El 6 de abril de 1929 se estrena Los Claveles en el teatro Fontalba de Madrid, divertido sainete lírico, con libro de Luis Fernández de Sevilla y Anselmo C. Carreño, y partitura de José Serrano. La trama es sencilla, aunque está tejida con ingenio: el orgullo de una mujer presumida que recibe una lección del hombre al que intenta atraerse, hasta que los dos se hablan con sinceridad y todo termina bien. De forma paralela, la pareja cómica, herencia del teatro español tan frecuente en la zarzuela, vive su propia historia, el drama de no poder casarse porque el padre del novio lo prohíbe; el hombre hace a éste una terrible revelación, y es que los dos jóvenes son hermanos, ya que ella es fruto de una relación que tuvo años atrás. Pero la desgraciada noticia es desmentida por la madre del novio al comunicarle una nueva sorpresa: su padre es un señor que vive en Barcelona. Final feliz para todos.
La inspirada música del Maestro Serrano nos ha dejado unos números extraordinarios que figuran entre los más conocidos de nuestra música; la romanza de Rosa (Qué te importa que no venga), de difícil ejecución, o el monólogo de Fernando (Mujeres), en el que canta y habla, con lo complicado que debe ser alternar la palabra hablada con estrofas cantadas en la misma romanza. Los Claveles es una obra corta, por eso pertenece al género chico, a diferencia de la zarzuela grande, la cual se compone de más actos y su duración es mayor; ello no significa en absoluto que la calidad de estas piezas sea inferior, como saben todos los aficionados.
Pero todo esto tiene algo más que despierta igualmente nuestro interés, es el marco en que se desarrolla: una fábrica de perfumes, de ahí su nombre, “Los claveles”. Rosa es una empleada que, como Jacinta y sus compañeras, se gana su jornal con su trabajo. Y esto nos lleva a reflexionar sobre la presencia de tantas otras protagonistas de zarzuela grande o género chico cuyo trabajo y medio de vida se ha querido destacar hasta en los títulos de las obras, y así ocurre en Paca la telefonista o el poder está en la vista (1930) del Maestro Enrique Daniel, La Taquillera del cinema (1931) del Maestro Demon, Rosa la pantalonera (1939), obra del Maestro Alonso, todas éstas estrenadas en los años 30. Pero hay muchas más en la historia de nuestro género lírico, obras en las que las mujeres trabajan para ganarse el pan, y a veces el pan de alguien más de la familia, caso de La Chulapona, maestra de un taller de plancha; planchadora es a su vez La Revoltosa. La Casta y la Susana de La Verbena de la Paloma también “van a entregar”, de lo que se desprende que se dedican a un trabajo de aguja o quizá de plancha; Doña Francisquita y su madre tienen una pastelería, la Pilar de Gigantes y Cabezudos es carnicera y su tía Antonia vende verduras en su puesto de la plaza, la Aurora de La Parranda es ceramista, la Paloma de El Barberillo de Lavapiés es costurera y Ascensión, la de El Manojo de rosas, la florista del barrio.
No podemos tampoco olvidar los cuadros con mujeres que se dedican a las labores del campo: como muestra señalaremos el célebre Coro de las Espigadoras, el de La monda de la rosa (ambos de La Rosa del Azafrán) o el Coro de las Lagarteranas de El huésped del Sevillano, que ofrecen su mercancía de ricos bordados de pueblo en en pueblo. Magnífica música y letra entrañable con un enorme tirón popular en su día que ahora no vamos a descubrir. Son piezas que los veteranos hemos escuchado durante toda nuestra vida y nos son queridas y familiares. Pero estos últimos ejemplos a los que nos referimos están sin duda vinculados a una comarca determinada y a su folklore tradicional –sabemos que el Maestro Guerrero tomaba amplia información en la zona antes de ponerse, y nunca mejor dicho, manos a la obra.
Y sin embargo, ese ambiente de la fábrica, del taller, que inspiró esos libretos y esas partituras menos conocidos de los años 30, con una mujer que trabaja, bastante real y cercana, despierta una admiración y un sentimiento especiales.
En todo caso, unas y otras son el testimonio de la fuente popular que las inspiró, y a su vez son la razón del hondo calado que consiguieron en el público.
María Teresa García Hernández