El momento en el que John F. Kennedy vio abrirse ante sí las puertas de la Casa Blanca cumple hoy 50 años en EEUU, país que vivió pegado al televisor el ajustado voto que dio al joven senador un billete para convertirse en leyenda.
Cuando apenas eran las 9 de la mañana del día 9, el día siguiente a la jornada electoral, el hermano de John, Bobby, despertó al agotado candidato demócrata, que había sido incapaz de cumplir su intención de quedarse despierto durante el disputado recuento de sus votos y los de su rival, el republicano Richard Nixon.
La reacción en su finca de Hyannis Port (Masachusets), donde se encontraba rodeado de su familia, tuvo eco en millones de hogares de todo el país, a los que la televisión llevó el nombre del nuevo presidente tras una noche de incertidumbre que terminó con una diferencia de sólo 112.000 votos.
El estrecho margen con el que culminó la primera campaña electoral televisada, con encendidos debates que perjudicaron a un sudoroso Nixon, contrasta con el extraordinario mito que se creó en torno a Kennedy cuando tres balas acabaron con su vida un 22 de noviembre de 1963 en Dallas (Texas).
Pero la imagen del Kennedy candidato, con su mezcla de idealismo y seguridad, su defensa de los derechos civiles y su espontaneidad, sí encaja con la que ha pasado a la historia, y con la que han tratado de medirse, uno tras otro, todos los aspirantes demócratas a la presidencia.
El senador, que se convertiría a sus 43 años en el presidente más joven de la historia del país, prometía a la generación de la posguerra un cambio en la vieja manera de hacer política, alejado de los discursos pomposos y las promesas vacías.
Y fueron muchos los estadounidenses que vieron en el perfil rompedor de aquel político católico y de ascendencia irlandesa, adinerado pero defensor de la clase media, la clave para hacer que el país remontara la Guerra Fría con un guante algo menos férreo que el de Dwight D. Eisenhower (1953-1961).
La estampa se empañaría, sin embargo, durante los mil días de mandato de Kennedy, que fueron testigo de un giro pragmático que no siempre ofreció resultados políticos y vieron cómo el carisma del presidente menguaba en situaciones como la crisis de los misiles en Cuba o el desembarco de la CIA en la Bahía de Cochinos.
Las posteriores revelaciones sobre su figura, que hablan de sus presuntas aventuras amorosas con Marilyn Monroe y su supuesta adicción a algunos fármacos, se plantearon siempre a partir de la leyenda que nació con su muerte, y contribuyeron, en ocasiones, a amplificarla.
Pero muchos aún siguen recordando al primer Kennedy, el que aquel 9 de noviembre de 1960 se presentó ante el país junto a su mujer embarazada de 8 meses, Jacqueline, y pidió que le ayudaran a «llevar el país con seguridad a través de la década de los sesenta».
Algunos lo harán hoy con celebraciones, como la recreación de la fiesta de victoria que la Biblioteca Presidencial de Kennedy ha organizado en Boston y a la que asistirá su hija, Caroline, y la viuda del fallecido senador Ted Kennedy, Vicki.
Y otros recordarán, simplemente, que el legado de Kennedy sigue presente hoy, y que los retos a los que él se enfrentó no son muy diferentes a los que encara hoy el presidente Barack Obama, que en 2008 mereció comparaciones con el icono demócrata por su carisma y su juventud.
El aniversario del gran mito de su partido llega justo cuando la ilusión que despertó Obama en su campaña parece haber tocado fondo, para subrayar, quizá, que ningún presidente puede brillar cada noche como la noche de su victoria.