O se ha convertido en la defensora del espectador, y por ende de cuanto le afecta a éste, o su demagogia supera ya a la de los políticos. Mercedes Milá ya ha transformado su plató de ‘Gran Hermano’ en su propIo chiringuito, en el que se siente capaz de hacer y decir lo que le de la gana. Lo mismo hace sus particulares «streptease» que recuerda al personal lo que debe o no hacer en esta vida, cual mesías bíblico.
La última gala de ‘Gran Hermano’ la aprovechó para proclamarse como gran adalid de la sanidad pública. Que si «nosotros desde aquí queremos apoyarla», que si » a este paso se nos cargan la sanidad pública», que si «no queremos más recortes»… Con el público del plató ya enervado, haciendo las pertinentes pausas en busca del aplauso agradecido, terminó su proclama refiriéndose, cómo no, al mismísimo presidente del Gobierno: «Se acabó la broma con la sanidad pública señor Rajoy, se acabó la broma». Si en ese momento lo permite el realizador habría salido a hombros del estudio.
Ella es así de buena. Aunque personalmente no necesite de los servicios de la sanidad pública, como demostró al encomendarse recientemente al doctor Javier Herrero, que trabaja en su propia consulta de la Clínica Teknon de Barcelona, para operarse de una mancha cancerígena en el labio, ella está siempre dispuesta a convertirse en la Florence Nightingale de este siglo. A diferencia de la pionera de la enfermería moderna, que creó el primer modelo conceptual de enfermería y que defendía la necesidad de un entorno saludable para la mejora de los pacientes, la catalana carece de los conocimientos matemáticos de la británica, con los que logró además grandes avances en epidemiología y estadística sanitaria. Lo suyo sería más lo de colgar de sus balcones batas o demás prendas blancas, como pidió la mismísima Asociación para la Defensa de la Sanidad Pública de Madrid.