viernes, octubre 4, 2024
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‘Kiseki’ no es un «milagro»

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Koichi, un niño de 12 que vive con su madre tras la separación de sus padres, necesita que se produzca un milagro para reunirse con su hermano pequeño, que vive con su padre en la otra punta de Japón, y así reunir de nuevo a toda la familia. Los dos hermanos comienzan a tramar un plan para que la familia vuelva a reunirse. En él participarán todos sus amigos y familiares, tejiendo una red para que el milagro que los dos hermanos necesitan se haga realidad.

‘Kiseki’ no es un «milagro». Crítica de Glady de la Cruz

Tres años han pasado desde que Kore-Eda estrenó ‘Air Doll’, una película que exploraba el tema de la soledad desde la perspectiva delicada y melancólica de una muñeca hinchable. En esta ocasión, el director japonés vuelve a explorar el complejo mundo infantil -que llegó a afectarnos en películas como ‘Nadie sabe’- abordando la experiencia de la separación desde el punto de vista de los más afectados, los niños.

El argumento de ‘Kiseki (milagro)’ suena algo apetecible: Koichi y Ryu son dos hermanos separados por el divorcio de sus padres. Koichi vive con su madre y sus abuelos; es el mayor, más sereno y más tranquilo, y lo único que desea es que su familia esté de nuevo unida. Por otro lado, Ryu se queda con su padre, un guitarrista con poco trabajo. Es más activo, y realista: aunque echa de menos a su hermano, sabe que sus padres no volverán a estar juntos. Dos perspectivas de un mismo acontecimiento. Dos miradas infantiles muy distintas. Y un rumor que llega a los hermanos con la inauguración de una nueva línea de tren: si estás en el momento justo en el que las dos líneas de tren se cruzan, se emite tanta fuerza, que puede ocurrir un milagro. De ahí que decidan reunirse en un punto intermedio para estar ahí, y pedir su deseo, junto a sus amigos.

El filme tiene sus puntos de humor y saca alguna sonrisilla al espectador, pero eso no justifica el exceso metraje de la película: sobran muchas escenas, hay muchos minutos de más.

En su línea habitual, el director japonés explora desde el punto de vista infantil, temas sociales como la separación, la soledad, la curiosidad, e incluso la muerte.  La interpretación de los dos hermanos (que en la vida real lo son), es extraordinaria, natural y profunda gracias a los primeros planos. Te llegan a tocar la fibra sensible en algún punto del largometraje, con frases lapidarias en boca de niños que van madurando. Sin embargo, los minutos sobrantes y un final que se va alargando a límites insospechados hacen de esta película un trabajo elaborado, pero sin sabor.

Redacción Estrella Digital

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