micrófono del cantaor.
Saltó Morente al escenario junto a su banda de acompañamiento, todos vestidos de negro riguroso, y formaron un círculo que dejaba al maestro en el centro del mismo. Desde ahí atacó Morente unas tonás que, en su recta final, rindieron un sincero homenaje a Nelson Mandela. Una hermosa caña enlazó con las alegrías de «Esa rosa, mientras que los tientos reclamaron su parte de protagonismo en «Tientos griegos, un tema extraído del álbum que Morente dedicó en 2008 al pintor malagueño Pablo Picasso.
Los 1.200 espectadores que llenaban el recinto aplaudieron a rabiar unas románticas malagueñas y, a continuación, se dejaron deleitar por dos nuevos tributos a Picasso: «Autorretrato» y «Guern-Irak». El concierto encaraba su última recta cuando Morente volvió a colocar a su banda en posición circular, adentrándose entonces en un popurrí de bulerías y soleás que dieron por terminado el espectáculo.
«Siempre es mejor marcharse dos minutos antes de empezar a estorbar, así que muchas gracias y buenas noches, dijo Morente para despedirse de un público que tiritaba de frío y que ni tan siquiera se atrevió a pedir un bis.