Para las personas de mi generación, algunos conciertos representan un maravilloso y especialísimo regalo aparte del propio aspecto musical. Por ejemplo: en el Teatro Real, la Quinta Sinfonía de Beethoven con la Orquesta titular dirigida por Rafael Frühbeck de Burgos.
Este regalo nos ofreció recientemente el teatro dentro del ciclo “Las noches del Real” y que podía ser un programa, por obras e intérpretes, de los años sesenta.
El Real era en aquellos tiempos una sala de conciertos, la orquesta era una de las pocas que existía y el Maestro ejercía su magisterio ante un público, del cual formaba parte, que no tenía grandes oportunidades pero grandes deseos de aprender. Es justo así pues denominarle como “El Maestro” o “Nuestro Maestro”.
El sábado pasado volvieron todas estas vivencias mejoradas con el tiempo.
El maestro construyó un concierto brillante iniciado con una Fanfarria compuesta por él, sobre temas de la cuarta sinfonía de Brahms. Del mismo compositor y con la intervención del Coro Nacional de España surgieron tres impresionantes y maravillosas canciones que complementaron la primera parte.
En este ambiente de gran calidad artística, Frühbeck de Burgos, con los pies firmes, los brazos ágiles, las manos sugerentes y el gesto concentrado, inició la segunda parte con los conocidísimos acordes de la quinta sinfonía. Magnífica. Enlazada toda ella y dirigida con la madurez, hondura e incluso sencillez que alcanzan los grandes maestros según siguen cumpliendo años en activo.
Si la velada ya era magnífica el Maestro nos regaló una interpretación de la quinta de Beethoven sorprendente, minuciosa, sensible e imborrable.
Una interpretación recibida con múltiples aplausos de admiración y gratitud por la nueva clase académica que había impartido.
Sonaron los acostumbrados bravos. Alguno era mío. Ya les he dicho en otras ocasiones que lo mío no es la crítica.
Concha Carbajo para Estrella Digital