Desde la pintura flamenca y española del siglo XVII a las naturalezas muertas de cubistas como Picasso o Gris o la presencia de Ferran Adrià en la Documenta de Kasel, el arte ha mantenido una relación intensa con la comida, y esa es la tesis de la exposición que se podrá ver desde este martes en La Pedrera.
Organizada por la Obra Social de CatalunyaCaixa, «El arte del comer» reúne 130 obras de 76 artistas procedentes de más de 60 museos y colecciones particulares distribuidos por catorce países.
La comisaria de la muestra, Cristina Giménez, señala que la exposición permite comprobar que la relación entre los artistas y la comida ha sido intensa ya desde la consolidación del género de la naturaleza muerta en el siglo XVII, hasta nuestros días.
El director de la Obra Social, Alex Susanna, comenta que «se ha incluido a Ferran Adrià, no como causa, sino como efecto de esa relación de siglos, una relación que desemboca cuando Adrià es invitado por la Documenta de Kasel y naturalmente debíamos aprovechar ese debate».
La comisaria cree que «el mundo de la cocina no ha cambiado mucho desde la participación de Ferran Adrià en la Documenta 12, pero sí lo ha hecho el mundo del arte».
Comienza el itinerario expositivo con grandes lienzos con mesas exhuberantes llenas de manjares y frutas del siglo XVII como el «Bodegón con sirvienta» (1640), de Paul de Vos, el «Frutero» (1625) de Juan van der Hamen, o «Puesto de frutas con pareja» (1649-1665), de Pieter van Boucle.
En una sala se reúnen bodegones con vajillas como «Naturaleza muerta con jícara» (1640), de Zurbarán, «Bodegón con pájaro muerto» (1651), de Juan de Espinosa, la hiperrealista «Naturaleza muerta con vaso de cerveza y panecillos» (1665), de Johann Georg Hinz, o «Naturaleza muerta con cebollas y arenque» (1910), de Isidre Nonell.
La carne y el pescado se convierten en protagonistas en obras como «Naturaleza muerta con peces de mar y ostras» (1665), de Giovanni Battista Recco, «Buey y cabeza de ternero» (1923), de Soutine, o «Naturaleza muerta con trozo de carne y pan de azúcar» (siglo XVIII) de Jacques-Charles Oudry.
Las vanguardias también incorporan a sus exploraciones del lenguaje artístico el género como ilustran los cubistas Picasso («Frutero»), Juan Gris («Mesa delante de un edificio») u Óscar Domínguez («La mesa negra»).
En contraste con la opulencia de los bodegones barrocos, las naturalezas muertas tienden a lo largo del siglo XX a simplificarse y un buen ejemplo de ello son las fotografías de Wols de 1940-41 en las que retrata sardinas, cebollas, pan, huevo y vaso.
Intercaladas a lo largo de la exposición, el visitante se encuentra con una butaca confeccionada con filetes de carne (Jana Sterbak); el vídeolienzo «Still life» (2001), de Sam Taylor-Wood, que condensa en tres minutos la putefracción de un plato de fruta que filmó a lo largo de un mes con cámara fija; o la instalación-proyección del cuadro «Le Déjeuner sur l’herbe» de Manet sobre una toalla con objetos de arte y de comida.
En esa misma línea se exhibe «El invitado», un poema-objeto de Joan Brossa que presenta una mesa servida con un garrote vil como silla.
La exposición, que estará abierta hasta el 26 de junio, dedica una especial atención a los artistas que a partir de los años 60 trabajaron al margen del informalismo y el expresionismo abstracto imperante, con obras como «Achrome», de Manzoni; la instalación «Una experiencia gourmet», de Martha Rossler; o «Botella de aceite (Defensa de la naturaleza), de Joseph Beuys.
«Tostadora», de Richard Hamilton, «Gran cazuela de mejillones», de Broodthaers, el biombo rallador de Mona Hatoun, o la «Carta de amor», de Wim Delvoye, escrita en árabe con pieles de patata, son otras obras de artistas que van más allá de la representación imitativa de la realidad.
Antes de documentar la vinculación de Adrià con el arte, que incluye fotografías realizadas por él mismo a Richard Hamilton, la exposición se detiene en casos de artistas metidos a cocineros como Miralda y su restaurante Internacional de Nueva York, Gordon Matta-Clark y su Food, también en Manhattan, o el Spoerri de Düsseldorf de Daniel Spoerri.
EFE/Jose Oliva