martes, noviembre 26, 2024
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Los bodegones de Chardin vienen por primera vez al Prado

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El Museo del Prado descubre al público español al pintor francés Chardin en la primera exposición que se realiza en nuestro país sobre el gran maestro del bodegón y de la pintura de género del siglo XVIII.

Autor de pinturas emblemáticas como «La raya», «Pompas de jabón», «Dama tomando el té» o «La joven maestra de escuela», Jean Siméon Chardin (1699-1779) es un gran desconocido en España, donde solo se conservan tres pinturas suyas, en la colección del Museo Thyssen.

Este desconocimiento hace que la muestra, que inaugura este lunes el Príncipe de Asturias, «sea un regalo muy especial para el público español», en opinión del director del Museo del Prado, Miguel Zugaza, quien durante la presentación de la exposición elogió la obra del autor, al que consideró, al igual que hizo Manet sobre Velázquez, «el pintor de los pintores».

Zugaza recordó que la obra de Chardin interesó a grandes artistas como Cézanne, Matisse, Morandi o Picasso, quien incluso tenía una obra suya, y afirmó que la muestra, en la que se exhiben 57 de las aproximadamente 200 pinturas que de él se conocen, es una gran novedad.

«Es un pintor extraño, con una magia que pronto se nos hace familiar. Es un genio de la era de la decrepitud de la pintura. El primero de los pintores modernos y también uno de los últimos», que llega a España de la mano «del mejor director de escena, Pierre Rosenberg», miembro de la Academia francesa, director honorario del Museo del Louvre y uno de los principales especialistas en Chardin.

Organizada en colaboración con Ferrara Arte y patrocinada por la Fundación AXA, la exposición cuenta con préstamos de colecciones públicas y privadas de todo el mundo y especialmente del Museo del Louvre, que ha cedido once de las treinta obras que conserva.

Entre las pinturas cedidas por el museo francés se encuentran algunas de las más celebres de Chardin, como «La tabaquera», «El joven dibujante», «El niño de la peonza» o «La raya», una de sus obras más célebres, en la que el pintor hace gala de todos sus conocimientos», consideró Gabrielle Finaldi, director adjunto de conservación del Museo del Prado.

Para Finaldi «nada se entiende de esta magia», de esa impresión, que provoca «una admiración incondicional. Su belleza, su virtuosismo pictórico se transforma en belleza poética» en la obra de este maestro del bodegón, «con una forma de pintar este género que poco tiene que ver con la nuestra. Es una belleza cotidiana exquisita».

Al pasear por la exposición se experimenta «una purificación de los sentimientos», como ocurre al contemplar «Dama tomando el té», en la que retrató a su primera mujer «y que resume toda su delicadeza», comentó Finaldi, quien destacó que la muestra exhibe algunas de las versiones que hizo sobre una misma composición.

De una de ellas, «La joven maestra de escuela», se han reunido por primera vez las tres versiones que se conservan en Londres, Dublín y Washington.

En una brillante presentación, Pierre Rosenberg hizo un repaso por la obra de este artista, «que parece fácil porque lo que pinta son cosas corrientes de la vida humana, pero es un pintor muy particular y especial, nada fácil».

Chardin, señaló, es un caso particular. Fue un autodidacta, creía en la pintura y consideraba que con los pinceles se puede expresar lo que el escritor expresa con un lápiz o un músico con una partitura.

Admirado por los artistas del siglo XIX, con un juego de formas que sedujo a los cubistas, «nunca se contentó con una invención», dijo Rosenberg. Nunca abandonó un género para dedicarse exclusivamente a otro. Supo renovarse, pero le gustaba volver atrás a menudo en unas obras que pintaba directamente, sin utilizar bocetos.

«Su obra ‘La raya’ causó sensación y le permitió entrar en la Academia de Pintura y Escultura, a la que accedían los que habían estudiado allí», añadió este experto en su obra.

Rosemberg destacó la habilidad de Chardin al pintar gatos, a diferencia de la mayoría de los artistas, y consideró que, al contrario que en la pintura contemporánea, la contemplación de su obra aporta «reposo, paz, silencio, recogimiento».

Sus pinturas, añadió, son espacios de glorificación de los objetos, que sublimó. «Huye de la anécdota, no quiere contar nada. Es un artista que sabe emocionar», afirmó Rosemberg, que recordó una afirmación suya: «Uno se sirve de los colores, pero se pinta con el sentimiento».

EFE/Mila Trenas

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