domingo, octubre 13, 2024
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Eurovisión: La pesadilla de Morfeo

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La táctica era buena: salir descalza como la gran favorita, pero ni por esas. Mientras Emmelie de Forest llevaba al triunfo a Dinamarca, Raquel del Rosario, junto a sus compañeros Juan y David, dejaba a España en el penúltimo lugar. Nadie podría entender tamaña diferencia entre unos y otros, salvo el ya desaparecido Uribarri (querido José Luis, cuánto te echamos de menos los televidentes que tenemos que ver el festival, ya sea por fanatismo o simplemente por obligación laboral), que a buen seguro habría precisado que con el drástico cambio que ha sufrido el mapa europeo en este siglo nuestro país tiene nulas posibilidades de optar a algo en el certamen.

La representante danesa, que afirma ser tataranieta de la mismísima reina Victoria de Inglaterra, logró nada menos que 281 puntos, con una ventaja de 47 sobre el segundo clasificado, Azerbayán, «the land of fire», como reza en las camisetas del reciente ganador de nuestra Copa del Rey (sin duda, entre una y otra cosa, este país ha sido el gran triunfador del fin de semana). Arropada por un coro mixto de tres voces y con dos chicos tocando tambores, a la coreografía danesa, con un cierto toque militar, no le faltó de nada, con percusión, ritmos celtas, luces y, por supuesto, fuegos artificiales. Suficiente como para no arruinar a las casas de apuestas, que les daban como grandes favoritos.

Por el contrario, a El Sueño de Morfeo tan sólo le votaron dos países, los amigos italianos, que nos concedieron dos puntos (nosotros fuimos mucho más generosos con ellos, dándoles nada menos que doce), y Albania, con la que parece que debemos tener acuerdos internacionales secretos, que nos otorgaron seis puntos. Sumando esas dos aportaciones a nuestra causa quedamos a tan sólo 273 puntos de Dinamarca y en un más que meritorio 25º puesto (la cantante del grupo había dicho en la víspera que sólo se preocuparía si quedaba en el 26º lugar), por delante del cantante de Irlanda, curiosamente el país que más veces había ganado Eurovisión.

Tras acabar el calvario, Raquel del Rosario se quedó con la experiencia, «ha sido increíble», mientras que David Feito reconocía que «el Festival no ha tenido el final dulce que queríamos» y Juan Suárez comentaba que «hay que saber ganar, y saber perder».

Locutor trasnochado

Claro que tampoco uno estaba tan animoso como en la víspera en el Bernabéu, sobre todo porque en vez de animarle la garra rojiblanca le adormercía el tono adormilado de un José María Íñigo que parecía más aburrido que Mourinho del banquillo del Real Madrid. Su mayor derroche de energía coincidió con la actuación de El Sueño de Morfeo, cuando elevó un poco la voz para decir: «Ojalá que ganen, y vamos por ello» (eso sí era moral y no la de la tropa de Simeone).

Eso sí, él mismo precisó que a partir de ese momento ya nadie le iba a sacar de la apatía al afirmar que «ahora ya se acabó el entusiasmo, qué le vamos a hacer». El hombre, sacando esa condición de macho, creció un poquito con la actuación de la bielorrusa Alyona Lanskaya («si fuera un concurso de belleza esta ganaría seguro»), y más tarde la de experto musical con el italiano Marco Mengani, cuya interpretación dijo que había sido «la mejor de todas». Todavía tuvo tiempo para dejar alguna que otra muestra de su «humor», como cuando advirtió a la audiencia que no tratara de resintonizar su televisor si unos instantes después la imagen perdía el color (la actuación de la estonia Birgit comenzaba en blanco y negro) o cuando llevó a cabo alusiones a la moda de algunos de los concursantes: «la crisis del textil parece haber llegado a Bielorrusia», por lo reducido de la vestimenta de la citada moza.

Por lo demás, el espectacular Malmoe Arena (para igualarles tendríamos que gastarnos un dineral en España si alguna vez suena la flauta y, como ganadores, tenemos que organizar alguna edición) nos dejó, siguiendo con el estilo «modisto» de Íñigo con modelos tan espectaculares como el de la moldava Aliona Moon, que bien podría haber lucido la protagonista de «Los Juegos del Hambre»; el del rumano Cezar, más propio de un vampiro vanguardista; o los de el sueco Robin Stjenrberg y sus acompañantes, que parecían sacados de la primera versión de «La fuga de Logan».

Cuando menos no faltaron canciones mucho más marchosas que las de entregas anteriores (con excepciones lamentables como la de la representante holandesa, Anouk, con la que no haría falta contar borreguitos para dormirse), y por supuesto puestas en escenas sumamente espectaculares para la mayoría de ellas, quitando por supuesto la del italiano amigo de Íñigo, que fue el único que apareció más solo que la una en el escenario y sin que se encendiera a su alrededor una simple bengala navideña, de esas de tres paquetes por un euro que venden en cualquier mercadillo (la de los españoles tampoco fue para presumir). Al menos quedó demostrado que Remedios Amaya no quedó última, y sin un solo punto, por salir descalza al escenario.

M. Arroyo

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