Cuando el Museo del Prado abrió sus puertas en 1819 el mayor reclamo era Rafael. Casi dos siglos después, el Prado dedica una gran exposición al maestro del Renacimiento, centrada en su producción más tardía. Reúne setenta y cuatro obras, la mayoría de ellas nunca antes expuestas en España.
Aunque las salas se ordenan de manera temática, la exposición logra trazar un certero recorrido cronológico por la actividad del maestro de Urbino, desde el inicio del pontificado de León X (1513) hasta su prematura muerte en 1520, sin olvidar la labor que desarrollaron sus principales discípulos Giulio Romano y Gianfrancesco Penni.
Así la exposición cuenta con un conjunto histórico de cuarenta y cuatro pinturas, veintiocho dibujos, una pieza arqueológica y un tapiz, procedentes de cerca de cuarenta instituciones distintas.
‘El último Rafael’, que estará en el Museo del Prado hasta el 16 de septiembre, será inaugurada el próximo 11 de junio por la Reina doña Sofía, acompañada por el presidente de la Cámara de diputados italiana, Giafranco Fini, y el presidente de Educación y Cultura, José Ignacio Wert.
Acontecimiento histórico
Organizada en colaboración con el Museo del Louvre, para Miguel Falomir, coordinador científico de la exposición, esta muestra es «un verdadero acontecimiento» que tardará generaciones en volver a repetirse ya que muchas de las obras nunca antes habían sido prestadas.
La selección que acoge el Prado, con patrocinio de la Fundación Axa, incluye obras tan célebres como el cuadro de altar de Santa Cecilia precedente de Bologna (Pinacoteca Nazionale); El Pasmo de Sicilia; La sagrada Familia o La Perla.
En el maravilloso lienzo de altar Santa Cecilia el público podrá admirar la singular belleza de sus figuras y la composición armónica y perfecta de las mismas, destreza que el artista logró alcanzar durante su estancia en Roma.
Asimismo, destacan los cuadros del maestro que el propio Museo del Prado conserva de su etapa madura, entre los que se encuentra la gran tabla transferida a lienzo ‘El Pasmo de Sicilia’ (1515-1516), que se exhibe en la muestra por primera vez tras su restauración.
Intercambio irrepetible
«Nunca se ha hecho ni se volverá a hacer una exposición igual sobre Rafael. Hemos conseguido un intercambio irrepetible», subraya Miguel Falomir, quien ha trabajado en este muestra junto a los comisarios Paul Joannides ( Cambrige University) y Tom Henry.
En este sentido, ambos comisarios han destacado este viernes durante la presentación de la muestra la oportunidad única de apreciar lo que intentó hacer Rafael en los últimos años de su vida y demostrar que no era «un genio solitario».
Asimismo y con el fin de ahondar en el proceso desempeñado tanto por él, como por sus ayudantes, la exposición muestra casi una treintena de dibujos procedentes del Louvre, que muestran y definen las ideas de Rafael (1483-1520) sobre el dibujo, el color o cómo planeó la ejecución de las grandes obras.
Trabajo de sus ayudantes
Además y con el objetivo de delimitar mejor las fronteras entre las obras ejecutadas por Rafael y las realizadas con la participación de sus ayudantes: Giulio Romano (h. 1499-1546)) y Gianfrancesco Penni (1496-1528) se exhibirán algunas de sus piezas.
De Romano se mostrará el gran cartón para la ‘Lapidación de san Esteban’, que se hizo como preparación para un cuadro de altar destinado a Génova y de Penni, su estudio de composición para la Sagrada Familia.
Una carrera «meteórica»
El joven Rafael llegó a Roma cargado de ilusiones y con la idea de aprender de los mejores. Pronto comenzó a destacar entre un gran número de aspirantes a artista y posteriormente fue invitado a decorar las estancias del papa Julio II y comenzó ahí una carrera «meteórica y versátil», hasta convertirse en el maestro más copiado en las academias de arte de todo el mundo, según cuenta Miguel Falomir.
«Cuando se inauguró el Museo del Prado la gloria de la pinacoteca era Rafael y su obra, ‘El Pasmo de Sicilia'», subraya Falomir. Sin embargo, con el paso de los años, Rafael fue dejado de lado y «condenado al ostracismo por el abuso que se hizo de él en las academias artísticas», relata.
Encuentro de genios
Rafael y Miguel Ángel se encontraron en la Roma de 1508. En ese momento, Miguel Ángel se hallaba levantando el andamiaje en la Capilla Sixtina para pintar los frescos de la bóveda, mientras que el joven Rafael empezaba a decorar la Estancia llamada ‘de la Signatura’ (Tribunal), que alberga la biblioteca privada el papa Julio II.
Esta estancia contiene los frescos más famosos de Rafael y constituyen el principio de la obra del artista en el Vaticano y también señala el inicio del pleno Renacimiento, según indica Miguel Falomir.
Respecto a Miguel Ángel, decir que Rafael estableció con él una relación de rivalidad y admiración, que se aprecia en muchas de sus obras. Pero como Rafael nunca pudo superar la belleza y la precisión anatómica de los cuerpos que pintaba Miguel Ángel, intentó superarle en el desarrollo de las historias bíblicas o en los excelentes retratos que realizó.
Asimismo, destaca en la obra del artista de Urbino el repertorio «maravilloso» de estados del hombre que dejó impresos en frescos, lienzos y cartones, desde la más tierna juventud hasta la triste decrepitud. «La variedad de las figuras de Rafael no la puede ofrecer ni Miguel Ángel ni Leonardo», precisa Falomir.
Un pintor indutrializado
Pero será a partir de 1514, cuando los encargos se multiplicarían, manteniendo a pleno rendimiento al artista y a su taller. Dice Miguel Falomir que en esta época Rafael se convierte en un «pintor industrializado» que siempre estaba a merced de los encargos.
A parte de los trabajos para el papa, Rafael realizó también trabajos más «profanos» como los que se aprecian en la Villa Farnesina, un palacete construido entre 1505 y 1511, que constituye uno de los edificios más majestuosos que se conservan del Renacimiento en Roma.
Fue construido por el banquero sienes Agostini Chigi, quien terminó por convertirse en el principal mecenas de Rafael. En 1517 el banquero le encargó que decorara la bóveda de la Logia de acceso principal a la villa.
Rafael realizó el plan total de la obra y muchos de los bocetos, pero fueron sus ayudantes (Raffaellino del Colle, Giovan Francesco Penni y Giulio Romano) quienes materializaron gran parte de las figuras.
Incluso se cuenta que Chigi le concedió a Rafael una estancia en la propia villa para que Rafael combinara sus dos grandes pasiones: la pintura y su amor por Margherita Luti, conocida como la Fornarina, que se convirtió en su modelo femenino y también en la ‘culpable’ de su muerte, según cuenta el biógrafo e historiador Giordi Vasari, por culpa de los «excesos amatorios».