viernes, octubre 11, 2024
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Los Alba se meten a ‘gourmets’

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La genética, los orígenes, hay veces que lo son todo. Le pasa a los olivos centenarios de una señorial finca de Córdoba, o a las vacas que pastan en otra de Salamanca, cómo no a los tres aristócratas que reciben en su palacio en la fresca mañana de Madrid. Los Alba, de todos ellos se puede decir que lo son. Cayetano Martínez de Irujo (duque de Arjona) y sus hermanos Fernando (duque de Huéscar) y Carlos (marqués de San Vicente del Barco) tienen cada cual su estilo y ejercen de anfitriones para presentar al siglo, al mundo, las excelencias de la marca que están implantando: Casa de Alba. Aceite de oliva y carne de vacuno, cuyo único título nobiliario es que son productos para gourmets.

Realmente parece que lo son. Y de alcurnia. La Hacienda Buenavista, situada en El Carpio (Córdoba) fue plantada de olivos hace casi cuatro siglos. Muchos de esos árboles sobreviven y han sido sometidos a una técnica de recolección exquisita, en la que se ha cuidado todo hasta el punto de no recolectar después de la 11 de la mañana, sus olivas no han sido batidas a más de 20ºC, y su excelso zumo, al que llamamos aceite, ha sido almacenado con tecnología de nitrógeno. O sea, lo más.

La alcurnia le viene a esas olivas por la pertenencia a la Casa de Alba, una familia que arraiga en la nobleza rural y que no se entendería ni sin sus palacios (con obras de la escuela de Goya colgadas hasta en los almacenes) ni sin sus fincas solariegas por todo el país. Carlos Martínez de Irujo transmite algo de ese poso de nobleza antigua cuando relata una especie de parábola del trigo: de cómo paseaba de crío de la mano de su padre, el duque de Alba, por Sevilla a comprar el periódico y se encontraban con que con un kilo de trigo «se pagaban dos Abc. Hoy para pagar un Abc (se entiende que un ejemplar) se necesitan seis kilos de trigo». Y con ello, entre criados de librea blanca, coches oscuros, mirlos en el jardín, se entienden los problemas y los esfuerzos para gestionar y actualizar a la realidad del mercado el ingente patrimonio, agrario e inmobiliario, de esta vieja y noble familia.

Para eso el jardín del Palacio de Liria se ha llenado de una fauna muy curiosa. Ejecutivos de corbata y terno azul, estilizadas expertas en márketing de perfecto brushing, y un extraño individuo, alargado, de descontrolados rizos rubios y zapatillas YSL. Es decir, han creado la marca Casa de Alba, que busca el público gourmet. El aceite y la carne -de vacas moruchas y charolesas criadas en un predio de Salamanca- son los primeros pasos. «Si Dios quiere, habrá más, poco a poco», explica el duque de Huéscar.

Algo normal en una familia que no lo parece. Aunque Cayetano se explaye repitiendo que «somos muy normales», «y para eso os recibimos aquí, para que veáis que somos enormemente normales». Cayetano, aunque cercano y amable, no es un tipo de los que pasan inadvertidos. Blazer azul, pantalón de algodón azul, polo rosa, zapatos de ante y cuero bruñido como la silla de montar de su antepasado conquistador de los Países Bajos; un recuerdo aún en su figura del notable jinete que guarda dentro. Eso sí, gafas para leer, porque la presbicia no entiende de nobleza.

Pero indiscutiblemente la realidad de la lógica de mercado ha entrado en la Casa de Alba, y esta mañana ha invadido su palacio de Madrid. Dos consultorías y un diseñador de marca reputado como Manuel Estrada han trabajado durante dos años para producir y poner en los estantes de las tiendas gourmet de El Corte Inglés ese aceite puro picual, una apuesta arriesgada, pero acertada, hecha en colaboración con la almazara ecológica Alcubilla2000.

Más extraña parece la apuesta por la carne de vacuno, que de momento solo se puede comer en restaurantes elegidos de Francia, de la mano del «carnicero de los famosos», Hugo Desnoyer. Aún no podemos degustar las delicias de las vacas de la Casa de Alba, pero llegarán. Para eso estaba el desaliñado francés de los rizos descontrolados y zapatillas tendencia de YSL. Era un carnicero francés. Para todo hay que tener estilo.

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